"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

25 de abril de 2010

Hijo de desaparecidos da pelea contra las mineras en Andalgalá


Tenía apenas un año y medio cuando el Ejército y la Policía Bonaerense atacaron su casa con ametralladoras, fuego de mortero y bombas de fósforo; la madrugada del 22 de noviembre de 1976. Como dos días después iba a pasarle a Clara Anahí Mariani, aquella trágica madrugada él fue el único sobreviviente. Antes de morir, su papá logró ponerlo dentro de un colchón enrollado y tirarlo a la casa vecina. Su mamá, que estaba embarazada y le faltaba sólo una semana para dar a luz, murió en la balacera con su bebé en la panza. “A mí me secuestró Etchecolatz y me entregaron a una familia de un suboficial, pero a las dos o tres semanas me recuperaron mis abuelos”, contó Nicolás a Diagonales. Creció en Olavarría, volvió a La Plata a recuperar su historia y desde 2005 vive en Andalgalá, en Catamarca, donde se encontró con la minería a cielo abierto que ahora denuncia. Esta es la primera vez que cuenta su historia a un medio de comunicación.
El 15 de febrero un grupo de élite de la policía catamarqueña desató una brutal represión sobre los vecinos que se oponen a la minera Agua Rica, proyecto que pretende operar a 17 kilómetros de Andalgalá, y que es tres veces más grande que el muy cuestionado Bajo la Alumbrera. Un platense llamado Nicolás Berardi, hijo de desaparecidos, fue detenido ese día a las 17 y liberado 8 horas después, por la presión ejercida por más de 5 mil de los 17 mil vecinos del pueblo, quienes, pese a los golpes, las balas y los gases, rodearon la comisaría y exigieron a pedradas la liberación de los manifestantes detenidos.
De visita en La Plata, Nicolás se tomó unas horas para hablar con Diagonales. La entrevista fue en un bar de 4 y 51, mientras en el ex edificio de la Amia, a media cuadra, se desarrollaba el juicio a los penitenciarios y médicos de la Unidad 9 acusados de crímenes y torturas cometidas en el penal durante la última dictadura. Berardi veía pasar a los militantes, las madres, las abuelas y ex detenidos desaparecidos mientras evocaba su historia.

BICHICUÍ. María Isabel Gau iba a la Escuela Normal y Adolfo José Berardi, al Instituto José Manuel Estrada de Olavarría cuando se pusieron de novios. Terminaron el colegio, se casaron y en 1971 se mudaron a La Plata, donde empezaron a estudiar. “Ella hacía el Profesorado de Biología y él, el de Ciencias Económicas”, recordó Nicolás. Ambos militaban en la Liga de Estudiantes Socialistas y con el triunfo de Héctor Cámpora pasaron a la Juventud Peronista. Fueron Montoneros y pasaron a la clandestinidad en septiembre de 1974.
La casa de los padres de Nicolás, en 63 entre 15 y 16, era una de las tres viviendas operativas de Montoneros en La Plata. “Funcionaba como un centro de falsificación de documentos para los militantes clandestinos, que tenían pedidos de captura y necesitaban moverse por el país”, explicó. Las otras eran la de Mirta Noemí Dithurbide, en 139 entre 47 y 49 (no hay 48) que cayó el mismo 22 de noviembre, pero al mediodía, y le costó la vida a seis militantes; y la de Diana Teruggi y Daniel Mariani, en 30 entre 55 y 56, en la que el 24 de noviembre de 1976 fueron asesinados cuatro jóvenes militantes y fue robada la bebé Clara Anahí Mariani Teruggi.
Si bien no hay una certeza sobre cómo fue que las casas cayeron con tan pocas horas de diferencia, Nicolás supone que los grupos de tareas llegaron a su casa después de haber secuestrado a un ingeniero de apellido García Cano, quien habría construido en las tres viviendas lo que en la jerga de montoneros se llamaba “embutes” y que podrían ser descriptos como escondites muy sofisticados y difíciles de abrir.
Los tres operativos fueron conducidos por Ramón Camps y Miguel Osvaldo Etchecolatz, cuya presencia está confirmada al menos en las casas Gau-Berardi y Teruggi-Mariani. En ambos casos, además, se menciona que los bebés que sobrevivieron a las balaceras quedaron en manos de Etchecolatz.
Aquellos días de terror, de ráfagas de ametralladoras, fuego de morteros y bombas de fósforo, los padres de María Isabel Gau estaban en La Plata. Paraban en el Hotel Provincial, donde esperaban la llegada de su segundo nieto. De pronto, se encontraron con que habían matado a su hija embarazada y su nieto de un año y medio estaba con un suboficial de policía identificado como Aquiles Caputo. “Deben haber tenido la impunidad de las personas del interior que no sabían nada”, especuló Nicolás. Lo cierto es que llegaron a Etchecolatz. “Me contaron que el tipo los llevó a su oficina, los sentó frente a él y me puso a mí en el medio. Entonces, les dijo que yo iba a elegir con quién quedarme. Bichicuí, me llamaba mi abuela. Y me fui con ella”.

