"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

25 de febrero de 2011

Sampietro: un preso con historia, oculto en la UNLP


Pasó más de la mitad de su vida en la cárcel, acusado del homicidio de un policía y de robos calificados varios, de tentativas y de portación de arma de guerra. Fue castigado y torturado y pasó de ser un preso común a un objetor de conciencia, un tipo politizado, un militante, un hombre con historia. Fabián Sampietro tenía prisión domiciliaria con monitoreo electrónico y salida laboral, pero la Policía bonaerense fue a buscarlo el miércoles a su trabajo con una orden que no decía las razones por las que debía volver a prisión. Dudó, pidió ayuda y logró ponerse a resguardo en la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), donde se encontraba hasta el cierre de esta edición: un lugar inexpugnable para la Bonaerense, pero en el que -en cualquier momento- podría irrumpir la Policía Federal.
Sampietro pasó 23 de sus 45 años en la cárcel, donde dejó atrás al preso para convertirse en un periodista popular. Hoy vende libros en 48 entre 6 y 7, en la vereda de las facultades, y además de militar por los chicos en situación de calle y contra la violencia policial, es integrante del colectivo La Cantora, que practica la comunicación desde las cárceles.
El beneficio que tenía lo obligaba a llevar una pulsera electrónica y a cumplir con algunas reglas que se le escaparon. Ahora, la justicia lo mandó detener. Incrédulo de las razones policiales, se resguardó en la facultad de Derecho, donde habitualmente guarda los libros que vende en la vereda. Y logró una autorización para quedarse hasta que su situación legal fuera aclarada, algo que anoche todavía tenía ocupado a los abogados de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), entre los que se encontraba Oscar Rodríguez.
“Dicen que violó las condiciones de la morigeración de prisión preventiva”, llegó a decir el abogado a Diagonales, en un brevísimo alto en su trabajo.
Ayer, Sampietro llevaba un pin de las Abuelas de Plaza de Mayo en su musculosa blanca, un pantalón de jean y borcegos marrones algo viejos pero con suelas nuevas. Durante la entrevista fumó varios cigarrillos rubios que sacó de una cigarrera con la imagen del Che.
A fines de noviembre de 2010 le dieron el beneficio de la prisión domiciliaria y la posibilidad de trabajar. Se consiguió un empleo en un puesto de libros, comió arroz todos los días, ahorró, compró sus propios libros y se independizó.
El miércoles, tres hombres de civil se le presentaron con una orden de detención. Los fulanos se identificaron como efectivos de la Delegación Departamental de Investigaciones (DDI). “Mientras que uno de los policías se presentaba, el otro le dijo a los puesteros que eran asistentes sociales”, contó.
Como ya estaba por guardar sus libros en la facultad, el detenido pidió permiso para terminar lo que se disponía a hacer. Ok, dijeron los policías. Uno de ellos lo acompañó por los pasillos del ex Jockey Club. Una vez dentro, Sampietro llamó a su abogado para preguntarle qué hacer. “Quedate ahí”, le dijo Rodríguez.
Un par de operadoras de la APDH llegaron al lugar y advirtieron que la Policía Bonaerense no podía entrar a la facultad. Protegido por el resguardo que le daba estar dentro del edificio, Sampietro elevó la voz para informar su situación a los estudiantes. La guardia edilicia se anotició sobre la situación e informó al decano, Hernán Gómez, quien también fue llamado a tomar cartas en el asunto. El policía ganó la calle, se encontró con sus compañeros y cuando los abogados llegaron al lugar, ya no había rastro de ellos.
“No estoy atrincherado, el decano me dio permiso para quedarme, porque mi intención es aclarar la situación. La policía vino con una orden de detención que no decía los fundamentos por los que me quitaban el beneficio. Yo no hice nada como para tener que volver a la cárcel”, describió Sampietro.
Punto seguido, sin embargo, él mismo fue capaz de reconocer algunas dificultades para cumplir con las exigencias de las condiciones de la morigeración de prisión preventiva. Alguna vez, emocionado durante alguna actividad de la Asamblea Permanente por los Derechos de la Niñez (APDN), llegó tarde a su casa de 6 entre 125 y 126. Otro día, se durmió en el colectivo y se pasó de largo. En el almacén, no pide que lo atiendan antes porque tiene colocada una pulsera electrónica. Simplemente, si se le hace tarde: llega tarde.
Su caso, además, se vio agravado por la precaria conexión eléctrica del departamento en el que vive, porque la térmica salta cada vez que llueve y la pulsera electrónica precisa que haya energía para poder realizar una comunicación telefónica cada vez que él llega a su casa.
“Yo sabía que podía suceder esto, pero no hice nada malo. El sistema, la burocracia, te empuja para que te cortes la pulsera y salgas a robar. Afanar no me costaría nada. Te vuelven loco. El patronato del liberado te abandona y la policía te fastidia. Te llaman a cualquier hora, le tocan el timbre a tus vecinos a las 4 de la madrugada: ‘disculpe, nos confundimos, buscamos a Sampietro’, -dicen, pero son mentiras. Te obligan a que metas presos a todos, que destruyas a los que te protegen, a tu familia, a tus vecinos”, describió.
La suerte de Sampietro era anoche una incógnita.
Al cierre de esta edición, todavía no estaba seguro de poder quedarse en la facultad, aunque pensaba que volver a prisión sería sólo algo a lo que está acostumbrado, al fin y al cabo, es un preso con historia.

Foto: Alberto Direnzo

No hay comentarios.: