"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

1 de diciembre de 2004

La Justicia, tan empetrolada como las costas de Magdalena

Informe especial
El 15 de enero del ’99, el choque de dos barcos causó el mayor desastre ecológico sobre agua dulce de la historia mundial. Más de cinco millones de litros de petróleo contaminaron 30 kilómetros de la costa bonaerense. En conjunto, unos 500 pobladores de la localidad de Magdalena iniciaron una demanda contra la empresa Shell por mil millones de pesos. Pero, a casi seis años de la tragedia, los reclamos duermen el sueño de los justos
LA PLATA, 01 DIC 2004.- El mayor derrame de petróleo sobre agua dulce de la historia mundial ocurrió en Argentina el 15 de enero de 1.999. Y el reclamo correspondiente se encuentra paralizado en la Justicia, cuya última comunicación oficial se remonta al 14 de noviembre de 2.002. Las Comunas damnificadas iniciaron juicios y los vecinos lo hicieron por su cuenta. En la causa más importante, que aún no fue notificada a la empresa dueña del petróleo y reúne al 5 por ciento de los vecinos de un pueblo, se solicitan mil millones de pesos para reparar los daños a la salud, a la economía y al medio ambiente. Ahora presentaron una medida cautelar millonaria contra la Shell (ver despacho de las 10:01).
Tras el choque de los barcos Sea Paraná y Estrella Pampeana, de la petrolera Shell, una tarde de cielo celeste y calma en el mar, la empresa midió el derrame en 5 mil 300 metros cúbicos; cifra menos impactante que la reconocida más tarde: 5 millones 300 mil litros de petróleo. Los primeros datos fueron dados a conocer con la aparente intención de reducir el impacto informativo sobre el accidente, ya que pocas personas están dispuestas a hacer la conversión de una unidad de medición a otra. Otras fuentes, extraoficiales, señalan que la cantidad de crudo derramado pudo haber ascendido a 6 millones 500 mil litros. Una comparación: sería necesario cavar un pozo de un metro de profundidad por un metro de ancho desde el sur del continente americano hasta Estados Unidos para contener semejante cantidad de crudo.
Fue en las costas de la casi olvidada localidad de Magdalena -distante a unos 100 kilómetros de la Capital Federal-, cuyos vecinos sufren hoy las consecuencias mientras esperan desde hace más de cinco años que la Justicia Federal dicte las resoluciones que permitan activar los 69 juicios iniciados en ese fuero, virtualmente paralizados por temas de competencia que nada hacen a la cuestión de fondo: el tan temido daño al medio ambiente. Y todo ocurre mientras el planeta gira y la vida continúa, mientras la empresa petrolera responsable estudia, y hace pública, la posibilidad de vender sus activos en el país.
Los vecinos exigen una millonaria reparación por el millonario daño sufrido en el medio ambiente, en su vida económica y en su salud. Y entre ellos se encuentran quienes realizaron la limpieza de la zona "supervisados" por la petrolera sólo provistos de sus comunes trajes de baño y, en muchísimas ocasiones, en ropa interior.
El accidente ocurrió en el kilómetro 93 del canal del río de La Plata cuando el buque Sea Paraná, de bandera alemana, chocó al barco Estrella Pampeana, de la petrolera Shell, que transportaba hidrocarburos desde el sur argentino hacia el puerto de Buenos Aires. La colisión se produjo en un día de cielo absolutamente despejado y con las aguas del Río de La Plata decididamente calmas, lo que proporcionaba una perfecta visibilidad.
Y fue así que, choque mediante, y por ausencia absoluta de tareas de rescate del petróleo que fue derramado en el agua, el hidrocarburo demoró 2 días en enlutar la costa del pequeño pueblo bonaerense de 10 mil habitantes, cuyo único lujo y fuente de supervivencia eran sus costas; playas para mitigar el calor del verano y generar una propia microeconomía con emprendimientos gastronómicos y una pesca y caza hasta entonces muy generosas.
