"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

24 de mayo de 2010

Le dan 45 días más de cárcel al estudiante de periodismo de la UNLP detenido en Chile


Cristian Molina es compañero de Pascual, con el que filmó un documental para una cátedra libre de la Universidad Nacional de La Plata (Foto: Eva Cabrera)

El estudiante de periodismo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) detenido en febrero pasado en Chile, condenado por incendiar un camión en 2002, sumó una nueva pena de 45 días de arresto por circular con documentación de su hermano, acusado del delito de “suplantación de identidad”. Pascual Pichún Collonao (27) vivía en La Plata y tenía en Argentina un permiso provisorio como refugiado político. Sabía que no debía volver a su Ñirripil natal, pero no aguantó: fue detenido por carabineros en Temuco, durante un control de rutina, el 26 de febrero, día que comenzó a cumplir su sentencia.
Pascual forma parte de una familia mapuche que vive en la comunidad Antonio Ñirripil, en Temulemu, en la comuna de Traiguén, en la IX Región de la Araucanía, en Chile. Su papá, que también se llama Pascual Pichún, es un logko, un cacique reconocido por la lucha por sus derechos de restitución territorial y gestión económica, política, social y cultural mapuche.
Al igual que su hermano Rafael, Pascual y su papá fueron acusados, procesados y condenados en 2003 a cinco años y un día de prisión por diferentes delitos relacionados con su lucha, aunque, después de un año de prisión, Pascual logró cruzar a la Argentina, donde vivió en la clandestinidad hasta que consiguió un permiso provisorio en donde se lo reconocía como refugiado político. Entonces, dio una entrevista a la revista Azkintuwe en la que contó parte de su historia.
Los hermanos fueron detenidos el 12 abril de 2002 acusados de incendiar un camión forestal que prestaba servicios a la forestal Nancahue, de propiedad del abogado, latifundista, ex ministro de agricultura de Patricio Aylwin, miembro del Tribunal Constitucional y presidente de la Fundación Pablo Neruda, Juan Agustín Figueroa Yávar, bajo los cargos de “atentado incendiario y homicidio frustrado”. Pascual y Rafael, que entonces tenían 19 y 20 años, pasaron un año en la cárcel de Traiguén, condenados por el Tribunal Oral en lo Penal de Angol sin beneficios; hasta que iniciaron una huelga que duró 35 días (30 días de huelga de hambre y cinco de huelga seca). “A tanto llegó la gravedad de nuestra situación que nos tuvieron que internar en el hospital. Ahí aceleran el proceso y llegamos a juicio oral en enero del 2003”, relató.
El resultado del juicio fue una condena a cinco años y un día de cárcel, con el beneficio de la libertad vigilada siempre y cuando pagaran una multa de unos 10 mil dólares. Los hermanos pasaron apenas un mes con una prisión domiciliaria, hasta que el beneficio fue revocado porque no habían pagado la multa. En mayo, los Pichún volvieron a la cárcel.
Sin embargo, apenas pasaron una semana presos, y volvieron salir, gracias a un recurso de amparo. Más tarde, en lugar de arresto domiciliario, los Pichún fueron beneficiados por un arresto nocturno, por el que todas las noches dormían en la cárcel de Traiguén. En ese momento, la Corte Suprema de Justicia de Chile ratificó la condena a cinco años y un día de prisión. “Si no pagábamos la indemnización debíamos pagar con cárcel. Cuando nos notifican de eso decidimos pasar a la clandestinidad. Se supone que nadie en Chile puede estar preso por deudas, eso dicen los convenios internacionales, pero para nosotros estaba claro: era la cárcel lo que nos esperaba”.
Los hermanos huyeron de la justicia chilena a fines de 2003. Y, despues de eso, cruzaron a Argentina. Rafael, que tenía mujer e hijos, decidió volver. Pascual vivió clandestino, hasta que en diciembre de 2005 consiguió que el Comité de Efectividad para Refugiados (CEPARE) le otorgara un permiso provisorio que le permitió estar en el país con su propia identidad. Entonces, se decidió a estudiar en La Plata.

