"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

1 de diciembre de 2004

Derrame - "En los diarios salía que todo estaba bien en Magdalena"

LA PLATA, 01 DIC 2004.- La mayoría está desesperada. Cuando no tienen qué comer, ni qué darles a sus hijos, aparecen en los lugares en que se reunieron para pensar juntos los pasos a seguir tras el derrame de petróleo frente a sus costas y preguntan: ¿hay alguna novedad en el juicio? Es que para los vecinos de Magdalena no hay manera de reparar el daño causado. Los más conscientes tienen miedo hasta del agua que toman de la canilla, agua de red y agua de pozo, mucho más sospechosa todavía. Y se preocupan y se piensan con una paranoia que no quieren transmitir al resto de los vecinos.
Sin embargo, quienes trabajaron en los rudimentarios, insuficientes y perjudiciales trabajos de recuperación de las costas, vestidos con simples trajes de baño, sienten hoy en carne propia consecuencias físicas imposibles de desunir del derrame: los más expuestos tienen manchas en la piel, como es el caso de Alberto Levaggi, quien trabajaba como jefe de guardavidas en el balneario municipal y hoy intenta disfrutar de su jubilación, con 69 años.
Dicen, además, las estadísticas pueblerinas, ésas que surgen en conversaciones imposibles, que en estos últimos años hubo muchas muertes por diferentes tipos de cáncer, aunque rápidamente aclaran que se desconoce si fueron causados por el petróleo. Entre las nuevas enfermedades que acosan a los vecinos se encuentran los cánceres linfáticos, ausentes hasta el derrame de los registros del inconsciente colectivo magdadelense.
En el pueblo se registraron, además, dos nacimientos de bebés muertos. Tampoco pueden estas muertes unirse al accidente de los barcos Sea Paraná, de bandera alemana, y el Estrella Pampeana, cargado con petróleo de la empresa Shell, el 15 de enero de 1.999, pero ambas embarazadas tuvieron contacto con el hidrocarburo. María Teresa Dalmacio, por ejemplo, lavaba la ropa de su marido, Jorge Jara, que trabajó en la contención del crudo que acosaba la costa de su pueblo.
El padre de la joven, Juan Antonio Dalmacio, de 62 años, graficó con espíritu campechano y humor a prueba de lutos lo que ocurre hoy con la gente que desafía las consecuencias de la contaminación, empujados por una desesperante situación económica y a pesar de los carteles que advierten que se está en zona de desastre ambiental: "sacan un pescado y se comen hasta los ojos".
Es que además de las enfermedades y las muertes sospechosas, el pueblo se quedó sin una pata importante de su economía con la destrucción de su costa, a pesar del gran esfuerzo que día a día hace la naturaleza por recuperarse.
La familia Tidone sufre la falta de juncos, otrora enormes y generosos para copar el terreno que el matrimonio y sus 10 hijos limpiaban casi diariamente. Hoy, ninguno va más a la playa para trabajar en lo único para lo que se prepararon desde toda la vida.
"La fuente de trabajo está perdida", sintetiza el hombre, desesperado. Su hijo Marcelo trabaja ahora en el campo, pero sólo consigue changas y no saca ni siquiera una décima parte de lo que solía ganar con los juncos, una industria que desapareció con el derrame y hoy sólo forma parte de trabajos artesanales.
"El río tiene sus trampas, pero nosotros las conocemos. No nos guiamos por la tabla de mareas ni nada. Nosotros esperamos la bajante y trabajamos", describió. Y afirmó: "hoy se pisa donde hay barro y sale como un aceite".
La pesca también se ha modificado. Los lancheros que aprovechaban la generosidad del río para pescar y pasear turistas, con sus cañas tuvieron que mudarse hacia mejores zonas alarmados por lo ocurrido. Algunos están regresando ahora, en este próximo verano argentino, aunque saben que ya casi nadie tiene suerte en la costa y hay que adentrarse al menos 2 mil metros para encontrar una buena pesca.
Es que en la playa el hidrocarburo de la Shell mató todo indicio de vida. José Luis Bincaz también es capaz de graficar la situación: "no hay pesca porque murió el alimento de los peces. Y los peces no vienen a pasear; si no es a comer, no vienen".
