"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

3 de abril de 2009

Ceremonia popular


Llovió a la madrugada. Y un poco también por la mañana, antes de las 10. Pero de pronto, los que todavía tenían alguna duda sobre salir o no rumbo a la Avenida Callao vieron por la tele dos arcoiris que recorrían el cielo. Uno hacia el oeste y otro que iba hacia el sur. “No sabés lo lindo que estaba”, le dijo una señora a su hijo cuando llegaban a la esquina de Bartolomé Mitre, mientras señalaba al cielo. A lo largo de la avenida, desde Rivadavia y al menos hasta Corrientes, la gente se debatía metro a metro por un lugar para ver el cortejo fúnebre que trasladaba al cementerio de la Recoleta los restos de Raúl Ricardo Alfonsín. Después, más de cien mil personas se acomodaron codo a codo y vieron como pudieron la caótica procesión, tomaron fotos con sus celulares, sus cámaras digitales y mostraron los íconos de aquella época. Entre la gente, una chica de escuela mostraba una pancarta con la foto de aquel hombre de un lado y un dibujo de Quino del otro.
–¿Cómo te llamás?
–Me llamo Leila y tengo 16 años.
–¿Con quién viniste?
–Vine con mi hermano Brian, que tiene 13, con mi mamá y mi hermana.
–¿Te interesa la política?
–Sí. Y mucho. Especialmente todo lo relacionado con el radicalismo y el socialismo.
–¿Y qué dice el cartel que tenés con el dibujo de Mafalda?
–Es un dibujo que Quino le hizo a Alfonsín. Dice: "Al único presidente capaz de demostrarnos que todo eso que nos enseñan en la escuela puede ser verdad".
–¿Tenés militancia en el colegio?
–No. Lo intentamos, pero no nos dejaron. Las cosas funcionan mal y las autoridades hacen oídos sordos. A mi me tiraron un fierro por la cabeza y no hicieron nada.
–¡Uh! ¡Qué mal! ¿A qué escuela vas?
–A la Escuela Media Nº 2 de Bella Vista, allá en San Miguel.

DESPEDIDA. La avenida Callao estaba vestida con simples pasacalles de despedida: "Hasta siempre Presidente Raúl Alfonsín", decían los carteles colocados por el Comité del distrito Lanús.Una vez que el reloj hubo marcado la hora en que había sido anunciada la procesión, la avenida estaba repleta de gente a ambos lados, con un pasillo para que pudiera pasar el coche fúnebre y la guardia de Granaderos a caballo que la escoltaba.
Una señora, con una boina blanca, mostraba orgullosa los pins que usó en el 83. Militante radical desde entonces, Cynthia Sevilla (47) viajó desde Rosario con su familia en un micro fletado por la Unión Cívica Radical para despedir al caudillo.“Hay militantes de todo el país. Ellas son de Tucumán”, dijo la señora llegada de Rosario, presentando a las dos mujeres que la acompañaban en ese momento.
–¿Qué significó Alfonsín para usted?
–Fue mi entrada a la vida política. Me afilié y milité en Franja Morada y la Juventud Radical. Y después seguí toda la vida. Fue el padre de la democracia. Hoy tenemos democracia gracias a los sacrificios políticos que hizo Alfonsín.
–¿Se refiere a decisiones con las que moralmente tal vez no haya estado totalmente de acuerdo?
–Me refiero a que fue quien de verdad intentó una concertación plural, que trató de dialogar. Y ya sabemos quién no quiso dialogar. En Semana Santa (con el alzamiento carapintada de 1987) evitó el derramamiento de sangre. Y después fue victima de un golpe de Estado económico. Pero él salvó al sistema.
–¿Ustedes piensan igual? –preguntó Diagonales a las militantes llegadas de Tucumán.
–Igual –dijo Gloria Gómez Viera, de 51 años.
–A mí, el político no me interesa tanto como el hombre. Yo vine a despedir a un hombre bueno y honesto. Como docente, soy defensora de los valores morales porque acá ya no hay modelos, hay modelitos. Ya no quedan hombres probos como Alfonsín –explicó, segura, Graciela Escoboza de Gómez, de 52 años.