–¿Bichicuí?
–Dicen que era el apodo con el que me llamaban mis viejos.
–¿Tienen idea de la razón por la que Etchecolatz cumplió con su palabra?
–Es una de esas cosas que no tienen explicación. Tengo una abuela de apellido Aguer y tal vez, dentro de las muchas hipótesis que manejamos, creemos que esa situación los haya intimidado. Es raro. No tenemos certezas.

Cuando le devolvieron a Nicolás, los apropiadores entregaron también su cuna, sus juguetes y toda su ropa, que había sido robada de la casa y formaban parte del cuarto que le había armado su apropiador.
Nicolás creció en Olavarría con sus papás como desaparecidos. Vivía con sus abuelos maternos. Un fin de semana lo pasaba con su abuela paterna y el otro con el abuelo, que vivían separados. “Tenía –recordó– tres historias distintas”.
“Mi abuelo murió en 1977, no resistió lo de mi vieja. Con la llegada de la democracia, en 1983, la asesoría de psicólogos recomendó que nos mudáramos y nos fuimos a La Pampa. Viví con mi abuela materna, mis tías y primos de mi edad”. A los 18 años, Nicolás eligió volver a La Plata a estudiar. Hizo Diseño y después Educación Física, pero se quedó con el profesorado de Ciencias de la Educación.
“Yo llegué sabiendo que mis viejos eran desaparecidos. Y acá me puse a averiguar qué había pasado. Quería recuperar las casas en donde había vivido y, entonces, hice un juicio de declaratoria de herederos. En esa época, dibujaba bebés dentro de ojos. Iba al psicólogo y pensaba que me pasaba algo, pero entonces un tío vino a contarme que mi mamá estaba embarazada cuando la mataron”, recordó.
Nicolás hizo un juicio por desalojo y, después de perder y apelar, recuperó su casa en 2004, con técnicas de okupas: “Había sido usurpada en el ‘83 por el familiar de un policía, un tipo que andaba en el robo de autopartes o algo así. Miré el lugar hasta que se fue. Un día puse un ladrillo en la puerta, esperé una semana y entré cuando confirmé que no había nadie. Ahora viven dos chicos de Olavarría y una chica de Andalgalá”.
Del 22 al 24 de noviembre la casa abre sus puertas. Se imprimen 200 invitaciones que se reparten entre los vecinos más cercanos y se realiza una convocatoria a realizar algunas actividades culturales. La primera vez, el matrimonio de la casa de enfrente se presentó ante Nicolás con una mamadera y un par de chupetes que habían usado la noche que mataron a sus padres para tratar de calmarlo después de la balacera, cuando la policía empezó a vaciar su habitación para mudarla a la casa de su apropiador.
Después de terminar sus estudios, en 2005, Nicolás entendió que debía buscar su lugar en el mundo. Estaba entre Córdoba y Andalgalá, donde finalmente se instaló, conoció a Paz y ahora tiene un hijo de un año y medio.

EL ALGARROBO. En Andalgalá, Nicolás es uno de los hippies. Uno de los jóvenes que llegaron de ciudades importantes para vivir conectados con la naturaleza. Así lo categorizan las autoridades comunales, que cuando hay un alguna movida ecológica preguntan: ¿cuántos hippies hay ahí? “No se animan a decir subversivos, pero también nos dicen fundamentalistas, terroristas y extremistas”, reveló.
El problema para las autoridades parece ser que los “hippies” no son los únicos que se oponen a la minería a cielo abierto. Cada protesta reúne unas 2.000 personas y después de la represión, en febrero, 5.000 vecinos salieron a la calle y se la tomaron con la comisaría.
“Cuando la policía llegó al pueblo, las chicas y las señoras le llevaban agua y frutas frescas, pensando que la represión iba a ser menos dura. Ni se imaginaban lo que iba a pasar”, explicó Nicolás.
Unas 20 mil personas viven en Andalgalá, que a través del riego por acequias mantiene plantaciones de membrillo, nogales y olivos.
La minera Agua Rica todavía está en etapa de exploración. Ubicada entre 17 y 25 kilómetros del centro del pueblo (según midan los vecinos o la empresa), en donde nacen los ríos que alimentan de agua a la población, se calcula que su tamaño será tres veces más grande que La Alumbrera y que cada pozo –abierto con 25 mil kilos de dinamita– tendrá un diámetro de un kilómetro y una profundidad de mil metros. A lo lejos se ven las luces de la minera, que consumiría más energía que la ciudad de San Miguel de Tucumán.
“La roca sale hecha polvo y a ese polvo se le pone agua. En un segundo usan el agua potable que usaría toda una familia en un año. Al concentrado que queda lo someten a un proceso de lixiviación con cianuro, que hace que se separen los metales. Sacan oro, plata, cobre, molibdeno -que es una mezcla de metales-, uranio y tierras raras, que caen en un dique. Por cañerías lo llevan de Catamarca a Santiago del Estero –310 kilómetros–, pasando por Tucumán. En Santiago del Estero lo cargan en camiones hasta Santa Fe, donde parten en barco con destino a Canadá, según dicen. El uranio es materia prima para desarrollar tecnología atómica y las tierras raras son utilizadas para tecnología de alta complejidad en la industria armamentística”, describió Nicolás. Y afirmó: “El mayor problema es que se trata de una industria química y el derecho al agua es el derecho por excelencia de los pueblos, un derecho a la vida”.