El petróleo contaminó aproximadamente 30 kilómetros de costa y llegó, incluso, hasta Berisso, en el Gran La Plata. El hidrocarburo ingresó particularmente en la zona de arroyos y humedales, hasta dos kilómetros tierra adentro. Allí todavía subsisten balnearios municipales de uso recreativo y turístico, comercios y poblaciones, así como el Parque Costero del Sur, una reserva de biosfera, declarada como tal internacionalmente por MAB/ UNESCO (Man and biosphere-hombre y biosfera- de la UNESCO), por la importancia ecológica de su flora y fauna autóctona, representativa del ecosistema natural existente en la ribera del Río de La Plata desde antes de la conquista Española.
Con el consecuente daño, los juicios no tardaron en llegar. Las municipalidades de Magdalena y de Berisso iniciaron sus reclamos. Y los vecinos hicieron lo propio en varias causas judiciales. Shell, en tanto, presentó en Capital Federal una demanda contra el propietario del Sea Paraná. El Estado bonaerense, entonces, bajo el mando de Eduardo Duhalde, al igual que el de la Nación, a cargo de Carlos Menem, se abstuvieron de su derecho de litigar: no presentaron demanda alguna, ni hicieron cumplir las leyes 24.051 de la Nación, ni la 11.720 y la 25.612 de disposición de residuos peligrosos, ni la 25.675, promulgada en el año 2.002, todas estas últimas en el Estado provincial.
Pero las circunstancias del país han hecho posible lo inverosímil. Los primeros problemas, con las causas iniciadas, fueron de competencia para determinar si la causa debía tratarse en los Tribunales Federales de La Plata o en los de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; aún hoy la Corte Suprema de Justicia no se expidió al respecto, pese a que la Sala II de la Cámara Federal de La Plata, en un substancial fallo de Román Frondizi, determinó la competencia en La Plata, en diciembre de 2.003.
El juez en turno en La Plata al momento del ingreso de la primera demanda de la Municipalidad de Magdalena, Ricardo Ferrer, dio unos primeros pasos en materia investigativa. Luego, el magistrado fue filmado con una cámara oculta por la que se lo acusó de cohecho, a raíz de una demanda presentada en otra causa por una empresa de deportes. Su lugar quedó vacante y los litigios por el derrame del petróleo quedaron en manos del Juzgado Federal Nro. 4, a cargo de su colega Julio César Miralles. Allí se encuentran las causas junto a otros 140 mil expedientes, de los cuales 35 mil se tramitan en la secretaría Once, donde actualmente se gestionan los juicios del petróleo con la suerte conocida.
Pero como todo ocurre mientras el planeta gira y la vida continúa entre tragedias, el tiempo pasó y los problemas propios del país presentaron nuevas trabas a las causas seguidas contra la petrolera: en diciembre de 2001, el entonces ministro de Economía, Domingo Felipe Cavallo, confiscó los ahorros bancarios, la medida fue confirmada luego por quien sería presidente electo por asamblea legislativa de los argentinos, Eduardo Duhalde, y comenzaron a llover juicios contra el llamado "corralito financiero". El sistema judicial colapsó y todas las causas por el derrame del petróleo, al igual que otras de juicios comunes, quedaron relegadas.
Aunque la Secretaría Once, a cargo de Gustavo Del Blanco, del Juzgado Federal Nº 4 de La Plata, se excusó durante esas primeras semanas de diciembre de 2.001 de recibir demandas contra el "corralito", con el correr de los meses el organismo judicial a cargo de Miralles quedó comprometido en una investigación sobre presuntas irregularidades en y para supuestas facilidades a estudios jurídicos "amigos", para "sacar" amparos en plazos escandalosamente cortos comparándolos con los amparos en general.
De ese juzgado y de la secretaria de Del Blanco surgió, sin embargo, la única resolución de la Justicia argentina al respecto; un fallo considerado como "uno de los más importantes en materia de medio ambiente", en el que la empresa petrolera fue condenada "a disponer adecuadamente sus residuos de hidrocarburos abandonados en las costas, sedimentos y ecosistemas de la localidad de Magdalena, provincia de Buenos Aires, conforme el régimen de la ley 11.720". El fallo, que no contempla resarcimiento económico alguno, fue apelado por la empresa demandada, dueña del petróleo que se derramó.
