"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

29 de abril de 2010

Adiós a una Madre



La Madre de Plaza de Mayo platense Lidia Anselmi de Díaz murió hoy, a los 87 años. Luchaba por la búsqueda de su hijo Ricardo Antonio Díaz Anselmi, desaparecido el 7 de febrero de 1977, y para saber qué pasó con él. Buscaba una verdadera justicia. “Todos los desaparecidos son nuestros hijos, como todos los niños apropiados son nuestros nietos. Los que encontramos y los que vamos a encontrar”, escribió, hace unos días, en Diagonales.
Las Madres de Plaza de Mayo de La Plata informaron su muerte con tristeza porque se fue una compañera infaltable e infatigable, muy solidaria y querida.
Lidia había comenzado la búsqueda de su hijo el mismo día que desapareció porque, contó, al tener un marido militar, tenía pleno conocimiento de lo que estaba pasando en el país. Recorrió comisarías, cuarteles e iglesias, inició las rondas en la Plaza de Mayo y en 1980 viajó a Brasil a entrevistarse con el Papa Juan Pablo II.
En una nota que escribió para Diagonales, explicó: “Dicen que el camino se hace andando, y en el andar de las Madres hay muchos recuerdos, muchas cosas compartidas. Tal vez se nos confundan algunas fechas, porque los años han pasado, pero no se nos confunden los hechos porque están amparados por la verdad que se relata día a día”.
Sus compañeras aseguraron que “Lidia se fue a rondar a otro espacio, a una ronda que es invisible a nuestros ojos pero desde la que nos acompaña”.
Sus restos son velados en Vuida de Boccia y Hermanos, en 57 entre 13 y 14 y el sepelio será mañana, a las 9, en el cementerio local.

25 de abril de 2010

Hijo de desaparecidos da pelea contra las mineras en Andalgalá


Tenía apenas un año y medio cuando el Ejército y la Policía Bonaerense atacaron su casa con ametralladoras, fuego de mortero y bombas de fósforo; la madrugada del 22 de noviembre de 1976. Como dos días después iba a pasarle a Clara Anahí Mariani, aquella trágica madrugada él fue el único sobreviviente. Antes de morir, su papá logró ponerlo dentro de un colchón enrollado y tirarlo a la casa vecina. Su mamá, que estaba embarazada y le faltaba sólo una semana para dar a luz, murió en la balacera con su bebé en la panza. “A mí me secuestró Etchecolatz y me entregaron a una familia de un suboficial, pero a las dos o tres semanas me recuperaron mis abuelos”, contó Nicolás a Diagonales. Creció en Olavarría, volvió a La Plata a recuperar su historia y desde 2005 vive en Andalgalá, en Catamarca, donde se encontró con la minería a cielo abierto que ahora denuncia. Esta es la primera vez que cuenta su historia a un medio de comunicación.
El 15 de febrero un grupo de élite de la policía catamarqueña desató una brutal represión sobre los vecinos que se oponen a la minera Agua Rica, proyecto que pretende operar a 17 kilómetros de Andalgalá, y que es tres veces más grande que el muy cuestionado Bajo la Alumbrera. Un platense llamado Nicolás Berardi, hijo de desaparecidos, fue detenido ese día a las 17 y liberado 8 horas después, por la presión ejercida por más de 5 mil de los 17 mil vecinos del pueblo, quienes, pese a los golpes, las balas y los gases, rodearon la comisaría y exigieron a pedradas la liberación de los manifestantes detenidos.
De visita en La Plata, Nicolás se tomó unas horas para hablar con Diagonales. La entrevista fue en un bar de 4 y 51, mientras en el ex edificio de la Amia, a media cuadra, se desarrollaba el juicio a los penitenciarios y médicos de la Unidad 9 acusados de crímenes y torturas cometidas en el penal durante la última dictadura. Berardi veía pasar a los militantes, las madres, las abuelas y ex detenidos desaparecidos mientras evocaba su historia.

