"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

30 de mayo de 2009

Raninqueo, palabras y sonidos

El músico y poeta Martín Raninqueo se presenta esta noche en Notorious junto a Diego Rolón y Leandro Rouco en guitarras, Luis Volcoff en bajo y Agustín Barbieri en batería. Antes del show, el artista conversó con Diagonales sobre lo que fue y lo que será: la palabra y los sonidos.
–¿Cómo llega la música a su vida?
–A través de la tía Alicia, que tocaba la guitarra y fue la que me pasó los primeros acordes. Yo tenía diez u once años. Fue una tía faro, que me abrió puertas para la música y los libros. Me tenía hechizado con su guitarra y en su casa vi por primera vez, en una edición preciosa, muy cuidada, el primer libro de Oscar Wilde. Hoy es su cumpleaños. Y a veces me ha tocado dar conciertos en fechas especiales, también me pasa con mi hermano Pablo, como una manera de recordarlos.
–¿Tenía el deseo de ser músico o sólo pensaba en aprender a tocar?
–Sólo quería aprender. Era un juego, siempre lo fue, porque por suerte no perdí nunca esa manera de relacionarme con la música.
–¿Recuerda la primera vez en un escenario?
–Un día la invitaron a cantar a la tía Alicia en una peña en el Club Bochín y con un amigo la acompañamos con nuestras guitarras. Éramos chiquilines y atrevidos: en el Sporting, de Wilde, tocamos una vez antes que la orquesta de Pugliese. Con aquel amigo, Cachito Machi, que hoy es nuestro sonidista, hicimos “Los magos del sur”. Tendríamos doce o trece años.
–Después del folclore llegó el rock.
–Seguí con el folclore hasta que entré al Colegio Nacional, donde conocí a Hugo Fernández y entro a escuchar a Luis Alberto Spinetta y a Charly García. Pero, como mi tía, Hugo también fue un tipo faro, porque no sólo me hizo escuchar las primeras canciones de rock nacional, sino también a Silvio Rodríguez, que todavía no había sido editado en Argentina. Yo tenía 17 años. Hasta canté una canción suya la noche antes de ir a Malvinas. Una canción premonitoria, que dice “en estos días no sale el sol” y... “¡Ay!, de estos días terribles / asesinos del mundo”.
–¿Cuál fue su relación con la música después de la guerra?
–La música se transformó en otra trinchera. Aquel pozo de Malvinas pasó a ser, como dice Alejandra Pizarnik, esa alcantarilla desde donde uno tiene su visión del mundo. Estuve perdido un par de años sin saber para dónde rumbear, pero la música siempre estuvo ahí. Antes de la guerra había ido a un recital de Mercedes Sosa que después fue editado en un disco, así que, durante la guerra, le escribí a mi hermano que me comprara el disco. Ese disco y la Antología de poesía surrealista que me compró mi mamá fueron muy importantes. Mi salida fueron la música popular y la poesía.
–¿Qué ocurrió hasta que editó su primer disco, en 1997?
–Tuve diferentes formaciones. Tuve la suerte de tener el acompañamiento de muchos músicos. Toqué con Potolo Abregó, con Alejandro Rodríguez y, ya por esos años, con Diego Rolón y en algún momento también con Pablo Giménez, que ahora toca en La Portuaria. Si no estaba con ellos, me calzaba la viola y cantaba solo. En esos años escuché a Alejandro Del Prado, que fue el primero en incluir murga en la música popular rioplatense, y a los uruguayos, a Eduardo Mateo y Fernando Cabrera.
–¿Hizo un viaje iniciático por Uruguay?
–Es el único país al que viajé. Tuve una conexión muy fuerte con el Uruguay y lo quise conocer a fondo. Me onetticé. Cometí el error de leer El astillero en la playa y terminé seis metros bajo tierra preguntándome por el sentido de la vida. Pero los libros y la música uruguaya me marcaron. Y pensar que me había comprado el vinilo de Mateo sin saber quién era, porque en aquella época había muy pocas disquerías que te permitían escuchar el disco y yo compraba por el arte de tapa. Aquella era una cosa minimalista, tenía una puertita con un tipo. Siempre que escribo una canción aparecen ecos de Mateo, de Cabrera…
–¿Trabaja en un nuevo disco?
–Con la banda estamos en el proceso de ver algunas canciones que ya son una insinuación.
–La presencia de Rolón , que trabajó diez años con Liliana Herrero, es muy importante. ¿Cómo fue el reencuentro?
–Estaba dando vueltas con mi guitarra cuando lo encontré en una reunión. Me pidió que le mostrara lo último que había hecho y me dijo “lo vamos a grabar”. Es la primera vez que hago el intento de salir de la ciudad, nunca se me había cruzado la idea por la cabeza.

De inocencia y experiencia
Juan Bautista Duizeide
Escuché cantar por primera vez a Martín Raninqueo hace casi dos décadas, durante el rodaje de un documental sobre los ex - combatientes de Malvinas. Me llamaron la atención su tono, de lamento pero también de desafío, y la calidad poética de lo que cantaba. En la inocencia de aquellos tanteos, acechaba la sabiduría.
Su primer disco solista, ffff probó su talento de cantador de historias capaz de pasar de la “Murguita de los rincones” a un tangazo como “Sillón bordó”, de prestarle su voz a una travesti que desde una cabina telefónica habla con otra en “Hola Diosa” a celebrar la supervivencia de un pingüino de bar o mandarse un haiku de desamor como “La placita”. Y su libro Poemas al flautista reafirmó la calidad de todo lo que escribe, sean canciones o poemas.
En el disco Gorrión criollo –que viene a ser su álbum blanco– prueba sus capacidades compositivas con la inmensa y sabia complicidad de Diego Rolón. Allí se juntan el rock poderoso con sones ancestrales, la psicodelia rioplatense con el aire de murga, el tango, la zamba y la voz de Juanele Ortiz. Sabiduría que le dieron los años y las millas recorridas, pero en la cual acecha una inocencia insobornable.
Periodista y escritor

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