"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

20 de septiembre de 2010

Reciclan palés de madera y construyen casas para quienes más lo necesitan

Un palé (único término reconocido por la Real Academia Española), palet o paleta, es un armazón de madera, plástico u otros materiales empleado en el movimiento de carga ya que facilita el levantamiento y manejo con pequeñas grúas hidráulicas, llamadas carretillas elevadoras.



Entre las ruinas de la casa de la memoria del barrio El Retiro, demolida con fuego de mortero y dinamitada en 1975, un grupo de vecinos recicla palés de madera para construir sus propias casillas. Pero no dejan de soñar con casas de ladrillo.
Mientras que en algunos asentamientos precarios de la ciudad de Buenos Aires hay personas que los usan forrados con nylon, en La Plata, la idea de desarmar los palés de madera y volver a unirlos para hacer paneles que después son usados como paredes surgió entre los Vecinos Autoconvocados de Familias sin Techo, una Organización No Gubernamental (ONG) platense que trabaja en el gran La Plata.
Como no tienen sede sino sólo necesidad de hacer, los vecinos hablaron con la familia Jáuregui, propietaria de lo que queda de la casa de 47 e 159 y 160, demolida con fuego de mortero y dinamitada por la Policía, la Triple A y el Ejército, en octubre de 1975, durante un enfrentamiento de 36 horas con Juan Martín Jáuregui, un militante del Frente Revolucionario 17 de Octubre que estaba parapetado en la cocina.
Durante la nota con Diagonales, entre las ruinas de la casa, Diego Rubaja andaba de aquí para allá con las carpetas bajo el brazo y números de expedientes en la cabeza. En la zona, la ONG que preside requiere varias cosas. “Nacimos en 2007 por la necesidad de las familias que no tenían donde vivir. Hoy seremos unos 15 en la comisión y tenemos unos 50 voluntarios. Empezamos a recibir los reclamos de los vecinos que no tenían donde vivir. Nos contaban que iban a la municipalidad a pedir ayuda y sólo los anotaban en un listado. A veces estaban tres meses sin tener respuestas, viviendo en cualquier lado. Entonces, se nos ocurrió reciclar los palés, que nos donaban algunas empresas”, describió.
Actualmente, en el patio de lo que alguna vez fue la casa de Jáuregui, tres familias construyen sus casillas de madera. Elías (48) y Rosa (49) trabajan juntos y le dan una mano a Aleja (55) que hace lo suyo unos pasos más allá; mientras que Horacio (25) y Yamila (16) avanzan en la casilla que les permitirá independizarse. Sobre la pared que da al patio, además, descansan los paneles que ya armó una familia del barrio Aeropuerto a la que se le incendió la casilla. “Hubo un cortocircuito por la precariedad de la instalación eléctrica y perdieron todo. Cuando fueron a pedir ayuda a la Municipalidad les dijeron que los anotaban en una lista de espera. Vinieron acá y en menos de un mes se construyeron tres paneles. Vienen a armarla durante los fines de semana”, cuenta Rubaja.
Cada caso es un mundo, cada casa es un mundo. Tito y Rosa construyen para sus hijos, lo mismo que Aleja, que vive en una casilla de dos por dos con sus dos varones de 22 y 24 años. Horacio y Yamila viven con un tío de él y proyectan mudarse.
“Los paneles no son una solución definitiva, pero ayudan, porque el déficit habitacional es muy grande en todo el gran La Plata”, explicó Rubaja. Y agregó: “Sin los recursos para hacer otra cosa, se nos ocurrió pedir que nos donen los palés de madera para los que más necesitan tengan el material y un lugar donde construir sus propias casas. Con muchas ganas y con voluntad, hacemos lo que hacemos”.
Con herramientas para salir del paso ante la tragedia, con intercambio de ayuda para armar las casilla, los integrantes de la ONG creen que pueden evitar que la gente se convierta en rehén de un puntero político o de un funcionario. Para Rubaja es claro: “Si no existiera la necesidad, no existiríamos nosotros”.
Tito Motta, quien también integra la ONG, explicó cómo deben construirse las casillas. “Hay dos maneras –dijo–. Si clavás las tablas del lado de afuera de los tirantes, tenés que ponerle ruberoid (una tela empapada en asfalto que evita el paso del frío) del lado de adentro. Después le agregás un tejido que se compra en la ferretería, la revocás y te queda de madera por fuera y de material por dentro. Si hacés al revés y clavás las tablas del lado de adentro de los tirantes, seguís el procedimiento anterior y te queda de material por fuera y de madera por dentro. Es precario, pero no queda mal”.