BICHICUÍ. María Isabel Gau iba a la Escuela Normal y Adolfo José Berardi, al Instituto José Manuel Estrada de Olavarría cuando se pusieron de novios. Terminaron el colegio, se casaron y en 1971 se mudaron a La Plata, donde empezaron a estudiar. “Ella hacía el Profesorado de Biología y él, el de Ciencias Económicas”, recordó Nicolás. Ambos militaban en la Liga de Estudiantes Socialistas y con el triunfo de Héctor Cámpora pasaron a la Juventud Peronista. Fueron Montoneros y pasaron a la clandestinidad en septiembre de 1974.
La casa de los padres de Nicolás, en 63 entre 15 y 16, era una de las tres viviendas operativas de Montoneros en La Plata. “Funcionaba como un centro de falsificación de documentos para los militantes clandestinos, que tenían pedidos de captura y necesitaban moverse por el país”, explicó. Las otras eran la de Mirta Noemí Dithurbide, en 139 entre 47 y 49 (no hay 48) que cayó el mismo 22 de noviembre, pero al mediodía, y le costó la vida a seis militantes; y la de Diana Teruggi y Daniel Mariani, en 30 entre 55 y 56, en la que el 24 de noviembre de 1976 fueron asesinados cuatro jóvenes militantes y fue robada la bebé Clara Anahí Mariani Teruggi.
Si bien no hay una certeza sobre cómo fue que las casas cayeron con tan pocas horas de diferencia, Nicolás supone que los grupos de tareas llegaron a su casa después de haber secuestrado a un ingeniero de apellido García Cano, quien habría construido en las tres viviendas lo que en la jerga de montoneros se llamaba “embutes” y que podrían ser descriptos como escondites muy sofisticados y difíciles de abrir.
Los tres operativos fueron conducidos por Ramón Camps y Miguel Osvaldo Etchecolatz, cuya presencia está confirmada al menos en las casas Gau-Berardi y Teruggi-Mariani. En ambos casos, además, se menciona que los bebés que sobrevivieron a las balaceras quedaron en manos de Etchecolatz.
Aquellos días de terror, de ráfagas de ametralladoras, fuego de morteros y bombas de fósforo, los padres de María Isabel Gau estaban en La Plata. Paraban en el Hotel Provincial, donde esperaban la llegada de su segundo nieto. De pronto, se encontraron con que habían matado a su hija embarazada y su nieto de un año y medio estaba con un suboficial de policía identificado como Aquiles Caputo. “Deben haber tenido la impunidad de las personas del interior que no sabían nada”, especuló Nicolás. Lo cierto es que llegaron a Etchecolatz. “Me contaron que el tipo los llevó a su oficina, los sentó frente a él y me puso a mí en el medio. Entonces, les dijo que yo iba a elegir con quién quedarme. Bichicuí, me llamaba mi abuela. Y me fui con ella”.

–¿Bichicuí?
–Dicen que era el apodo con el que me llamaban mis viejos.
–¿Tienen idea de la razón por la que Etchecolatz cumplió con su palabra?
–Es una de esas cosas que no tienen explicación. Tengo una abuela de apellido Aguer y tal vez, dentro de las muchas hipótesis que manejamos, creemos que esa situación los haya intimidado. Es raro. No tenemos certezas.