Otra de las causas en la que actúan más de 500 vecinos de Magdalena, no ha podido ser notificada aún a Shell, producto de las suspensiones de términos que han sufrido los juicios, tanto por la inusual demora en las resoluciones judiciales que permitirían su activación, como por las suspensiones ordenadas por la Corte de la Nación luego de la avalancha de los juicios por el ya mencionado "corralito".
Aunque Shell nunca fue notificada formalmente, las fuentes consultadas no dudan de que la empresa sabe de la existencia del reclamo, desde que la demanda fue presentada en la mañana del 27 de diciembre de 2.000. La Cámara de Apelaciones de la Justicia Federal con sede en La Plata estudia en estos días, frente a la reiterada petición de los letrados intervinientes, si levanta o no la suspensión del proceso y ordena o no dar "traslado de la demanda" a la empresa Shell, por lo que después de casi 4 años, si la Justicia federal platense hiciera lugar a la solicitud de las más de 500 personas, Shell recibiría formalmente el reclamo.
Atrás quedaron los rudimentarios, insuficientes y perjudiciales trabajos de recuperación de las costas, que finalizaron a los cuarenta días del derrame. Atrás quedaron, olvidados por Shell, por la Justicia y por el Estado, los voluntarios -todas personas del pueblo de Magdalena- que trabajaron y cobraron diariamente de la empresa entre 20 y 30 pesos, sin recibos ni contratos de trabajo alguno, ni aportes ni obras sociales, ni vestimenta adecuada; incluido una veintena de menores de edad, uno de ellos de apenas 14 años, quienes trabajaron con sus propias ropas: la mayoría, en pleno verano, con trajes de baño y sin siquiera un par de zapatillas.
La situación bien puede ser más que gráfica sobre cómo se hicieron las cosas, y cómo se deberían haber hecho: el equipo de protección recomendado por las normas internacionales para los llamados "voluntarios totales", que se encuentran expuestos al contacto directo con el petróleo, es de máscaras con filtros para gases y vapores orgánicos, que se pueden reciclar, pero es imprescindible cambiarles diariamente el filtro para que sigan siendo efectivas; guantes de limpieza fuertes, no de latex, con otros guantes finos de hilo debajo, para el sudor; gafas protectoras; mono blanco desechable; botas que deben colocarse por dentro del traje blanco y del traje de agua para facilitar después la limpieza y descontaminación; y traje de agua de dos piezas.
Las recomendaciones internacionales, utilizadas en el caso del Prestige, en España, por dar un ejemplo de la seriedad con que se tratan este tipo de accidentes en otros sitios, aclaran que, una vez vestido completamente el voluntario, es necesario precintar con cinta de embalar muñecas y tobillos, pegando el traje de agua a los guantes y a las botas de forma que quede estanco. Tal es la diferencia entre el equipo que debió ser proveído y el que se utilizó en el derrame de Magdalena.
En el caso que nos ocupa, los jóvenes trabajaron para la petrolera en la limpieza de la costa con la vestimenta típica que utilizaban cuando iban a la playa limpia de petróleo. La misma ropa que aquí se usa para jugar un partido de fútbol entre amigos. El tiempo pasa y, más allá de seguir sumando intereses a los reclamos, los ciudadanos argentinos no encuentran respuesta alguna para situaciones que en los llamados países del primer mundo revisten gravedad política e institucional para los gobiernos.
La gente sobrevive sorprendida, luego de más de cinco años, porque en Magdalena no se hicieron presentes ni trabajaron entidades como Greenpeace, ni otros entes de defensa ambiental. Sólo resta señalar que, como dijo uno de los jóvenes voluntarios, "nadie nos pidió permiso para destruir nuestras costas con petróleo, y tampoco nos pide permiso la Justicia para ignorar nuestros reclamos. Lamentablemente no quieren darse cuenta de que nosotros vivíamos del río y de su costa, y que este problema está llevando a un pueblo entero a la desesperación, porque tenemos una cantidad insólita de casos de cáncer, de problemas de ‘virus’, de depresiones, y muchas otras cuestiones de salud", como unas manchas rojas que han comenzado a aparecer en la piel de quienes trabajaron en la costa.

