"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

12 de noviembre de 2008

Oscurantistas

Apenas subió al 307 en Plaza Moreno, el pasajero notó que los tres chicos del fondo hablaban en voz alta. Pensó que era porque iban sentados arriba del motor del micro, sobre asientos calientes y ruidosos, y se sentó ni muy lejos ni muy cerca, con la esperanza de que el viaje, después de un mal día de trabajo, fuera lo más relajado. Abrió la ventanilla.
De los tres sentados atrás, al lado de la puerta había una chica y en el medio, un español. En el centro de la fila de asientos iba el menos eufórico.
La señal de alarma llegó con las primeras palabras que escuchó al español. El chaval trataba de encontrar una explicación a las plazas de La Plata y a unos símbolos satánicos que le mostraron en las baldosas de la Plaza Moreno; pues nada dijo de las estatuas haciendo cuernitos.
La chica, destinataria de las revelaciones, escuchaba sobre maleficios urbanos y arquitectónicos con alguna resistencia. Pero el otro le decía que Dios esto y que Dios lo otro. De vez en cuando, la chica contestaba con alguna cita bíblica, lo que se correspondía con nuevas observaciones de los otros dos, siempre con la boca llena de Dios.
El pasajero trató de distraerse pensando en una canción y le salió una que dice “ya no engañes con tu vicio de hablar por hablar…”, de Hermética. Y se hartó. Decidió mudarse a los primeros asientos, con la esperanza de que hasta allí no llegara la conversación. Pensó en Norman Mailer: éstos no reconocerían a Jesucristo si estuviera haciendo pis en el retrete de al lado, pensó.
Adelante se escuchaba igual, pero advirtió que los tres del fondo no eran los únicos en el micro. De los asientos de dos, una mujer se puso de pie con un bebé en brazos y una nena prendida a sus pantalones.
Cuando el pasajero dejó de escuchar a los tres del fondo pensó que iban a ayudarla. Se dio vuelta para mirarlos y los descubrió parados esperando que les abrieran la puerta. Acompañó a la mujer hasta la vereda y vio a los oscurantistas caminar hacia la estación de trenes.

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