DE LEJOS. Muchos de los militantes viajaron miles de kilómetros para llegar al sepelio. Los de Tucumán, por ejemplo, salieron a las 18 del miércoles y llegaron a Buenos Aires a las 11 de ayer, justo a tiempo para ocupar uno de los primeros lugares en la procesión.
"¡Gracias doctor Alfonsín!", gritó un hombre que acaso recordara el Programa de Asistencia Básica a la Comunidad, lanzado por Alfonsín apenas asumió el gobierno. O quizá haya sido un radical de los que abogó por el “Sí” en el conflicto del Beagle con Chile, por “soberanía y paz”. Tal vez haya trabajado en el Congreso Pedagógico Nacional o en el Plan Nacional de Alfabetización. O probablemente haya salido a la calle a explicar la ley contra la discriminación, la plena vigencia de los Derechos Humanos, la ley de Defensa o el programa de Seguridad Nacional de Salud. Por no mencionar lo que habrá defendido la caja P.A.N., el juicio a las juntas de comandantes o la reforma de la Constitución a la que la república llegó tras un acuerdo entre Alfonsín y Carlos Menem, que en 1994 peleaba por imponer la reelección indefinida.
Francisco Jerez, de 40 años, no llegó a votar por Alfonsín en 1983, pero los recuerdos de aquel año aún lo alegran.
–Tal vez haya sido que la esperanza se transmitía incluso a los chicos o a los que no entendían muy bien lo que ocurría –especuló Diagonales.
–Puede ser, pero a mí me agarra una emoción que ni siquiera puedo explicar, más allá de que entiendo que fue muy importante el cambio del gobierno de facto a uno democrático.
–Yo vine a despedir a un modelo de persona, muy honesto. Fue un militante ejemplar y gobernó pese a que nunca tuvo apoyo de los grupos económicos ni los gremiales. No hay que olvidar que le hicieron 13 paros –intervino su amigo, Sergio Caamaño, de 37.
A su lado, una señora se animó a contar lo que a ella le ocurría: “Yo viví muy terriblemente cómo lo quisieron voltear los grupos económicos, como están haciendo con Cristina ahora. No soy radical ni peronista, sino simplemente una ciudadana a la que la represión no la dejó ser de ningún partido, pero que conoce la dignidad”.
–¿Qué edad tiene, señora?
–Mi nombre es Elsa Puzzo y tengo 73 años. Por eso sé lo que te digo.
–De verdad cree que Cristina Kirchner sufre un intento de golpe de Estado parecido al que sufrió Alfonsín. Eso es casi textual a lo que dijo Néstor Kirchner.
–No importa si lo dijo Kirchner o no, lo cierto es que creo que la situación es muy parecida. Totalmente parecida. A Cristina no sólo la quieren voltear los grupos económicos sino también los medios de comunicación…
–Estoy tomando nota, señora –acotó el periodista, y causó risas.
–Bueno, algunos medios… pero lo cierto es que los medios de comunicación no dicen todo lo que tienen para decir. La verdad es que muestran una parte, sólo la parte de la foto que a ellos más les conviene. Y lo dice una humilde persona del pueblo.
–Sos una importante ciudadana –le aclaró una señora.
–Estoy segura que para Alfonsín yo era una importante ciudadana.

LA DESPEDIDA. El cortejo fúnebre comenzó a marchar poco después de las 16. Y la emoción golpeaba fuerte en el pecho de los que esperaban su paso, como si el tórax se les encogiera de pronto. Mucha gente se tapaba la boca, ahogando un grito. Muchos lloraron. Pero la procesión fue un caos. Un grupo de militantes se apropió de la seguridad del cortejo y realizó varios cordones por sobre la cureña. Se creyeron luego con derecho a ingresar al cementerio y presenciar la ceremonia, pese a que los familiares habían dispuesto un acto íntimo en el Panteón de los Caídos en la Revolución de 1890. Los empujones no lograron empañar la fiesta y los ciudadanos importantes pudieron escuchar los discursos de despedida de ese hombre al que la Historia parece haber comenzado a comprender.

Pastilla
Boleta en mano
Miguel Angel Biandín, de 52 años, despidió a Alfonsín con la boleta original de 1983 en la mano: Sabía que lo iban a reivindicar. Hay un antes y un después de esto. Ahora nos van a respetar como pueblo, nos lo ganamos", dijo.

Que vuelvan todos
Impresiones, por Juan Rezzano
Entre las líneas gruesas de la impresionante manifestación popular, genuina y espontánea de dolor, admiración y respeto que brotó de las calles porteñas por la muerte de Raúl Alfonsín, puede leerse un mensaje, acaso involuntario, algo melancólico pero, a la vez, cargado de cierto espíritu refundador y refutador del dramático y autodestructivo eslogan de 2001. “Que vuelvan todos”, pareció clamar, en silencio, la muchedumbre que peregrinó ayer por la porteña avenida Callao acompañando los restos del líder radical.
Pero, ojo, a no confundir: que vuelvan todos los que entiendan la política como una herramienta de transformación al servicio del bien común, y no de los intereses particulares; todos los que estén más dipuestos a dar que a recibir, aun si eso significa morir en un departamento de 65 metros cuadrados; todos los que estén dispuestos a ceder para garantizar el consenso; todos los que no se crean dueños de la verdad y apuesten a construir una verdad superadora, fruto del debate de las ideas; todos los que se nieguen a tachar al que piensa diferente; todos los que estén dispuestos a volver a entender la política como un proceso colectivo y, en ese camino, apuesten a la reconstrucción de los partidos políticos como pilares del sistema; todos los que acepten la función pública como un servicio; todos los que estén convencidos de que la política no es mala palabra y que estén dispuestos a convencer a muchos otros de que es la política el instrumento necesario y fundamental de la democracia; todos los que crean que la política se hace mirando a los ojos y no a la luz roja de una cámara de televisión; todos los que estén dispuestos a entregar el honor personal para salvar al pueblo.
Ante tan fenomenal expectativa surgida con fuerza de huracán al calor de la capilla ardiente montada en el Congreso de la Nación, aparece la pregunta inevitable, amarga: ¿Existirán esos dirigentes sin nombre a los que la muchedumbre de ayer pareció convocar? Si no, acaso el pueblo deba tomarse el trabajo de parirlos, sin esperar generaciones espontáneas ni naves extraterrestres que los traigan. Para eso, deberá estar convencido, el pueblo, de querer reconciliarse con la política. Y de volver a confiar en ella. Es la única manera de evitar que se evaporen las lágrimas que ayer rodaron por Callao.

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