"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

3 de abril de 2016

La abuela inundada

–Señora, tenemos que salir porque va a entrar más agua –le dijo Lourdes.
–Subamos las cosas –pidió ella.
Cómo negarse ante el pedido....
Chicha, con sus 90 años a cuestas y una ceguera progresiva que le impide ver nada definido, subía los papeles y recuerdos que guardaba en los muebles de su casa, a las sillas, a la mesa.
El agua entraba por todas partes pero todavía era posible pensar que era lógico que parara de llover.
Eso pensaba Chicha: ya va a parar.
–Salgamos señora –insistía Lourdes.
–Ya va a parar –respondía ella.
Pero no paraba.
Se hacía de noche. El agua crecía. No había electricidad. Y no paraba de llover.
Entonces sí, Chica admitió que debían buscar ayuda y abrió la puerta de calle. Un torrente de agua mugrienta y fría le llegó a la cintura.
Su tesoro, el archivo de la historia de su familia, los documentos que guardó para que Clara Anahí sepa, para que Clara Anahí conozca; las muñecas que le compró a su nieta en cada viaje que hizo para pedir su restitución, los papeles guardados durante los 36 años de lucha por la memoria, la verdad y la justicia, la historia de la bebé robada por los milicos, la bebé robada por los asesinos que creció sin saber quién era realmente, apropiada y negada, quedaban bajo el agua.
Todo bajo el agua de lluvia de una ciudad que se inundaba.
Y no paraba de llover.
Chicha estaba empapada y supo que tenía salir de la casa. Decidió ir a su habitación a buscar ropa. Abrió el ropero y se dio cuenta que ya no quedaba nada seco. Sintió el cansancio. Se sentó en la cama. El agua le llegó al pecho. No tenía miedo.
Veía como se perdía todo, pero no tenía miedo. Sabía que tenía que salir. Salvar la vida.
Cuando se disponía a dejar la casa, la puerta de su habitación se le cayó encima. Amortiguada por el agua, no la golpeó muy fuerte.
Lourdes, que estaba ahí para asistirla, que la acompañaba en su ceguera, que siempre le lee por las noches, llamó a un vecino que las ayudó a escapar por una puerta lateral. Las llevó a un primer piso, a la casa de una vecina, donde ya había otras mujeres.
Chicha se dio cuenta que una de las señoras estaba semidesnuda. Contaba que la correntada le había sacado la ropa. Entonces se vio a sí misma, con un camisón de verano, cubierta de hojas doradas, hojas del otoño. Y le causó risa sentirse como una Venus.
Durmió tres días seguidos.
Supo del desastre. Y de la solidaridad. Cuando quiso acordar, un vecino llevaba el almuerzo para un montón de gente que trabajaba en su casa, que trabajaba para quitar la humedad de las paredes y se las ingeniaba para salvar los documentos que Chicha guardó durante casi cuatro décadas para que Clara Anahí conozca algo de su verdadera historia. Papeles que colocaban entre papel secante, para luego colgarlos al sol y por las noches volver a guardarlos entre secantes. Y así todos los días. Para que se sequen, para que Clara Anahí sepa. Para que Clara Anahí sepa tiene una abuela. Una abuela que en 1977 se juntó con muchas otras abuelas para buscar a sus nietos desaparecidos, a sus nietos robados. Que tiene una abuela de 90 años que nunca dejó de buscarla. Una abuela que hace unos días escribió otro documento para atesorar: “Te quiero y te espero querida mía”, dice.