LA EXPERIENCIA PLATENSE. La detención de Pascual generó un gran revuelo en La Plata. Sus amigos y compañeros abrieron un blog (http://pascuallibre.blogspot.com) y el grupo de Facebook Pascual Pichun estamos con vos.
Cristian Molina fue compañero de Pascual en varios emprendimientos. Juntos filmaron documentales para la cátedra de “Rescate de la memoria y educación con pueblos originarios” sobre wichis y tobas.
“Antes de venir a La Plata, Pascual vivió en Zapala, en la casa de una tía, y en Buenos Aires, donde dio algunas charlas en la UBA (Universidad Nacional de Buenos Aires) sobre la situación de los Mapuches. En 2004 vino a estudiar periodismo y conoció a (el Director General de Gestión y Extensión de la UNLP) Jorge Castro, quien lo ayudó a dar los primeros pasos en la universidad”, relató Molina.
Buen alumno, pronto se convirtió en ayudante de cátedra de Análisis de la Información. Además, se sumó a la Secretaría de Derechos Humanos de la UNLP, creó y co-condujo el programa radial “La Flecha” (en Radio Estación Sur). Además, colaboraba con el periódico mapuche Azkintuwe, con Indymedia Pueblos Originarios y administraba la web informativa del Encuentro de Comunicadores Indígenas de Argentina.
“Cuando se instaló en La Plata, tenía una vida como la de cualquier estudiante, con la impronta de la militancia en Derechos Humanos”, explicó Molina.
La idea de volver a Chile habría madurado en él en diciembre de 2009, luego de reencontrarse en Zapala con su mamá y su hermana, a quienes no veía desde hacía siete años. Según Molina, el último contacto con la familia había sido un mensaje que recibió en un DVD a mediados de 2007. “Él sabía que a Chile no podía ni llamar por teléfono”, afirmó.
“Pascual volvió a La Plata en enero y empezó a plantear que quería ir a vivir al sur. Planeaba trabajar en un proyecto de extensión universitaria en radio en San Martín de los Andes, dando talleres de locución, animación y producción periodística, pero sus amigos sospechábamos que quería cruzar a Chile. Le advertimos sobre los riesgos y le pedimos que se quedara un año más en La Plata, para terminar la carrera, pero no pudimos convencerlo”, afirmó el compañero. Las cargas política y emocional, y el mandato ancestral, pudieron con él, y Pascual cruzó los Andes. “Es el único de su familia que accedió a la universidad y es el que tiene que continuar con la lucha de su padre”, describió Molina.
El 26 de febrero Pascual iba a participar de una celebración en su Ñirripil natal, pero necesitaba una manta que no tenía y decidió ir al centro a comprarla. Iba con su hermano Rafael cuando los carabineros los detuvieron para identificarlos. Rafael les dio sus papeles y nada. Pascual le dio la identificación de su hermano Alejandro. Los policías dudaron pero los hermanos ya iban a salirse con la suya cuando llegó otro efectivo. A él se le ocurrió que, si había dudas, podrían sacárselas con un análisis de las huellas digitales. Así fue como Pascual Pichún fue identificado y comenzó a pagar una condena por prender fuego un camión. O por ser mapuche.

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"Estuve dos años clandestino y nunca antes había estado tan lejos de mi familia y tanto tiempo sin comunicación."

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"El tiempo que estuve en la cárcel fue también un factor importante para aprender más y reflexionar sobre lo que soy."

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"Para la prensa, los que soñamos y luchamos por una vida mejor para nuestra gente somos los terroristas, los violentos."