El hombre es propietario de un restaurante famoso, fundado en 1830, que era conocido por su cocina capaz de satisfacer a los clientes con los más exquisitos platos. Dicen que aún hoy lo logran, pero su carta ya no es lo que era. Todavía se pueden degustar vizcachas, ranas o perdices, pero no queda ni rastros de peces de la región, ni liza al escabeche, ni chupín al horno, ni corvina. "No hay más -dice Bincaz-, pero si hubiera tampoco lo compraría".
Bincaz y su mujer, Liliana Gandulfo, de 56 años, fueron dos de los que más trabajaron en la concientización de la gente del pueblo para que no sufriera los daños de la contaminación ambiental. Ella fue profesora de biología y aún trabaja en el complejo carcelario de Magdalena. "Pero además de los problemas de la salud y ambientales, nos quitaron la vida que teníamos. Evidentemente los magdadelenses tenemos nuestro estilo de vida. No nos dimos cuenta hasta que nos lo quitaron. Lo primero que vimos fue que a nuestro negocio, que trabajaba tan bien, no venía nadie, pero a todos nos quitaron nuestras costumbres, porque el río era un punto de encuentro", explicó la mujer.
Gandulfo recordó su infancia: "Además de una fuente de ingreso por la cantidad de gente que venía a pasar el verano, el río era un lugar de encuentro social, era bellísimo. Nosotros nos íbamos en bicicleta y nuestros hijos también, porque se encontraban ahí. Aunque tenemos pileta, nunca pude hacer nada para retenerlos porque no podía tener a todo el pueblo en el patio de mi casa. Ahora el lugar de encuentro es la plaza de Magdalena".
Rubén Cosimano, que es platense pero tiene una estación de servicios en el centro de Magdalena, fue uno de los principales impulsores para reunir a 500 de los 10 mil vecinos que viven en la ciudad en un solo juicio.
El hombre sospecha de una suerte de "inteligencia" de la empresa para que los juicios no prosperen. Y habla basado en su experiencia para reunir al 5 por ciento de los magdadelenses en la causa en la que también están Bincaz y su esposa.
"Mientras reuníamos las firmas para iniciar la demanda, los comerciantes me decían que tenían miedo porque la empresa les iba a mandar a la DGI... muchos no tenían sus cosas en regla y nunca demandaron... porque demandar, tendría que haber demandado el pueblo entero", describió.
Los vecinos están convencidos de que el barco de la empresa Shell no cumplía con las normas de seguridad para trasladar el petróleo y que ni siquiera tenía una doble pared de seguridad.
Pero por sobre todas las cosas, piensan que fueron subestimados por la empresa. "Qué puede pasar con un pueblito de Sudamérica, con un pueblito que se llama Magdalena, que encima está en Argentina. Vinieron, hicieron un poco de marketing y después desaparecieron, pero el petróleo todavía está acá, bajo tierra, bajo la arena, cualquiera hace un pozo y se da cuenta", describió Gandulfo.
Cosimano recuerda y comenta una sospecha generalizada: "Después de que se dieron por finalizados los trabajos aparecieron unos japoneses, y cada vez que venía alguien a la playa aparecía un fotógrafo. Y en los diarios salía que todo estaba bien en Magdalena".

Informe especial
Derrame - Las causas judiciales más importantes

LA PLATA, 01 DIC 2004.- Entre las causas más importantes que se tramitan en el Tribunal Federal de La Plata, se encuentra una de la Municipalidad de Magdalena que tiene sentencia, aunque fue apelada por la empresa Shell Capsa.
Se trata de una demanda por el daño ambiental en la que se exige la reparación del ecosistema y, aunque no contempla resarcimiento económico alguno, se calcula extraoficialmente que la petrolera debería invertir alrededor de 32 millones de dólares para darle cumplimiento.
En otra causa, el mismo Municipio solicita la suma de 200 millones de pesos por daños y perjuicios, aunque la presentación en la que el reclamo alcanza cifras millonarias es en la de los más de 500 vecinos nucleados bajo la carátula "Bincaz José Luis y otros c/ Shell Capsa y Ot. s/ daños, expediente 31.811", en la que se exigen mil millones de pesos más "rubros indeterminados" que podrían sumarse en el caso de que la Justicia dé un fallo favorable para los demandantes.

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