Cuando le devolvieron a Nicolás, los apropiadores entregaron también su cuna, sus juguetes y toda su ropa, que había sido robada de la casa y formaban parte del cuarto que le había armado su apropiador.
Nicolás creció en Olavarría con sus papás como desaparecidos. Vivía con sus abuelos maternos. Un fin de semana lo pasaba con su abuela paterna y el otro con el abuelo, que vivían separados. “Tenía –recordó– tres historias distintas”.
“Mi abuelo murió en 1977, no resistió lo de mi vieja. Con la llegada de la democracia, en 1983, la asesoría de psicólogos recomendó que nos mudáramos y nos fuimos a La Pampa. Viví con mi abuela materna, mis tías y primos de mi edad”. A los 18 años, Nicolás eligió volver a La Plata a estudiar. Hizo Diseño y después Educación Física, pero se quedó con el profesorado de Ciencias de la Educación.
“Yo llegué sabiendo que mis viejos eran desaparecidos. Y acá me puse a averiguar qué había pasado. Quería recuperar las casas en donde había vivido y, entonces, hice un juicio de declaratoria de herederos. En esa época, dibujaba bebés dentro de ojos. Iba al psicólogo y pensaba que me pasaba algo, pero entonces un tío vino a contarme que mi mamá estaba embarazada cuando la mataron”, recordó.
Nicolás hizo un juicio por desalojo y, después de perder y apelar, recuperó su casa en 2004, con técnicas de okupas: “Había sido usurpada en el ‘83 por el familiar de un policía, un tipo que andaba en el robo de autopartes o algo así. Miré el lugar hasta que se fue. Un día puse un ladrillo en la puerta, esperé una semana y entré cuando confirmé que no había nadie. Ahora viven dos chicos de Olavarría y una chica de Andalgalá”.
Del 22 al 24 de noviembre la casa abre sus puertas. Se imprimen 200 invitaciones que se reparten entre los vecinos más cercanos y se realiza una convocatoria a realizar algunas actividades culturales. La primera vez, el matrimonio de la casa de enfrente se presentó ante Nicolás con una mamadera y un par de chupetes que habían usado la noche que mataron a sus padres para tratar de calmarlo después de la balacera, cuando la policía empezó a vaciar su habitación para mudarla a la casa de su apropiador.
Después de terminar sus estudios, en 2005, Nicolás entendió que debía buscar su lugar en el mundo. Estaba entre Córdoba y Andalgalá, donde finalmente se instaló, conoció a Paz y ahora tiene un hijo de un año y medio.

EL ALGARROBO. En Andalgalá, Nicolás es uno de los hippies. Uno de los jóvenes que llegaron de ciudades importantes para vivir conectados con la naturaleza. Así lo categorizan las autoridades comunales, que cuando hay un alguna movida ecológica preguntan: ¿cuántos hippies hay ahí? “No se animan a decir subversivos, pero también nos dicen fundamentalistas, terroristas y extremistas”, reveló.
El problema para las autoridades parece ser que los “hippies” no son los únicos que se oponen a la minería a cielo abierto. Cada protesta reúne unas 2.000 personas y después de la represión, en febrero, 5.000 vecinos salieron a la calle y se la tomaron con la comisaría.
“Cuando la policía llegó al pueblo, las chicas y las señoras le llevaban agua y frutas frescas, pensando que la represión iba a ser menos dura. Ni se imaginaban lo que iba a pasar”, explicó Nicolás.
Unas 20 mil personas viven en Andalgalá, que a través del riego por acequias mantiene plantaciones de membrillo, nogales y olivos.
La minera Agua Rica todavía está en etapa de exploración. Ubicada entre 17 y 25 kilómetros del centro del pueblo (según midan los vecinos o la empresa), en donde nacen los ríos que alimentan de agua a la población, se calcula que su tamaño será tres veces más grande que La Alumbrera y que cada pozo –abierto con 25 mil kilos de dinamita– tendrá un diámetro de un kilómetro y una profundidad de mil metros. A lo lejos se ven las luces de la minera, que consumiría más energía que la ciudad de San Miguel de Tucumán.
“La roca sale hecha polvo y a ese polvo se le pone agua. En un segundo usan el agua potable que usaría toda una familia en un año. Al concentrado que queda lo someten a un proceso de lixiviación con cianuro, que hace que se separen los metales. Sacan oro, plata, cobre, molibdeno -que es una mezcla de metales-, uranio y tierras raras, que caen en un dique. Por cañerías lo llevan de Catamarca a Santiago del Estero –310 kilómetros–, pasando por Tucumán. En Santiago del Estero lo cargan en camiones hasta Santa Fe, donde parten en barco con destino a Canadá, según dicen. El uranio es materia prima para desarrollar tecnología atómica y las tierras raras son utilizadas para tecnología de alta complejidad en la industria armamentística”, describió Nicolás. Y afirmó: “El mayor problema es que se trata de una industria química y el derecho al agua es el derecho por excelencia de los pueblos, un derecho a la vida”.

