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"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.
1 de abril de 2008
Dulces en la esquina
Foto: Eva Cabrera
Se queja porque la van a fotografiar después de todo un día de trabajo, expuesta al hollín, con las manos tiznadas por la goma de las ruedas de su silla, que va y viene pegada al cordón de la rambla de la avenida 7 y 32, frente a la estación de servicios Shell, justo antes de cruzar uno de los principales accesos al casco urbano. Se queja, pero se mata de risa, porque María Elena tiene un humor a toda prueba. Además, convence a la reportera gráfica de Diagonales para que vuelva en otro momento, a la mañana, cuando recién empieza la jornada de trabajo. Y así se hace.
María Elena Martínez nació en Azul en 1959 con una parálisis infantil, que en ese momento era una epidemia. Llegó a La Plata pocos meses después, a bordo de una ambulancia, casi muerta, según el relato que de su vida le hicieron cuando fue una niña que crecía en una pensión de boulevard 83 entre 37 y 38, en otro límite del casco urbano.
En aquel pensionado, que recibía a los estudiantes que ingresaban a la UNLP y a los vecinos que necesitaban hacer trámites en la capital provincial, creció la mujer que hoy vende golosinas a quienes llegan a la ciudad desde Gonnet, City Bell, Villa Elisa o de más lejos.
Fue en esa casa que la ligaba a su pueblo natal que se hizo hincha fanática… pero fanática, de Estudiantes. “Mi mamá era de Boca. Sabía todo sobre el equipo y los jugadores, en todas las épocas. Y mi hermano, que es 10 años mayor que yo, se hizo hincha de Gimnasia; pero a mi me vieron cara de inteligente y los de la pensión me hicieron hincha del Pincha”, recuerda Maria Elena.
Es de cuando tenía 10 años que guarda sus primeros recuerdos sobre la pasión roja y blanca, la alegría infantil de los festejos por aquel Estudiantes campeón de don Osvaldo Zubeldía.
Nunca volvió a Azul. “Por suerte, porque me hice platense, como tantos estudiantes, como tantos que vienen a trabajar y deciden quedarse en la ciudad”, describe. Y agrega: “mi mamá trabajó en nueve casas de familia a la vez. Trabajó en la casa de Goñi, que era un famoso cuidador de caballos de carrera. Y además era voluntaria en Aprilp”, (la Asociación pro Rehabilitación Infantil La Plata), de Plaza Italia 66.
María Elena fue la primera egresada de la escuela primaria que funcionó allí. Y luego hizo el secundario en el colegio de 1 y 46, cuando aún caminaba, con ayuda de un bastón.
“Dejé de caminar en 1996 por una caída estúpida. Pero me caí y le tomé miedo. Además, desde entonces engordé mucho, por la inactividad”, asegura, seria. Y reflexiona, seria: “Por la inactividad y porque como mucho, más vale”, se mata de risa.
Maria Elena dice que ahora le daría fiaca agarrar el bastón. Y que andar en silla de ruedas no la limita, pese a que las ciudades hacen todo lo posible para que así sea.
EL TRABAJO. Antes de ofrecer las golosinas en 7 y 32, María Elena trabajó en el Instituto de Obra Médico Asistencial (IOMA) sometida a las restricciones de un edificio público inválido. Necesitaba que dos de sus compañeras la llevaran al baño sentada en una silla, porque su silla de ruedas no pasaba por la puerta. “Eso lo podés hacer un mes o dos, pero no toda la vida. Por suerte me dieron la jubilación por incapacidad. Pero, hasta que se dieron cuenta, tuve que tomar una carpeta médica y salir a la calle para ganarme la vida”, recuerda Maria Elena.
Comenzó vendiendo imanes casa por casa, hasta que un día se paró en el semáforo y se dio cuenta que la gente le preguntaba qué vendía. “Empecé a vender por necesidad, pero ahora lo hago porque me gusta”, dice María Elena, la mujer que le endulza el camino a los que llegan a la ciudad por 7 y 32.
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2 comentarios:
Está bueno el blog.
Leí algunas notas, la pensión de Chacabuco, el Barba, la de Maria Elena de 7 y 32. Nunca le compré nada, pero siempre ma llamó la atención esta mujer, no te jode para que le compres.
Buen lenguaje el tuyo, buena pasta (ojo u olfato) para los temas, cotidianos, la simpleza compleja de la ciudad y sus humanos.
Un abrazo, César
Gracias, César, por tu comentario.
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