El foco es la última columna del diario. La última línea. La última lectura. De aquí debería salir la "luz potente", los "rayos luminosos y caloríferos"; aquí se concentran las letras una seguida de la otra para "propagar o ejercer influencias". Aquí los que escribimos hacemos foco como si fuéramos fotógrafos. O fotoreporteros. O reporteros gráficos. Y el foco es como una lamparita, que ilumina.
Aquí estamos (o deberíamos estar) contra las malas costumbres. Las malas prácticas sociales comunes. Aquí deberíamos estar (o estamos) contra el ya sé que no me hace bien pero estoy acostumbrado. Es malo, pero lo hago por costumbre, lo leo por costumbre, los escucho por costumbre.
Aquí estamos (o deberíamos estar), muy especialmente, contra los no sé por qué, los porque a mi me parece y los porque yo lo digo. Contra los porque sí. Y los porque no. Y contra los lugares comunes, que no por comunes y extendidos son buenos sino todo lo contrario, porque demuestran poca imaginación, ausencia de originalidad y falta de creatividad. O la simplificación lisa y llana de las cosas complejas, que son todas. O casi todas. O la mayoría.
Rechazamos (y lo hacemos enfáticamente o deberíamos hacerlo) los ahhh cómo me gustaría que las cosas fueran como antes y todos los lamentos en general. Y algunos en particular. Porque queremos que las cosas sean como ni siquiera aún nos las imaginamos.
Y ponemos manos en la masa para darle forma a la cosa. Las manos en la masa para modelarla y darle forma. Las manos en la masa o en el teclado, que es nuestra masa, para poner concentradas una letra seguida de la otra, para propagar o ejercer influyentes rayos liminosos y caloríferos de luz potente. Aquí, en la última columna del diario, la última línea, la última lectura. No porque seamos los mejores columnistas con vida ejemplar, sino porque decir es en lo que hay obligación: Y hay que dar testimonio.
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