"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

7 de octubre de 2010

Denuncian torturas en una comisaría


La Defensoría de Menores y el Comité Contra la Tortura de la Provincia de Buenos Aires denunciaron a efectivos de una comisaría platense por torturas a un menor de 17 años. Aseguran que fue detenido a golpes, amenazado de muerte y torturado; que le pusieron una bolsa en la cabeza y lo metieron en un tanque lleno de agua podrida. Un perito oficial certificó las lesiones y un psicólogo dio cuenta del estado emocional del chico, que afirmó: “puedo reconocer a los policías que me hicieron esto”. Pidieron a la justicia que preserve su integridad física.
Julián Axat, titular de la Defensoría del Fuero de la Responsabilidad Penal Juvenil Nº 16 Departamental; Roberto Cipriano García y Alicia Inés Romero, del Comité Contra la Tortura; y Silvina Pérez, fiscal a cargo del Fuero de la Responsabilidad Penal Juvenil en turno, realizaron “formal denuncia penal contra el personal de la Comisaría de La Plata, seccional 6º, con motivo de torturas, apremios, vejaciones ocurridas en la tarde del día 5 de octubre del corriente mes y año, en perjuicio de un joven 17 años”, según consta en la denuncia, presentada ante la Unidad Funcional de Instrucción Nº 4, Fernando Cartasegna, a la que accedió Diagonales.
Según consta en el escrito, el día de los hechos, a las 17.30 –una hora después de concretada la detención–, la policía informó a la Fiscalía penal Juvenil y la Defensoría Penal Juvenil en turno que detuvo a un joven por el “presunto delito de resistencia a la autoridad”. La justicia tomó conocimiento del caso y ordenó la libertad del menor.
El hecho hubiera quedado registrado entre los antecedentes policiales del chico de no ser porque al día siguiente, ayer por la tarde, se presentó ante la Defensoría Penal Juvenil, con “un miedo terrible, marcas de una brutal paliza y sordo de un oído”.
En la denuncia, el chico contó que fue sacado a los golpes de la casa de un amigo (ver página 13), golpeado en el piso entre “más o menos ocho policías” que lo “patean y golpean” delante de los vecinos.
“De allí me llevaron esposado a la comisaría sin razón alguna. Me llevaban hacia la zona de Punta Lara. Y yo pensaba que me llevaban al Río para matarme. Me decían: ‘ahora te doy un tiro en los sesos y te arrojamos al río’. En eso dan la vuelta en la rotonda de calle 132 y 120, y me doy cuenta que me llevan a la comisaría Sexta”, describió.
Según denunció el chico, durante el viaje en el patrullero escuchó que el policía que iba en el asiento del acompañante pidió por radio que le consiguieran una bolsa. Y le dijo que lo iban “a tirar al río”.
El pibe ingresó en la comisaría por la entrada principal, en 1 entre 528 y 529, y fue puesto en el calabozo del fondo. “Dentro de ese lugar entre más o menos quince o veinte oficiales me comienzan a golpear en todo el cuerpo. En el piso uno de los oficiales me saca el cinturón de vestir y me comienza a dar cintazos con la hebilla sobre mi espalda. En la espalda tengo la marca de la forma de la hebilla. En ese momento me sangraba el oído y la boca”, describió.
Y continuó: “Pocos minutos después me hacen sentar en una silla afuera del calabozo con las manos atrás, esposadas. Me colocan una bolsa en la cabeza y me comienzan a asfixiar, mientras me golpeaban en el cuerpo con las culatas de armas y bastones de infantería. Así estuvimos más o menos una hora, me sacaban y me ponían la bolsa en la cabeza para asfixiarme y me pedían que firme los papeles por resistencia a la autoridad”.
El chico no quería firmar. “Al final, pusieron un tanque azul lleno de agua podrida en el piso y me metieron la cabeza adentro. Me sacaban y ponían igual que con la bolsa. Y me pedían que firme” la detención por resistencia a la autoridad, aseguró.
Según consta en la denuncia, después de un rato, el chico, mareado, firmó. Entonces, lo llevaron otra vez al calabozo. “Me dejaron tirado todo mojado y golpeado”. En el lugar, los efectivos lo habrían amenazado para que no hiciera la denuncia. Las amenazas, dijo el menor, eran sobre su familia y sobre su propia vida: "sos hombre muerto", declaró que le decían.
Después, lo llevaron al cuerpo médico de policía. “Le quise comentar (al médico) lo que me pasó, y no me quiso escuchar. Me hicieron bajar el pantalón, me miraron así nomás sin preguntarme nada. De allí me derivaron al hospital Gutiérrez, donde me sacaron placas y sangre del pie. Del hospital me llevaron de nuevo al cuerpo médico, me volvieron a desvestir. No preguntaron nada. Después me llevaron al calabozo de la comisaría, lugar en el que ya habían limpiado mi sangre, que había manchado el piso y las paredes”, contó.
“He perdido la audición del oído izquierdo, tengo moretones en todo el rostro, hebillazos en la espalda, una profunda angustia y mucho miedo de lo que pueda pasar", aseguró el menor. Y afirmó: "Estoy en condiciones de reconocer a los policías que me hicieron esto".
En la denuncia contó que lo dejaron en libertad a las 23 y que otro chico del barrio, también de 17 años, fue golpeado igual el lunes, un día antes.
Según la Defensoría de Menores y el Comité Contra la Tortura, "los dichos del joven coinciden con constancias objetivas de la Instrucción Penal Preparatoria formada por resistencia a la autoridad" y agregaron que "las lesiones denunciadas coinciden con el informe médico" que realizó la Asesoría del Cuerpo Técnico Auxiliar.
La denuncia es acompañada por fotografías de los peritos oficiales, e ilustran “los golpes y lesiones padecidas”.
Antes de pedir que se "preserve la integridad física del menor" y que se curse oficio a Asuntos Internos", Axat, García, Romero y Pérez aseguran en la denuncia que los hechos "resultan ser muy graves, y merecen ser investigados en forma urgente". Y al finalizar piden: "De acreditarse los hechos, se juzgue y condene al personal policial implicado".