–¿Qué hay que hacer?
–Hay que prohibir el modo de producción a cielo abierto. Tiene que prohibirse la minería por lixiviación química con utilización de cianuro. Canadá, Europa y casi todo Estados Unidos ya lo hicieron. No existe la minería química a pequeña escala sin contaminación.
–¿Cómo hacen?
–Hay que volver a la minería tradicional, que no es tan insegura como antes, a las minas capillitas, por socavón y galería. Más artesanal.
–¿Agua Rica no producirá trabajo para la región?
–Si La Alumbrera fuera tan óptima, Catamarca no sería tan pobre. Ya no podemos pensar que las promesas van a ser reales.


Andalgalá, ubicada al noroeste de Catamarca, es la tercera ciudad en importancia de la provincia.

RECUADROS
Laura y María del Cielo
El mediodía del 22 de noviembre de 1976 la policía bonaerense y el ejército cayeron sobre una casa de 139 entre 47 y 49 de Mirta Noemí Dithurbide y su compañero Roal Montes. Mirta, que tenía 19 años y una hija llamada María del Cielo, estaba embarazada y murió en el ataque. También murieron Montes, Miguel Ángel Tierno, María Graciela Toncovich y Elda Aída D'ipolito.
La abuela de María del Cielo, que vivía a dos cuadras, había notado movimientos raros en el barrio y había ido a buscar a su nieta. También se llevó a Laura, hija de Elda D'ipolito, quienes vivían en la misma casa. Las dos nenas llegaron a escuchar un tiroteo muy ruidoso y prolongado. “No sé cómo y por qué sabíamos que se trataba de un ataque a mi casa, mis cosas y mi familia. Yo los creí inmortales y recuerdo que escondidas debajo de la mesa de la cocina gritábamos con Laura ‘dale que ganamos’”, contó María del Cielo en una denuncia, en 1998.

Clara Anahí
El 24 de noviembre de 1976, un grupo de 150 policías de la Bonaerense al mando de Ramón Camps y Miguel Etchecolatz arrasaron la casa de la calle 30 de La Plata en la que vivían Daniel Mariani y Diana Teruggi, con su hija, Clara Anahí, que en ese momento tenía tres meses.
Daniel Mariani no estaba en la casa, aunque fue asesinado ocho meses después. Además de Diana, murieron en el ataque Roberto César Porfidio, Juan Carlos Peiris y Daniel Mendiburu Elizalde. Clara Anahí sobrevivió por una acción de su mamá: así como el papá de Nicolás lo metió en un colchón y lo pasó a la casa del vecino, tras la primera descarga, Diana escondió a Clara Anahí en una bañera, bajo una pila de almohadones.
Después del tiroteo, la bebé fue robada y hasta la fecha permanece desaparecida, aunque se sospecha que podría ser Marcela Noble, criada como propia por la dueña del multimedios Clarín, Ernestina Herrera de Noble.
Su abuela, María Isabel “Chicha” Chorobik Mariani, lleva adelante una búsqueda que este año cumplirá 34 años.

La Alumbrera
En Bajo Alumbrera, la minera habría dejado un cráter de dos kilómetros de diámetro y 600 metros de profundidad. Según denuncias, en un mes se utiliza allí la misma cantidad de dinamita que en el resto de Argentina en un año. Por día se muelen 340 toneladas de tierra de las que se obtienen, gracias a los ácidos, seis gramos de oro y seis kilos de cobre por tonelada.