SIN TECHO. SIN TIERRA. Como Horacio y Yamila, hay otros que pueden construir sus casilla pero que no tienen el lugar para hacerlo. Las tierras son, por eso, un tema por el que se preocupa la ONG Vecinos Autoconvocados de Familias sin Techo.
“En 2007 logramos firmar un acta de acuerdo con la nación, la Municipalidad, los delegados de Lisandro Olmos, y los vecinos, a través del cual el ministerio de Asuntos Agrarios de la nación cedía a la municipalidad 14 manzanas para la construcción de 460 viviendas, pero nunca se hizo nada. Hoy parece que estamos lejos del Plan Federal de Viviendas, pero ni siquiera se abrieron las calles, ni se pensó en la posibilidad de hacer un loteo social. El acuerdo por las tierras se vence el 25 de noviembre, por lo que volverían a manos de Asuntos Agrarios. Pero queremos pelear para que haya una prórroga del plazo y se puedan ocupar las tierras”, describió Diego Rubaja.
Hace diez meses que Horacio y Yamila viven en una casilla en 157 entre 46 y 47, con un tío de Horacio, que es soltero. Se quieren ir a vivir solos y por eso se construyen su propia casa, pero no tienen dónde ponerla. Es probable que tengan que instalarla en el mismo terreno en el que están ahora.
Él no tiene trabajo fijo, pero hace changas. “Comemos todos los días ¿Verdad que sí?”, le preguntó a su novia, para que lo confirme.
Elías y Rosa viven en una casilla que instalaron en un terreno prestado, sobre un arroyo que no saben cómo se llama, en lo que sería la continuidad de la calle 46, entre 157 y 155. Para llegar a su casa tienen que cruzar un puente construido sobre dos troncos. Con ellos, viven sus dos hijas, de 14 y 16 años. Tienen un gallo, una gallina ponedora, dos perros y varios gatos que deben tener alejadas de las ratas. Él, tampoco tiene trabajo. También hace changas: albañilería, carpintería o jardinería.

JUNTOS. En el mismo terreno vive Aleja, en una casilla en la que entran, a duras penas, una cama de dos plazas donde duermen sus dos hijos –que al momento de la nota trabajaban en la construcción de un edificio, en La Plata– y una cama de una plaza en la que duerme ella. Ahí cocina y lava la ropa Aleja, que pudo comprarse un lavarropas semiautomático gracias a su trabajo. Pero la señora que cuidaba murió hace dos meses y ella se quedó en la calle. “Como me estaba yendo bien compré mi chapa e hice venir a mis hijos varones, porque también tengo una hija mujer que se quedó con mi esposo, en Perú”, contó. Y recordó: “Allá, estábamos peor”, como si fuera posible.
Elías y Rosa comparten el baño con Aleja, una casilla de un metro por un metro que aprovecha la altura del terreno para desagotar en el curso de agua.
La zona es de casas de material, de clase media y clase media baja. Gente trabajadora vive por ahí, a 15 minutos del casco urbano. En la esquina está abandonado el edificio donde funcionó el Instituto de Menores Almafuerte. Y en el descampado que está entre la 46 y la 52, y entre la 155 y la 158 hay varias montañas de chatarra que no son más que un foco de infección, como si los autos amontonados uno arriba del otro fueran una demostración de que no hay ninguna posibilidad de que los vecinos más pobres puedan ocupar esas tierras fiscales. Ninguna posibilidad de salir adelante.


La casa de 47 entre 159 y 160 fue demolida con fuego de mortero y dinamitada por la Policía, la Triple A y el Ejército en octubre de 1975, durante un enfrentamiento con Juan Martín Jáuregui, un militante del Movimiento Revolucionario 17 de Octubre –después Frente Revolucionario– que estaba parapetado en la cocina.
El operativo comenzó el 17 de octubre y terminó el 19, después de un combate que terminó con el militante muerto y su padre detenido. Juan Martín era obrero de Vialidad, militante barrial, gremial y Dirigente Político que militaba en su barrio.
Cuando las fuerzas conjuntas se parapetaron frente a la casa, su padre, Martiniano, quien vivía en la casa de al lado, salió a decir que su hijo no estaba. Entonces, fue tomado prisionero y atado a un árbol durante todo el tiempo que duró el enfrentamiento. Juan Martín, resistió durante 36 horas, frente a 100 efectivos de la policía, el ejército y las tres A (Alianza Argentina Antiimperialista).
Finalmente, el 19 de octubre, los represores decidieron utilizar fuego de mortero y dinamitar la casa. El cuerpo de Juan Martín fue encontrado entre los escombros de lo que había sido la cocina, debajo de una mesa, empuñando firme una escopeta.
Martiniano, quien en ese momento tenía 72 años, fue detenido y estuvo detenido desaparecido en el pozo de Arana, en La Plata, durante tres meses. Luego, lo trasladaron a la Unidad 9, donde falleció en 1980.
Aunque hubo algún intento de recuperación, la casa de Juan permanece intacta desde 1975, igual que cuando fue bombardeada por las fuerzas conjuntas. Su familia quería convertirla en museo de la memoria, pero el desinterés oficial de los distintos gobiernos frustró el proyecto. La casa tiene un cartel que la identifica como casa de la memoria, pero nada se ha hecho para protegerla.

"Terminemos con este sistema mezquino y construyamos una nueva sociedad sin privilegios y sin marginados".
Juan Martín Jáuregui
Militante revolucionario

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