“Un policía estaba desquiciado, como si pateara a una pared”
El pibe de 17 años que denunció torturas en la comisaría Sexta vive con su mamá en una casa de paredes de madera y piso de cemento en El Churrasco, Tolosa; dejó el colegio cuando iba a séptimo grado, a los 12, y hace changas cuando puede. Trabajó en el Mercado de Frutas y Verduras y después en un taller mecánico, donde aprendió a arreglar motos; tarea que ahora hace en su casa.
Estuvo detenido hace un año por el robo de una moto. “Yo le dije –explicó la madre a Diagonales– ‘hazte fama y échate a dormir’. Ahora tiene que cargar con aquello”. Por ese hecho, su hermano mayor está preso en Magdalena. Ayer, su mamá aseguró que “no había hecho nada. Lo vinieron a buscar porque creyeron que ya había cumplido los 18, pero los cumple el mes que viene”.
La detención fue en una casa de 523 entre 117 y 118, poco después de las 16.30 del martes. Dice la policía que “por resistencia a la autoridad”. Dicen en el barrio que por nada. Marisa, la dueña de la casa, estaba ahí cuando ocurrió, igual que Mirtha, la tía del chico, que vive enfrente. También estaba el hijo de Marisa, Matías –quien se encerró en su pieza, alarmado por la posibilidad de perder el beneficio de la prisión domiciliaria–; su nuera, Paola; y sus tres nietos, de 3, 5 y 7 años.
El pibe es como de la familia, por lo que cuando se le rompió el pedal de la moto paró en la puerta de la casa de sus vecinos. Paola salió a ver qué había pasado y vio que el patrullero de la comisaría Sexta doblaba en la esquina. No se preocupó. Mirtha, que en ese momento arreglaba un alargue, también se asomó a ver qué pasaba. Y se puso a conversar con la chica.
“¿Tomamos unos mates?”, preguntó él cuando Marisa, que baldeaba el comedor de su casa, dispuesto en lo que debía ser un garaje, se asomó por el portón de chapa pintado de verde. “Dale. Pero hacelo vos”, le respondió ella: “Vení, pasá”.
Cada uno estaba en lo suyo cuando el patrullero volvió a aparecer en escena. Esta vez –contaron– uno de los efectivos bajó del auto y se asomó por la puerta.
–Buenas tardes. Señora. ¿La dueña de casa?
–Soy yo –dijo Marisa.
–Con quién vive.
–Con mi hijo, que tiene arresto domiciliario, con mi otro hijo, que está trabajando, y con mi nuera y mis nietos.
–¿Y aquel chico? –señaló el policía en dirección a la cocina, donde el pibe calentaba el agua.
–Es mi sobrino –mintió ella. Total, nadie podría negar que el pibe era como de la familia. Ni se dio cuenta que el otro policía ya se había bajado y estaba detrás del que preguntaba. Ya había pedido refuerzos.
–Vení pibe. Vení –llamó el policía. Y mientras fingía que se metía la mano en la camisa para agarrar una lapicera preguntó:
–¿Cómo te llamás?
Desconfiado, el muchacho trataba de mantenerse a distancia, el oficial, igual, le tiró el zarpazo. Y lo agarró. Todo, según cuentan en la casa.
El piso del comedor estaba mojado y el policía se resbaló sobre el adolescente, al que ya había agarrado -recordaron Mirtha y los vecinos-, dentro de la casa. “En el piso le pegaron patadas. El chico había quedado en el rincón, con todo mojado y la heladera enchufada, yo gritaba que la desenchufaran, que se iban a quedar pegados. Pero le pegaban patadas. A uno se le cayó la pistola. El pobre pibe estaba tirado en el piso y le daban”, describió Marisa. “Les gritaba que era menor, pero dijeron ‘vos cállate. Negra puta’”, agregó Mirtha.
Los perros, tres guardianes con aspecto de feroces, aportaron a la batahola y mordieron a varios de los efectivos. Uno de los policías, además, se cortó con la puerta de chapa. Según los vecinos, antes de irse tomó un cuchillo de cocina que una de las mujeres tenía en la mano y aseguró que iba a ser la prueba que demostraría que el chico detenido lo había atacado.
Según los vecinos, cuando trataban de sacarlo, el pibe quedó en el piso boca arriba. Entonces, trató de hacer traba con las piernas para que no pudieran sacarlo. “Uno de los policías estaba sacado. Desquiciado. Como si estuviera pateando una pared", describió la dueña de la casa, a la que llegaron al menos cuatro patrulleros más, con policías dispuestos a sumarse a la paliza, recordaron los vecinos. “Lo molieron a patadas”, dijeron.