–¿Qué hay que hacer?
–Hay que prohibir el modo de producción a cielo abierto. Tiene que prohibirse la minería por lixiviación química con utilización de cianuro. Canadá, Europa y casi todo Estados Unidos ya lo hicieron. No existe la minería química a pequeña escala sin contaminación.
–¿Cómo hacen?
–Hay que volver a la minería tradicional, que no es tan insegura como antes, a las minas capillitas, por socavón y galería. Más artesanal.
–¿Agua Rica no producirá trabajo para la región?
–Si La Alumbrera fuera tan óptima, Catamarca no sería tan pobre. Ya no podemos pensar que las promesas van a ser reales.


Andalgalá, ubicada al noroeste de Catamarca, es la tercera ciudad en importancia de la provincia.

RECUADROS
Laura y María del Cielo
El mediodía del 22 de noviembre de 1976 la policía bonaerense y el ejército cayeron sobre una casa de 139 entre 47 y 49 de Mirta Noemí Dithurbide y su compañero Roal Montes. Mirta, que tenía 19 años y una hija llamada María del Cielo, estaba embarazada y murió en el ataque. También murieron Montes, Miguel Ángel Tierno, María Graciela Toncovich y Elda Aída D'ipolito.
La abuela de María del Cielo, que vivía a dos cuadras, había notado movimientos raros en el barrio y había ido a buscar a su nieta. También se llevó a Laura, hija de Elda D'ipolito, quienes vivían en la misma casa. Las dos nenas llegaron a escuchar un tiroteo muy ruidoso y prolongado. “No sé cómo y por qué sabíamos que se trataba de un ataque a mi casa, mis cosas y mi familia. Yo los creí inmortales y recuerdo que escondidas debajo de la mesa de la cocina gritábamos con Laura ‘dale que ganamos’”, contó María del Cielo en una denuncia, en 1998.

Clara Anahí
El 24 de noviembre de 1976, un grupo de 150 policías de la Bonaerense al mando de Ramón Camps y Miguel Etchecolatz arrasaron la casa de la calle 30 de La Plata en la que vivían Daniel Mariani y Diana Teruggi, con su hija, Clara Anahí, que en ese momento tenía tres meses.
Daniel Mariani no estaba en la casa, aunque fue asesinado ocho meses después. Además de Diana, murieron en el ataque Roberto César Porfidio, Juan Carlos Peiris y Daniel Mendiburu Elizalde. Clara Anahí sobrevivió por una acción de su mamá: así como el papá de Nicolás lo metió en un colchón y lo pasó a la casa del vecino, tras la primera descarga, Diana escondió a Clara Anahí en una bañera, bajo una pila de almohadones.
Después del tiroteo, la bebé fue robada y hasta la fecha permanece desaparecida, aunque se sospecha que podría ser Marcela Noble, criada como propia por la dueña del multimedios Clarín, Ernestina Herrera de Noble.
Su abuela, María Isabel “Chicha” Chorobik Mariani, lleva adelante una búsqueda que este año cumplirá 34 años.

La Alumbrera
En Bajo Alumbrera, la minera habría dejado un cráter de dos kilómetros de diámetro y 600 metros de profundidad. Según denuncias, en un mes se utiliza allí la misma cantidad de dinamita que en el resto de Argentina en un año. Por día se muelen 340 toneladas de tierra de las que se obtienen, gracias a los ácidos, seis gramos de oro y seis kilos de cobre por tonelada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

mirá vos che ?