Derrame - "En los diarios salía que todo estaba bien en Magdalena"

LA PLATA, 01 DIC 2004.- La mayoría está desesperada. Cuando no tienen qué comer, ni qué darles a sus hijos, aparecen en los lugares en que se reunieron para pensar juntos los pasos a seguir tras el derrame de petróleo frente a sus costas y preguntan: ¿hay alguna novedad en el juicio? Es que para los vecinos de Magdalena no hay manera de reparar el daño causado. Los más conscientes tienen miedo hasta del agua que toman de la canilla, agua de red y agua de pozo, mucho más sospechosa todavía. Y se preocupan y se piensan con una paranoia que no quieren transmitir al resto de los vecinos.
Sin embargo, quienes trabajaron en los rudimentarios, insuficientes y perjudiciales trabajos de recuperación de las costas, vestidos con simples trajes de baño, sienten hoy en carne propia consecuencias físicas imposibles de desunir del derrame: los más expuestos tienen manchas en la piel, como es el caso de Alberto Levaggi, quien trabajaba como jefe de guardavidas en el balneario municipal y hoy intenta disfrutar de su jubilación, con 69 años.
Dicen, además, las estadísticas pueblerinas, ésas que surgen en conversaciones imposibles, que en estos últimos años hubo muchas muertes por diferentes tipos de cáncer, aunque rápidamente aclaran que se desconoce si fueron causados por el petróleo. Entre las nuevas enfermedades que acosan a los vecinos se encuentran los cánceres linfáticos, ausentes hasta el derrame de los registros del inconsciente colectivo magdadelense.
En el pueblo se registraron, además, dos nacimientos de bebés muertos. Tampoco pueden estas muertes unirse al accidente de los barcos Sea Paraná, de bandera alemana, y el Estrella Pampeana, cargado con petróleo de la empresa Shell, el 15 de enero de 1.999, pero ambas embarazadas tuvieron contacto con el hidrocarburo. María Teresa Dalmacio, por ejemplo, lavaba la ropa de su marido, Jorge Jara, que trabajó en la contención del crudo que acosaba la costa de su pueblo.
El padre de la joven, Juan Antonio Dalmacio, de 62 años, graficó con espíritu campechano y humor a prueba de lutos lo que ocurre hoy con la gente que desafía las consecuencias de la contaminación, empujados por una desesperante situación económica y a pesar de los carteles que advierten que se está en zona de desastre ambiental: "sacan un pescado y se comen hasta los ojos".
Es que además de las enfermedades y las muertes sospechosas, el pueblo se quedó sin una pata importante de su economía con la destrucción de su costa, a pesar del gran esfuerzo que día a día hace la naturaleza por recuperarse.
La familia Tidone sufre la falta de juncos, otrora enormes y generosos para copar el terreno que el matrimonio y sus 10 hijos limpiaban casi diariamente. Hoy, ninguno va más a la playa para trabajar en lo único para lo que se prepararon desde toda la vida.
"La fuente de trabajo está perdida", sintetiza el hombre, desesperado. Su hijo Marcelo trabaja ahora en el campo, pero sólo consigue changas y no saca ni siquiera una décima parte de lo que solía ganar con los juncos, una industria que desapareció con el derrame y hoy sólo forma parte de trabajos artesanales.
"El río tiene sus trampas, pero nosotros las conocemos. No nos guiamos por la tabla de mareas ni nada. Nosotros esperamos la bajante y trabajamos", describió. Y afirmó: "hoy se pisa donde hay barro y sale como un aceite".
La pesca también se ha modificado. Los lancheros que aprovechaban la generosidad del río para pescar y pasear turistas, con sus cañas tuvieron que mudarse hacia mejores zonas alarmados por lo ocurrido. Algunos están regresando ahora, en este próximo verano argentino, aunque saben que ya casi nadie tiene suerte en la costa y hay que adentrarse al menos 2 mil metros para encontrar una buena pesca.
Es que en la playa el hidrocarburo de la Shell mató todo indicio de vida. José Luis Bincaz también es capaz de graficar la situación: "no hay pesca porque murió el alimento de los peces. Y los peces no vienen a pasear; si no es a comer, no vienen".
