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"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.
2 de abril de 2009
Entrañable adiós
No fueron por el anís, ni porque había que ir. Las miles de personas que formaron una extensa fila que iba y venía –y volvía a ir–, zigzagueante, a lo largo de las dos cuadras de la avenida Callao que van desde Rivadavia a Perón no estuvieron ahí por hipocresía. La índole del duelo era verdadera, sentida. Lloraban porque era lo único que les quedaba a esos hombres y a esas mujeres. Y lloraban más cuando salían del Congreso, una vez que habían entablado su diálogo con la sombra y comprobado con sus propios ojos que la muerte les llega a todos.
Y eran miles. Fueron miles. La mayoría lloró el martes por la noche, aunque lo esperaban, porque miraban el noticiero y les decían que estaba mal, y les reiteraban que estaba mal, hasta que apareció su médico personal y dio la noticia. Y ahí fue que se enteraron que había tres días de duelo nacional y que iban a poder despedir los restos de Raúl Ricardo Alfonsín. Y ayer dejaron sus cosas para ir al velorio del hombre, el padre de la democracia, el primer presidente después de la última dictadura militar. El presidente de la esperanza. El de los discursos espectaculares.
CERRADO POR DUELO. Roberto y Alicia cerraron la pizzería ayer. Cerraron por duelo. Hablaron con su hijo por teléfono apenas se enteraron de la muerte de Alfonsín y le pidieron que los acompañara al Congreso a despedir sus restos. A las 6 y media de la mañana, el matrimonio, su hijo, la nuera y los nietitos de 8 meses y de dos años subieron al 148 en Florencio Varela. Durante casi una hora y media anduvieron por la ciudad dormida. Llegaron a Constitución, se tomaron el 12 y a las 8 estaban en la Plaza de los Dos Congresos. Sólo Roberto y Alicia entraron a ver los restos del hombre que les hizo conocer la esperanza. Su hijo y sus nietos se quedaron en la calle, a esperarlos, mientras miraban a los militantes radicales, a la gente que como sus padres, mostraba su dolor por la calle, a los que cantaban en recuerdo del hombre que había muerto.
“Lo que pasa es que con los chicos no podíamos hacer la fila”, aclararon.
–¿Vinieron muy temprano? –preguntó Diagonales.
–Llegamos a la Plaza cuando llegó el coche fúnebre con los restos de Alfonsín. Todavía no se había formado la fila para entrar a verlo.
–¿Por qué vinieron?
–Por mi papá –contó Roberto hijo, de 20 años–, me pidió que lo acompañara. Me parece que él la pasó mal durante la dictadura. Cuando se enteró, se largó a llorar. Después me llamó a mi casa y me preguntó si podía acompañarlo.
ILUSIONES. Arraigados a fondo al recuerdo de lo que hicieron aquel 30 de octubre de 1983 en el que iniciaron la vida democrática, abrazados al recuerdo del hombre que creó la CONADEP, que propició el juzgamiento y las condenas a los que encabezaron los gobiernos militares que violaron los Derechos Humanos, desconsolados por lo que fue, angustiados por las leyes del Punto Final y la Obediencia Debida, atormentados por los alzamientos carapintadas, la gente de la fila caminaba mayormente en silencio, aunque de vez en cuando aplaudía las canciones que entonaban los militantes de la Franja Morada, los jóvenes radicales universitarios, recordando al presidente Alfonsín.
Nicolás Ríos no hizo toda la fila. Lo dejaron pasar del brazo de su hijo, con la parsimonia que le dan sus 91 años. “Es la primera vez que entro al Congreso”, dijo el hombre apenas pasó el último escalón. “Yo era profesor de Ciencias Naturales, pero ahora estoy jubilado”, aclaró a Diagonales. Y siguió su camino para pasar frente al féretro en el que descansaban los restos de Alfonsín. “Ya lo vi. Me voy muy conforme”, afirmó después.
LO MEJOR Y LO PEOR. Daniel, un militante radical de 44 años, salió de la sala en la que pudo ver los restos del ex presidente con lágrimas en los ojos. “Alfonsín significó mi primer voto. Hoy, la Argentina perdió a un demócrata y a mi se me fueron 26 años de militancia. Yo empecé en la política a partir de su primer acto de campaña en la Federación de Box”, contó.
Para Mónica Altamirano, de 38 años, lo mejor que le dejó Alfonsín fue “la creencia de que hay que abrirse al diálogo”. Pero para Daniel, de 62 años, no hay debate posible porque “la Argentina es un país de cuarta con tendencia a quinta”.
–¿Tan grave?
–No tiene solución. Hace 50 años producíamos como toda América y hoy somos Uganda.
–¿Por qué vino?
–Es la primera vez que vengo al Congreso. Vine a despedir a un demócrata, a un paladín de la república, un argentino ilustre, a un gallego. A un argentino al que algunos van a valorar siempre.
–¿Cree que no lo valoraron?
–La grasada no lo va a valorar nunca.
–No lo entiendo.
–Ya los definió Evita cuando les dijo “mis grasitas”. Los definió muy bien.
EN LA PLAZA. José Vidal, de 81 años, no iba a hacer la cola para ver los restos del ex presidente, sin embargo, aprovechó el sol del mediodía para sentarse en la Plaza.
–¿Qué es lo que más recuerda de Alfonsín?
–Me acuerdo que quisieron darle un golpe de Estado pero no pudieron darlo. Fue muy combatido, le hicieron la vida imposible, lo volvieron loco.
–Vino mucha gente a despedirlo.
–Es un día muy triste. Pero se lo valora. Esto es para gente elegida.
En la más honda raíz del desasosiego marchaban los hijos de la democracia, los irrompibles, mientras los turistas brasileños (o rumanos) posaban para la foto con el enorme edificio del Congreso de fondo, igual que lo hubieran hecho un día cualquiera. En la plaza, los que duermen al aire libre seguían durmiendo o tomaban mate debajo de una choza improvisada con techo de tela y plástico. Un hombre decía a otro que con los militares no tenía miedo a que lo robaran y que ahora no podía ni ponerse un par de zapatillas buenas.
Los que lloraban, lloraban por la oportunidad perdida, por el país que no pudieron construir, porque se les fue el hombre que les había contagiado la esperanza.
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