Seguridad de las cavernas
El análisis de
Roberto F. Cipriano Garcia // Coordinador del Comité contra la
Tortura de la Comisión por la Memoria de la Provincia de Buenos Aires.

Las torturas padecidas por un joven de 17 años en la comisaría 6ta. de La Plata visibilizan el rostro más cruel de las políticas de seguridad en la provincia de Buenos Aires. Lo inhumano de una fuerza que reproduce una y otra vez las prácticas de tortura de la dictadura militar. La golpiza feroz a un ser humano tirado en el piso indefenso, las patadas, palazos, de muchos contra uno, muchos muy machos. Las marcas de la hebilla de un cinto grabada en la piel, tan claras que parecen un tatuaje, interpelan sobre el sentido de la bestialidad policial. La bolsa de nylon cubriendo la boca y nariz de esa víctima golpeada e indefensa para que firme la causa armada por resistencia a la autoridad, la cabeza hinchada por los palazos sumergida en un tarro lleno con agua podrida una y otra vez hasta el ahogo, todo alerta sobre lo vulnerable de nuestra democracia y lo lejos que estamos de la civilización. Delitos cometidos por quienes deben prevenirlos. Bestias con uniformes. Lejos de lo humano. La gestión del gobernador Scioli ha elegido soltar las riendas de la Bonaerense para que ganen las calles y las ocupen, eliminen a los excluidos de siempre, a los pibes pobres, morochos, de gorrita. Para ellos, la seguridad de los palos y el gatillo fácil. La seguridad de nunca ser parte “de la sociedad”, ni gozar los beneficios de pertenecer. Sin escuela, sin trabajo, sin salud. La seguridad de padecer dispositivos de contención: las razzias en los barrios (operativos ACERO), las “patrullas juveniles” desde chicos, el código contravencional del gobierno militar, la cárcel, la tortura. La seguridad de que la parte buena de la sociedad piensa que no deben existir. Pero para nosotros, la seguridad de ser cuidados por esta policía que arrastra las marcas de Camps y Etchecolatz. La seguridad de no estar nunca seguros. La seguridad de que si estos casos de tortura siguen impunes, si la democracia no puede con ellos, también vendrán por nosotros. Y será tarde. La barbarie habrá triunfado y el comunicado N° 1 sonando en un viejo radio, nos despertará muy seguros en una caverna.

Foto: Alberto Direnzo

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