24 de abril de 2010

Taxi diablo



Algunas veces, subir a un taxi es subir a un mundo extraordinario. Eso es lo que pensó el tipo cuando vio el tapizado de cuerina roja en los asientos y la calavera de metal a la que se le encendían los ojos rojos cada vez que el chofer apretaba el freno. Afuera, la tormenta volvía aún más diabólico al auto, conducido por un hombre pequeño, de poco pelo blanco, que parecía cerca de los 70 años.
-¿Quién le tunea el auto? –se animó a preguntar el pasajero.
-Yo. No dejo que nadie lo toque –respondió el chofer.
-Todo rojo –advirtió el tipo- ¿A qué se debe?
-Es por el Gauchito Gil. ¿Sabés quién es?
El tipo le dijo que claro, que cómo no iba a saber, y se quedó unos segundos mirando el interior del auto y la luz roja que iluminaba al chofer cada vez que apretaba el freno. El hombre le pareció, entonces, todavía más viejo que cuando pensó en el diablo.
-Usted ya podría estar jubilado ¿cómo es que sigue trabajando? –se lanzó el pasajero.
-Yo ya estoy jubilado, pero si no trabajo me muero –respondió el chofer, absolutamente humano.
-Claro –concedió el pasajero, casi convencido.
-Lo que pasa es que me gusta mucho la joda y la plata del taxi es toda para mí. La jubilación se la doy a mi mujer y yo me quedo con lo que hago acá –reveló el hombre.
-¿Qué joda es la que le gusta?
-Me gusta salir a comer, tomar un vino… y las minas… Me gustan las minas.
-¿Le gusta el cabaret?
-No. El cabaret es para giles.
-¿Dónde sale a levantar minas?
-Voy al club de solas y solos.
-Pero usted es casado.
-¿Qué tiene que ver? La plata que gano en el taxi la uso para salir con las minas. Las invito a cenar, pago el hotel y toda la joda. Pero hay que tener cuidado, porque las minas enseguida te salen con que no te pudieron llamar porque no tenían crédito y quieren que les compres tarjetas, te dicen que les cortaron el gas o la luz y te quieren manguear, pero yo no soy un gil: salgo dos o tres veces y chau.
Llovía, hacía frío y la noche parecía más oscura. Cuando se bajaba del auto, el pasajero volvió a ver la cuerina roja de los asientos y la calavera de metal a la que se le encendían los ojos rojos. No lo convenció el homenaje al Gauchito Gil. Esta vez, le pareció ver al volante al mismísimo demonio, haciendo de las suyas, personificado en un viejo crápula.

8 de abril de 2010

Filmado en La Plata


Cuando estaba a media cuadra del cine, Cecilia pensó que algo raro pasaba, pero no se imaginó que iba a encontrarse con unas 50 personas que conversaban, en pequeños grupos, en el hall central del Cinema Paradiso. La imagen no dejaba de ser la habitual para la camarera del café de la sala platense, pero, que la gente estuviera ahí a las 11.30 de la mañana era una rareza. La chica se asomó a su territorio y sonrió al ver a Roger, la primera cara conocida. Entonces, cruzó las mesas con gesto de no entender nada y se lanzó detrás de la barra, a salvo.
-¿Qué pasó?, le preguntó.
-Hay una conferencia de prensa porque una productora de Buenos Aires viene a asociarse con una productora de La Plata para filmar una película de terror.
-No sabía que tenía que venir más temprano.
-¿A qué hora entrás?
-A las 11.30.
-¿Ya son las 11.30?, preguntó Roger, sorprendido.
-Sí –dijo la chica-, pero a mí no me dijeron nada.
-No te preocupes, si no te dijeron nada es porque no tenías que venir. Igual, como ya me pidieron café, te prendí la máquina-, dijo Roger, que estaba ahí para ver, porque su trabajo es el de proyectar películas.
En el hall que Cecilia cruzó extrañada, una chica se paseaba con una remera de Ténebre, de Darío Argento, mientras que periodistas, productores y amigos conversaban sobre lo que venía: la presentación del rodaje de Sudor frío, una película de horror argentina pensada para ser estrenada en las salas comerciales, filmada en 35 milímetros, con la coproducción de Pampa Films y Paura Flics, y los protagónicos de Facundo Espinoza, Marina Glezer y Camila Velasco.
-¡No sé lo que hago acá!-, advirtió el actor platense Omar Gioiosa a un periodista.
-Yo sí: ¡Sos el asesino!-, le retrucó el escriba, que al segundo siguiente sumó entre los malos a otro actor platense: Omar Mussa. “Elenco completo”, pensó.

