"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

6 de septiembre de 2009

Violencia es mentir

Entrevista a Manuela González, titular del Instituto de Cultura Jurídica de la facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP)

–Desde hace unos días se habla de la violencia, de la noche y de los jóvenes. ¿La violencia es sólo propiedad de los jóvenes?
–La violencia está en todos los intersticios y es consecuencia de una sociedad cada vez más desigual. Cuando nosotros éramos jóvenes había más previsibilidad de lo que iba a ser nuestra vida, mientras que hoy la escuela no sirve para insertarse socialmente. Si soy pobre la escuela no me brinda posibilidades y los medios me estigmatizan. Todo un cóctel explosivo del que surge "vivo el hoy y no tengo futuro". La escuela no da información ni acceso al trabajo. Y los que logran ingresar al mundo laboral descubren qué es el mundo precario, trabajan en negro y con la posibilidad permanente de que lo pueden reemplazar con otro. Sienten que son desafiliados de la sociedad. Además, los que tenemos trabajo, invisibilizamos la situación de pobreza que viven cada vez más sujetos, y cada vez más chicos. Esta sociedad que estamos construyendo desde los años '90 es el origen de la violencia que estamos viviendo.
–¿Quiénes son los responsables?
–Vivimos en un Estado autista, que saca una ley nacional de violencia contra las mujeres y el gobernador (Daniel Scioli) al otro día dice que "la vamos a aplicar en la Provincia", pero resulta que ya tenemos una ley desde el 2000. Una ley que tendrá defectos, pero es muy buena y se aplica poco porque no se tienen recursos. Ahí entra el Poder Legislativo, porque los legisladores sancionan leyes sin saber si va a tener los fondos para poder funcionar. Le dicen a la mujer golpeada que se vaya de su casa, pero no establecen ningún lugar para recibirla. Después está el Poder Judicial, que está concentrado en su burocracia, en mantener su estructura y reproducirse en lugar de aplicar la retórica para abrir debates que puedan contribuir a la creación de una sociedad más heterogénea. Hay un Derecho que cada vez más representa los derechos de los que más tienen, la propiedad privada.
–¿Existe también en estos ámbitos la violencia?
La violencia no es solamente una cachetada o el ojo morado. Hay una violencia simbólica que está sostenida a través de las desigualdades que hay para formar parte de esta realidad social. Los políticos hablan poco de la pobreza y la falta de trabajo y mucho de las elecciones y las reelecciones. En lugar de crear políticas sociales, generan clientelismo y corrupción: si entregan un subsidio se quedan con un "retroactivo", si le dan trabajo a alguien y se quedan con una parte de su sueldo.
–¿Qué se podría hacer?
–Necesitamos diagnósticos. Hace falta construir políticas a partir de un diagnóstico, porque no es lo mismo tener 14 pobres que 140 o 140 mil. Los datos cuantitativos sirven para trazar políticas públicas, pero hoy no sabemos cuántos chicos hay en las comisarías, a cuántos hombres se castiga por la violencia en el hogar. Hay una negación e invisibilización de las cuestiones de género. Si una mujer es violada enseguida se duda si hizo algo.
–¿Además del Estado, qué otras instituciones fracasan?
–La familia y la escuela dejaron de ser baluartes. No pueden cumplir con las cosas que deberían cumplir. Los franceses dicen desde hace un tiempo que la familia occidental está en crisis y esto en realidad se debe a la profundización del modelo neoliberal, a la búsqueda del placer individual, a la intolerancia, a que sólo existe mi grupo. Hay cada vez más hogares monoparentales, que en la Argentina serían algo así como el 38 por ciento. Esto lleva a que haya adolescentes que carecen de una contrafigura, un padre que los dota de elementos de control. Se cena con la televisión prendida, se perdió la mesa familiar, esa reunión en la que se visualiza al otro, en donde hay un ejercicio del diálogo. Entonces, hay dos generaciones que se apartan cada vez más. No poder comunicarse genera violencia. Los adultos no pueden establecer una interacción porque no tienen tiempo para entrar en diálogo con los jóvenes. Ese es el primer paso para terminar con la violencia: dialogar y aceptar la diferencia.
–¿Qué pasa con los adultos?
–Los adultos están cruzados por la inestabilidad laboral. Yo valgo si tengo plata y el que tiene trabajo tiene que trabajar muchas horas y pierde el control de lo que pasa en su casa con su familia. A eso hay que sumarle que estamos en una sociedad en la que se tienen que mantener jóvenes, trabajar, ir al gimnasio y atender a sus gustos personales. Lo más importante y lo que me va a dar la felicidad es el éxito. El éxito económico. Comprarme un auto y las mejores zapatillas. Y la persona entonces vale por estas cosas exteriores. Los chicos copian a los adultos, pero no les gusta la vida que llevamos, sin paz, sin tiempo para nada. Les pasa a los maestros, los adolescentes no entienden ni respetan a los adultos. Entonces, se apropian de la noche y aparecen los excesos, el alcohol y la droga. Los chicos no ven un futuro y viven el hoy. La sociedad es un caldo de cultivo para la violencia.
–¿El periodismo tiene algo que ver en todo esto?
–Los más responsables somos los intelectuales orgánicos, los que dominamos el núcleo del sentido común. Los periodistas en lugar de informar con profundidad le muestran a la gente lo que le gusta ver, el sensacionalismo y lo privado. Cuando la Corte Suprema dice que despenaliza la tenencia de marihuana para consumo personal en pequeñas dosis los medios salen a hablar de que se habilita la droga a los chicos. La prensa engloba cosas que no están incluidas, pero no dicen nada de que no hay lugares para hacer un tratamiento para salir de las adicciones. Y eso por no hablar del hombre de derecho, que tendría que estar al servicio de un mundo más justo, cuidando el bienestar de todos. Y, sin embargo, lo que le parece más importante es cuidar la posición que ha logrado.

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