El colegio y la discriminación
Cuando tenía 11 años, Pascual fue a estudiar a la ciudad de Traiguén. “Llegábamos del campo y éramos mapuches, lo que nos convertía en el blanco de las burlas”, relató en una entrevista con un periódico Mapuche, donde recordó una escuela en la que se marcaba la “diferencia por color de piel”, en la que “el más morenito siempre era el último del curso”, “era centro de las bromas y hasta los profesores nos trataban mal”.
Pascual no quería seguir estudiando, pero igual accedió luego a la enseñanza media, donde se encontró en una situación opuesta. “Entré a turismo, no tenía idea del asunto, pero elegí turismo. El liceo tenía una característica particular: promocionaba la interculturalidad, algo novedoso que a nosotros (Pascual y sus hermanos Carlos, Rafael y Jamelia) nos gustó, también a mis padres, que ya estaban dentro del movimiento mapuche. Fue un periodo muy lindo. En ese tiempo había una recuperación muy fuerte de la identidad, ahí conocimos mucha gente hicimos muchos amigos, impulsamos iniciativas culturales, creamos el grupo (de música) Kimkache cuando estábamos en segundo medio y a través de Kimkache pudimos fortalecer nuestra identidad y encontrarnos con otros jóvenes. Eso nos ayudó a tomar conciencia de que éramos mapuches y miembros de un pueblo con una gran historia. Allí nos graduamos en el 2001”.

3 de mayo de 2010

La bicicletería


Los creadores de una bicicletería solidaria instalada en un barrio surgido de un asentamiento platense iniciaron una campaña de ayuda para recolectar cuadros, ruedas, pedales, manubrios, cajas dedaleras, estrellas, cadenas y asientos que pueda usar para reciclar y construir bicicletas. Ya hicieron 35, que se repartieron entre los chicos de la zona, pero van por más: quieren armar bicis para vender y poder avanzar con otros proyectos. No lo pueden evitar. Y ahí están: en medio de una comunidad que pelea por la tierra en los estrados judiciales y que avanza paso a paso en su transformación, de un descampado abandonado a un barrio con calles asfaltadas e iluminadas, con una plaza y la bicicletería como insignias, y un centro cultural y un centro médico en construcción. "El Centro de Resistencia Cultural Barrial nace en defensa de asentamientos y en la lucha contra las acciones de desalojo promovidas desde el Estado", se presentan. Más claro, imposible.
La Resistencia… nació en el barrio Los Robles, que ocupa seis manzanas en la zona de 16 y 609 y nuclea a algunos vecinos y jóvenes formados en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), con intereses personales que no terminaban de encajar en ninguna organización social o política, aunque trabajan en sintonía con el padre Luis Farinello, cuya fundación les brinda su apoyo.
Sebastián Cuccio es abogado y tiene 36 años. Hacía siete años que había dejado de ejercer el derecho cuando una familia amiga le pidió que interviniera en un juicio por desalojo. "Yo no sabía dónde vivían, pero a partir de ese acercamiento y de conocer su situación, es que tomé un compromiso con la gente que ocupa una tierra porque no tiene dónde vivir", describe.
Anita Osaba es periodista y tiene 29. "Conocí la experiencia de Sebastián durante el año pasado y me sumé para la realización de los talleres, pero no tenía ni tengo ninguna militancia política sino sólo convicciones", explica.
Como ellos, un grupo heterogéneo participa de La Resistencia… cuyo último logro fue el taller de bicicletas al que llamaron "Los Roblecitos".
–¿Cómo nació la bicicletería?
–Surgió como necesidad. En este barrio, arreglar una pinchadura de dos o tres pesos puede significar tener la bici colgada durante dos o tres meses– cuenta Cuccio.
–¿Cómo funciona?
–Ya reciclamos 35 bicicletas que fueron para los chicos del barrio, más algunas que hicimos para vender. Tres de los chicos: Pilín, Diego y Jhonny, le agarraron la mano. Vienen a contraturno de la escuela o entre las cinco y las ocho de la tarde.
–También los fines de semana– agrega Osaba.
–¿Ya vendieron muchas bicicletas?
–Es la idea, pero sólo vendimos algunas pocas, porque por ahora las bicicletas que armamos se las dimos a los chicos del barrio. Pensamos que podemos vender algunas más y, con esa plata, bancar el proyecto. Los chicos que trabajan se quedan con un porcentaje, como para que, de a poco, jugar con lo que es el cooperativismo. El resto lo usamos para comprar repuestos. A los chicos no se les cobra el arreglo, pero cada uno tiene que arreglar su propia bici. Les damos las herramientas y los guiamos, pero lo valioso es que aprendan. A los grandes, en cambio, se les cobra algo, aunque siempre un poco menos que en una bicicletería del centro– continúa la periodista.
–¿Quién les enseñó a arreglar bicicletas?
–Aprendieron en lo de Bigote. Este proyecto no hubiera sido posible sin Bigote, un tipo que cuando falleció les dejó la bicicletería en herencia a sus empleados. Ahí le enseñaron el oficio a un chico del barrio, que a su vez les enseñó a los otros. La bicicletería de Bigote nos permite acceder a los repuestos al costo o nos da algunas piezas para que las reciclemos– añade Osaba.