El hombre es propietario de un restaurante famoso, fundado en 1830, que era conocido por su cocina capaz de satisfacer a los clientes con los más exquisitos platos. Dicen que aún hoy lo logran, pero su carta ya no es lo que era. Todavía se pueden degustar vizcachas, ranas o perdices, pero no queda ni rastros de peces de la región, ni liza al escabeche, ni chupín al horno, ni corvina. "No hay más -dice Bincaz-, pero si hubiera tampoco lo compraría".
Bincaz y su mujer, Liliana Gandulfo, de 56 años, fueron dos de los que más trabajaron en la concientización de la gente del pueblo para que no sufriera los daños de la contaminación ambiental. Ella fue profesora de biología y aún trabaja en el complejo carcelario de Magdalena. "Pero además de los problemas de la salud y ambientales, nos quitaron la vida que teníamos. Evidentemente los magdadelenses tenemos nuestro estilo de vida. No nos dimos cuenta hasta que nos lo quitaron. Lo primero que vimos fue que a nuestro negocio, que trabajaba tan bien, no venía nadie, pero a todos nos quitaron nuestras costumbres, porque el río era un punto de encuentro", explicó la mujer.
Gandulfo recordó su infancia: "Además de una fuente de ingreso por la cantidad de gente que venía a pasar el verano, el río era un lugar de encuentro social, era bellísimo. Nosotros nos íbamos en bicicleta y nuestros hijos también, porque se encontraban ahí. Aunque tenemos pileta, nunca pude hacer nada para retenerlos porque no podía tener a todo el pueblo en el patio de mi casa. Ahora el lugar de encuentro es la plaza de Magdalena".
Rubén Cosimano, que es platense pero tiene una estación de servicios en el centro de Magdalena, fue uno de los principales impulsores para reunir a 500 de los 10 mil vecinos que viven en la ciudad en un solo juicio.
El hombre sospecha de una suerte de "inteligencia" de la empresa para que los juicios no prosperen. Y habla basado en su experiencia para reunir al 5 por ciento de los magdadelenses en la causa en la que también están Bincaz y su esposa.
"Mientras reuníamos las firmas para iniciar la demanda, los comerciantes me decían que tenían miedo porque la empresa les iba a mandar a la DGI... muchos no tenían sus cosas en regla y nunca demandaron... porque demandar, tendría que haber demandado el pueblo entero", describió.
Los vecinos están convencidos de que el barco de la empresa Shell no cumplía con las normas de seguridad para trasladar el petróleo y que ni siquiera tenía una doble pared de seguridad.
Pero por sobre todas las cosas, piensan que fueron subestimados por la empresa. "Qué puede pasar con un pueblito de Sudamérica, con un pueblito que se llama Magdalena, que encima está en Argentina. Vinieron, hicieron un poco de marketing y después desaparecieron, pero el petróleo todavía está acá, bajo tierra, bajo la arena, cualquiera hace un pozo y se da cuenta", describió Gandulfo.
Cosimano recuerda y comenta una sospecha generalizada: "Después de que se dieron por finalizados los trabajos aparecieron unos japoneses, y cada vez que venía alguien a la playa aparecía un fotógrafo. Y en los diarios salía que todo estaba bien en Magdalena".

Informe especial
Derrame - Las causas judiciales más importantes

LA PLATA, 01 DIC 2004.- Entre las causas más importantes que se tramitan en el Tribunal Federal de La Plata, se encuentra una de la Municipalidad de Magdalena que tiene sentencia, aunque fue apelada por la empresa Shell Capsa.
Se trata de una demanda por el daño ambiental en la que se exige la reparación del ecosistema y, aunque no contempla resarcimiento económico alguno, se calcula extraoficialmente que la petrolera debería invertir alrededor de 32 millones de dólares para darle cumplimiento.
En otra causa, el mismo Municipio solicita la suma de 200 millones de pesos por daños y perjuicios, aunque la presentación en la que el reclamo alcanza cifras millonarias es en la de los más de 500 vecinos nucleados bajo la carátula "Bincaz José Luis y otros c/ Shell Capsa y Ot. s/ daños, expediente 31.811", en la que se exigen mil millones de pesos más "rubros indeterminados" que podrían sumarse en el caso de que la Justicia dé un fallo favorable para los demandantes.