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"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.
21 de octubre de 2008
Crimen por omisión
Por Juan Rezzano
Ayer a la mañana, los canales nacionales de noticias se escandalizaban con el caso del chico de 12 años que murió por las puñaladas de un pibe de 14. Se escandalizaban los conductores del noticiero de Canal 13, que daban cuenta del trágico saldo de una "pelea de bandas". En La Plata, en cambio, el episodio fue el emergente más dramático de un problema conocido. Harto conocido. Pero sin resolver.
El 4 de marzo de este año, hace ya siete meses y medio, Diagonales publicó la primera foto de los pibes poxi. A las tres de la tarde de un día infernal, cinco chicos de entre 12 y 15 años inhalaban pegamento en diagonal 74 entre 47 y 48. Estaban en las nubes, los pibes. Y le pidieron al fotógrafo Nicolás Acuña que les sacara. Esa foto fue una suerte de bautismo. El día mismo del alumbramiento del diario, la redacción se sentía dolorosamente movilizada.
Las primeras averiguaciones, que dieron lugar a la primera nota en profundidad sobre el drama de los pibes de la calle, arrojó que 90 niños-púberes-preadolescentes vivían en las calles sólo del microcentro. Noventa. ¿Son muchos? Fue la pregunta que disparó la discusión. Unos que sí, otros que no. Pero todos de acuerdo en una conclusión: para el Estado, a los efectos de un plan para sacarlos de la calle, no eran tantos. Una cifra aparentemente manejable. Y ni hablar de veinte, que son los que paran en plaza San Martín, entre la Legislatura y la Gobernación.
A contramano del reduccionismo de otros medios, que encierran el problema en la crónica policial amarilla y furiosa, desde aquella primera foto, Diagonales ha intentado entender el fenómeno en toda la dimensión de su complejidad. Ha consultado trabajadores sociales, sociólogos, psicólogos, médicos toxicólogos, especialistas en adicciones, funcionarios de la Justicia de Menores, funcionarios de las áreas gubernamentales de acción social y policías. Y ha intentado explicarlo como tal: la problemática de chicos empujados al dramático doble rol de víctimas y victimarios.
Para tratar de entender y tratar de explicar, Diagonales recurrió a las herramientas fundamentales del periodismo: la curiosidad, la duda y las preguntas. Se preguntó por qué esos pibes están donde están, por qué llegaron hasta ahí, por qué se matan con el poxi, qué les hace en la cabeza, quién se los vende, por qué se rajaron de sus casas y prefieren la calle, por qué se rajan de donde los lleven, por qué roban, por qué meten miedo. Hurgó en sus historias y encontró abandono, violencia, hambre, frío, trabajo esclavo, humillación. Diagonales se preguntó y se pregunta si tuvieron margen para elegir otra cosa.
Y le preguntó a la Policía y la Policía dijo que no sabe qué hacer; que los mete presos varias veces a la semana y los larga a las dos horas. Diagonales contó la preocupación de las autoridades de Seguridad, que carecen de herramientas legales para evitar que los pibes sigan robando y metiendo miedo en la plaza.
Este diario le preguntó a la Municipalidad qué hace al respecto y sus autoridades balbucearon inconsistencias y acusaron falta de recursos. También le preguntó al gobierno de la Provincia y encontró una sincera preocupación y también algunas promesas de un plan y unas acciones urgentes para poner a los chicos a resguardo y, también, a los terceros a resguardo de ellos. ¿Qué tal juntos, la Comuna y la Provincia?, preguntó Diagonales. Hubo algunas reuniones…
Pero la única verdad es la realidad. Y los pibes siguen ahí, jugando el dramático doble rol de víctimas y victimarios.
Siguen en la plaza, quemándose el cerebro con el pegamento, inhalándose la vida en cada bolsa. Siguen consolidando su destino de violencia, de balas, de cárcel, de sida, de muerte prematura. Siguen cultivando el veneno del resentimiento. Siguen perdiendo el sentido del bien y del mal. Y siguen alimentando el desprecio por la vida. Por la propia y, claro, por la ajena.
Uno de ellos ya mató. Y otro pibe, un niño de 12 años, ya murió. Pero, otra vez: la crónica policial no alcanza para explicarlo todo. El chico no murió sólo por las heridas que otro le infligió con el cuello de una botella. La pasmosa pasividad del Estado hizo también lo suyo. Porque, a veces, la omisión mata.
Juan Rezzano es secretario de redacción del diario Diagonales
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