Foto: Nicolás Acuña
el personaje / luis daniel scatolini
El mítico parrillero de 49 entre 2 y 3 le da pelea al desabastecimiento y abre, como sea
El Gallego llegó el viernes desde España para visitar a su familia platense y, como siempre, aprovechar para comer algún asado, algo que pone en duda el paro del campo.
—¡Ehhh! Gallego, llegás en medio del paro, no vas a poder comer asado —le gritan desde El Barba.
—¡¡¡Sí!!! ¡A la noche vengo! —devuelve el hombre, desde la vereda.
—¡Pero si no hay más carne!
—le advierten.
—Me dijeron que no quedan perros en el barrio —bromea el visitante.
No es perro ni gato lo que se cuece en la parrilla. Vaca argentina, peleada por el Barba (Luis Daniel Scatolini, según el DNI) en alguna carnicería de las afueras de La Plata, en algún frigorífico que aún tiene quién le provea, tal vez de manera clandestina. Quién sabe. Lo cierto es que hay asado en la parrilla.
—¿A quién mataron? —pregunta un cliente.
—Y… no te podemos decir —responde el Barba.
—¿Dónde conseguiste la carne? —insiste.
—No te podemos decir. Mirá, está el del diario ahí, que anota todo lo que decimos.
—Pero tuviste que cambiar el corte.
—Sí. Tenemos carne, pero con hueso. Los huesos de mi abuelo parecen.
El Barba, la mítica parrilla platense que nació en la esquina de 1 y 60 en 1989 y que funciona en 49 entre 2 y 3 desde 1990 (antes había otra, de otros dueños), se convirtió en estos días en un bastión que resiste al paro del campo. Resiste porque tiene carne de vaca en la parrilla y tiene los mismos precios que hace 20 días, cuando se desató el conflicto: 14 pesos la porción de asado, vacío o matambre; 3 el chorizo y la morcilla; 8 el ¼ de pollo; 4,50 el sándwich de pollo. Lo cierto es que su proveedor desde hace casi 20 años ya no puede abastecerlo, pero el Barba se las rebusca y, aunque cambió el corte y no puede ofrecer ni matambre, ni vacío, ni asado deshuesado, aún puede trabajar. "Perdí a los clientes que venían a comer un sándwich. A los estudiantes. Acá al lado tengo una pensión en la que viven 40 pibes, pero ahora no les puedo dar de comer porque no tengo carne para hacerles un sándwich. ¿Qué van a comer los estudiantes si no es un sán-dwich?", se pregunta el parrillero.
El Barba está preocupado por el paro, aunque no tanto por lo que ocurre en su negocio, que se mantiene porque es familiar y porque no tiene que pagar el alquiler del local, que es propio, sino por lo que le ocurre a su hija, que tiene dos hijos y no puede comprar leche ni yogur. O lo que pasa con los carniceros, que sólo por la heladera tienen que pagar 1.500 mangos de luz por mes.
"El paro te mata. Te mata porque te obliga a cambiar el ritmo de laburo. Mi proveedor no me trae nada desde hace cinco días, pero yo consigo pollo y un corte de vaca que no había trabajado nunca antes, pero por lo menos tengo", dice el Barba.
Saca cuentas: "Un pollo me sale 30 mangos. El mismo cajón de pollo que hace dos días pagué a 120 mangos hoy lo tengo que pagar 140. Por suerte éste es un negocio familiar, porque todos los que trabajamos somos de la familia, mis cuñados (los mellizos Darío y Jorge), mi hijo (Pablo). Sólo tenemos un empleado".
—¿Tenés morcilla? —pregunta un cliente.
—No. Estamos como Gimnasia, nos quedamos sin sangre.
El Barba no se ríe cuando habla de Gimnasia. Sufre. El local tiene tres cabezas de madera: el mono sordo, el mono ciego (con anteojos) y el mono mudo. Debajo, escribieron los nombres con los que fueron bautizados: "El Guly, por traidor; Leguizamón, por pelotudo; y Maglio, por el penal que le dio a Boca", explica el parrillero. A las tres cabezas fijas se suman otras tres, idénticas, cuyos nombres cambian semana a semana.
Cuando el negocio fue fundado, en 1 y 60, se hizo famoso por la cotidiana presencia de los jugadores del Lobo. Iban todos y de todos se guardan recuerdos fotográficos en las paredes del local. Hay, también en las paredes, una camiseta del Topo Sanguineti y una del Pampa Sosa. Había una del Guly, firmada, pero desapareció cuando el ex Gimnasia pasó, sin anestesia, a formar parte del cuerpo técnico del Cholo, en Estudiantes. "Nosotros, desde acá, hicimos lo nuestro para que tenga fama de yeta", reconoce el parrillero.
—¿Me da un sánguche de vacío? —pregunta un pibe.
—No tenemos vacío —le explican—; te podemos hacer un sánguche de pollo o un choripán.
—¡Ah! Un chori está bien.
En El Barba, la cuenta se hace en un papelito sin renglones con el nombre del cliente. En su barra se juntan los estudiantes, el tachero, el cirujano, el periodista y el gordo Víctor, que tiene una juguetería en calle 12. “Es un bodegón”, se enorgullece el parrillero.
2 comentarios:
el blog comple70 es muy 7riper0... un desperdicio de in7erne7...
7 abrazos de gol para 70dos..
abandonaste??? típico pilcha
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