LOS PROYECTOS. Jhonnatan, de 9 años, fue quien hizo visible la necesidad de la bicicletería. El pibe, que es sordo, andaba en una bicicleta para adultos, sin pedales y algunas veces sin la cámara, por lo que la cubierta sobre el piso lo obligaba a hacer una fuerza que conmovía. Como se le zafaba el pie, se lo ataba, lo que significaba una seguidilla de caídas y golpes.
Gladys Barragán, hija de Roberto Barragán, "el tipo que tuvo la mala idea de crear la plaza del barrio –broméa Cuccio–, trabajó doble turno para comprar una casilla de cuatro por cuatro" en donde hoy funciona "Los Roblecitos".
Pero la bicicletería no es el único proyecto en marcha en el barrio Los Robles. En la plaza La Resistencia… se construye en estos días un centro cultural en donde, además del apoyo escolar, darán talleres de teatro, cine, música, plástica y fotografía, por mencionar sólo los que ya están confirmados; mientras esperan que la Municipalidad de La Plata construya el centro médico que se logró a partir de ganar el último presupuesto participativo.
"También vamos a trabajar sobre micro emprendimientos productivos, como en la realización de huertas y en talleres sobre salud preventiva y primaria", cuenta Osaba.
Para Cuccio, se trata de trabajar sobre tierra –y vivienda–, educación y salud desde lo cultural. "Estos barrios se forman por el crecimiento de la ciudad y quedan lejos de todo", describe. Y agrega: "Estas tierras todavía están en juicio por desalojo y estamos pidiendo la expropiación. La ocupación se produjo hace cinco año y de a poco se formó un barrio. Aunque el terreno ya estaba ahí, Barragán armó los juegos y fundó la plaza hace tres años. En diciembre inauguramos la bicicletería y ya tenemos varias calles asfaltadas, iluminación y los proyectos del centro cultural y el centro médico. Aquí ya hay una urbanización y no hace falta más que levantar la vista para ver que se trata de tierras especulativas. No tienen ni una vaca, ni una planta sembrada. Los dueños son una Sociedad Anónima que no paga impuestos desde hace 60 años y no pueden lotear y vender porque para eso tienen que hacer mejoras, como entubar un arroyo. Pero la gente ya no se quiere ir. Y si le preguntás a los vecinos, todos quieren comprar su terrenito".
–¿Qué pasó con los vecinos?
–Generalmente los vecinos ven una casilla de madera y lo asocian con el mal vivir y la delincuencia, pero acá, por ejemplo, se hizo un trabajo para que el asentamiento se transformara en un barrio- explica Osaba.
–Hoy, este lugar no es un asentamiento, es un barrio. Ese es el gran tema: la transformación– afirma Cuccio.

Foto: Alberto Direnzo