CINE DE TERROR. A simple vista, Pampa Films parece una productora que quiere tener público. Produjo La señal, que es la primera película de Ricardo Darín como director, y el año pasado anunció la filmación de una película erótica con Natacha Jaitt que, parece, quedó en la nada. Además, produce La leyenda, con Pablo Rago; Encuentros Prohibidos, con Araceli González; y un par de películas basadas en buenos libros, como el infantil “El Inventor de Juegos”, de Pablo De Santis, y “Tuya”, de Claudia Piñeyro, finalista del premio Planeta.
La productora andaba, también, detrás de un filme para asustar. Al menos así lo explicó en La Plata Juan Pablo Buscarini, uno de los dueños de Pampa Films. “Nos interesaba hacer cine de terror. Sabíamos que ellos hacían y sabíamos que no se puede hacer cine de terror de manera impostada”, describió.
Y ahí es cuando apareció Paura Flics, una productora platense independiente cuya primera película, Habitaciones para turistas, en 2004 participó del 8º Festival Internacional de Cine Las Américas en la ciudad de Austin, en Texas, donde se la consideró no como más de lo mismo, sino como una renovación del género. La película, además, arrasó con el 5º Buenos Aires Rojo Sangre.
Desde entonces, Paura Flics hizo otras cuatro películas: “Grité una noche” (2005), “36 pasos” (2006), “No moriré sola” (2008), “Masacre esta noche” (2009) y, todas precedidas por una catarata mundial de elogios y premios. Tienen, además, una película no estrenada en Argentina, filmada en Costa Rica, que se estrena en mayo en los cines de toda Centroamérica.
Sorprendido con los bajos presupuestos con que habían logrado filmar, las situaciones de rodaje que saltearon y la admiración que despertaron con su cine, Buscarini ofreció una sociedad en la que Pampa Films aportaría equipos e infraestructura financiera para una película que sería dirigida por Adrián García Bogliano.
Bogliano nació en Madrid, España, en 1980, pero es platense por adopción. Obsesionado con el cine de terror, hizo Habitaciones para turistas con sólo 5.000 dólares. Tenía 20 años cuando la empezó a filmar. Desde entonces, no dejó de filmar y viajar por el mundo para mostrar su trabajo. Ahora, prometió “una película de terror fuerte y salvaje que se podría comparar con El juego del miedo, con una buena dosis de humor negro y suspenso”.
Los desprevenidos tendrán que esperar un poco para tener su dosis de sangre. Creerán que fueron a ver una romántica, pero “a los 20 minutos la película se transformará en una montaña rusa de terror que no le dará ningún respiro al espectador”, según prometió Bogliano.
Sobre el guión, adelantaron dos cosas importantes. Las víctimas son jóvenes tecnologizados, que se la pasan conectados a internet y participan de las redes sociales, mientras que los victimarios son mano de obra desocupada de la última dictadura militar. “Perdimos la fábrica, pero pusimos un kiosquito. Seguimos trabajando”, ironizó Gioiosa.

LOS ACTORES. Aunque Marina Glezer hizo Valentín, Roma y El Polaquito, al primero que reconoció Cecilia fue a Facundo Espinoza. Parada detrás de la barra del café, vio llegar al actor de Son Amores y Valientes conectado a su Blackberry. Facundo fue primero en hablar y el único en admitir que le atrae el terror por ciertos problemas psicológicos: “a los 7 años mi mamá me hizo ver El Exorsista. Y a los 8 La Profecía. Cada vez que me llevaba al cine me decía que no me asustara, que sólo era una película. A los 10 me hice fanático de Fredy Krugger y a los 12 de Masacre en el infierno, que es de un loco con una motosierra. Imagínense. Si quieren saber más vayan a preguntarle a mi analista”, sugirió.
La Glezer y Camila coincidieron en que el cine de terror les da miedo. La actriz dijo que se angustia y la modelo aseguró que a los 10 años vio El proyecto Blair Witch. Desde entonces, tuvo que dormir con la luz prendida.
En "Sudor Frío", Camila es una chica extrovertida y segura de sí misma que la pasa metida en internet, hasta que se encuentra con los malos, que le tienden una trampa. Facundo es el novio abandonado que sale a buscar a su chica. Y Marina es la amiga enamorada dispuesta a ayudar. “Son tres jóvenes a los que se les cae el peso de la historia Argentina sin saber lo que les está pasando”, describió Facundo.
Al final, los actores platenses se hicieron cargo de lo que les tocaba y explicaron sus roles en la película. Mussa y Gioiosa contaron que eran ex integrantes de alguna agrupación de derecha que se habían dedicado a matar. Antes por política y ahora por placer.
Cuando todo hubo terminado y los actores se iban a la locación para pasar la letra, Cecilia recordó lo que un compañero le había dicho.
-Un compañero de teatro me dijo que iba a haber una conferencia en el cine, pero como a mí no me habían avisado nada, pensé que se había confundido.
-¿Vos estudias teatro?, preguntó Roger, sorprendido.
-Sí, claro-, dijo ella.

SUDOR FRIO. Se filmó en una casa de Diagonal 74 entre 5 y 6 en 19 días. Se usó una cámara Phantom, de altísima velocidad –especial para el género-, y será editada en 35 milímetros, lo que le permitirá ser estrenada en todas las salas de cine del país a partir del próximo 28 de agosto.
La avant premier, obvio, será en La Plata.

5 de abril de 2010

Los tobas en La Plata


“Para algunos tiene más interés la tierra en la que podrían sembrar soja que las personas que la habitan desde tiempos ancestrales”, dice Alejandro Ferrari a Diagonales, con la experiencia de su viaje al impenetrable a flor de piel y la sangre caliente, luego de conocer la experiencia de unos dos mil aborígenes despaisados, que malviven en casas de adobe o bajo los árboles, alimentados a hojas y miel, desnutridos, cada vez peor por los cambios que sobre su hábitat ejerce la sobreexplotación de las tierras vecinas, desde la tala del Amazonas a la utilización del agua de los ríos para regar sembradíos. “En el impenetrable, los chicos tienen una extraña lastimadura en el cuello, a la altura del oído, que apoyan en la tierra cuando duermen, agusanados”, explica, mientras muestra una pila de fotos que lo confirman.
En medio de aquel paisaje desolador, una leyenda empezó a forjarse una tarde en que los tobas esperaban una señal divina en medio de un ritual. Ocurrió entonces que escucharon la voz de una mujer que cantaba desde los parlantes de un auto que pasaba por la ruta: quién es, se preguntaron. Un cacique agarró unas pocas cosas y la fue a buscar. Patricia Sosa acababa de dar un concierto en Córdoba cuando recibió una carta en la que le pedían ayuda. No sabía que iba a crear la fundación “Pequeños Gestos, Grandes Logros”. Y mucho menos que tendría en La Plata a algunos de sus principales colaboradores.
Doce miembros de varias comunidades tobas del Chaco impenetrable llegaron hoy a La Plata para realizar cursos de construcción de viviendas, artesanías y cooperativas. “La idea es ayudarlos a mejorar su calidad de vida”, cuenta Ferrari, el contador platense que es mentor y sostén del viaje, junto al cheff Cristian Ordóñez, quienes se sumaron a la Organización No Gubernamental (ONG) de la cantante y viajaron al Chaco en noviembre último. Ferrari, convocado por la admiración que sentía por Patricia Sosa, y Ordóñez, por la causa nomás.
“Lo único que busca la fundación es ayudar a los tobas para que puedan, sin perder su cultura, insertarse en la nuestra y tener recursos para generar sus propias fuentes de ingreso y vivir con dignidad. No hay ningún interés político ni religioso, sino cultural y humanitario”, afirma Ferrari en la oficina platense de Pequeños Gestos…, su propio estudio contable.
La idea del viaje, que se extenderá de hasta al 17 de abril, es que los doce aborígenes que llegan a La Plata a formarse puedan extender a sus comunidades algunas técnicas para perfeccionar la producción de artesanías, que puedan adquirir conocimientos en construcción para hacer sus propias casas y, por último, iniciarlos en el cooperativismo, como manera de organizar sus actividades económicas. La fundación Ala Plástica, el laboratorio de tecnología habitacional de la facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y el colegio de graduados en Cooperativismo y mutualismo de la República Argentina, capacitarán a los miembros de las comunidades.
“Algunos de los tobas que vienen a La Plata nunca vieron una ciudad”, cuenta Ferrari, con ojos iluminados, y saca la lista de las cosas que consiguió para que el proyecto fuera posible: “Van a parar en el Club Universitario, en Punta Lara”, dice, a manera de presentación de la lista de las empresas y organismos del Estado que se sumaron a la iniciativa de la fundación.

TIEMPO PASADO. Patricia Sosa, Ferrari, Ordóñez y otros 33 voluntarios, entre ellos dos estudiantes de la facultad de Odontología de la UNLP y su profesora, Adriana Gamino, fueron en noviembre al Chaco en un viaje recordado por un incidente en la ruta, cuando un piquete organizado por punteros políticos retuvo a la caravana y exigió quedarse con parte de la ayuda que la ONG llevaba al impenetrable, donde hace algunos años atrás las comunidades tobas vivían de la pesca en los ríos y la siembra artesanal.
“La contaminación y la deforestación, la tala del Amazonas y la utilización del agua de sus ríos para la siembra de la soja hicieron que se quedaran sin recursos naturales”, enumera el contador, mientras repasa las fotos de Villa Bermejito y describe: “La tierra está resquebrajada, porque llueve de vez en cuando y cuando llueve, llueve mucho. Las casas son de barro y muy precarias, pero algunas veces uno se encuentra con una cama al lado de un árbol. Y esa es la casa: no les llevamos ropa porque no tienen dónde guardarla. Los nenes que están gorditos están mal alimentados y casi todos los chicos están agusanados. Además, todos tienen problemas dentales. Sólo hay agua en las escuelas y es de color amarillo. Parece jugo, pero es el agua que toman”.
Cuando la fundación llegó hace dos años, los mismos tobas que habían salido de su territorio a buscar ayuda se dieron cuenta de que estaban todavía mucho peor de lo que pensaban. Tal vez por eso, algunas acciones concretas sobre su salud, parecen la bendición que buscaban.
Eduardo Galván es un oftalmólogo marplatense que colabora con la fundación. “Lo suyo –comenta Ferrari– es sencillo y emocionante, va con sus aparatos a revisar a los indios y a cada uno le da sus anteojos. Les pide a sus pacientes que le den los anteojos que van a tirar y los guarda en una caja que después se lleva al impenetrable. Cuando los tobas se ponen los anteojos y vuelven a ver se largan a llorar”.
Para la ONG, los cursos que vienen a hacer a La Plata permitirán a los tobas crear una cooperativa con la que comercializar sus artesanías y ser contratados para la construcción de obras públicas o benéficas, además de darles herramientas para construir sus propias casas.
“La fundación quiere sentar las bases para que ellos puedan sobrevivir. Pero ahora necesitamos que esta iniciativa perdure en el tiempo y que sigan las campañas”, agrega Ferrari, con una sonrisa que lo muestra en la ruta, en marcha.