"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

4 de octubre de 2016

La historia del nieto 121

Un hombre de 40 años y dos hijos es el nieto 121. Se llama Maximiliano, es médico y vive en Palermo. Hace apenas unos días supo que es hijo de los desaparecidos Ana María Lanzillotto y Domingo Menna y tiene un hermano, Ramiro.

Nació en cautiverio. Su papá, su hermano, que tenía dos años, y su mamá, embarazada de ocho meses, fueron secuestrados el 19 de julio de 1976 en Villa Martelli. Domingo era parte de la cúpula del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) - Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y vivía con su familia unos pisos más abajo que Roberto Santucho.

Los grupos de aproximación de Abuelas de Plaza de Mayo se acercaron para plantearle la posibilidad de que fuera hijo de desaparecidos y él se prestó al cotejo genético “convencido” de que estaban equivocados, explicó Estela de Carlotto.

El juicio que se realizó en septiembre de 2012 en los tribunales de San Martín permitió reconstruir la historia del secuestro, la desaparición y el asesinato de su familia junto a Santucho, y su mujer, Liliana Delfino, y otro de los integrantes del Buró político del PRT-ERP, Benito Urteaga, y su hijo de dos años.

Domingo fue el primero en caer. Llevaba en su bolsillo la boleta de una farmacia con su dirección, alguno de los niños que vivía en el lugar tenía tos y había alquilado un nebulizador. Unas horas después, las 14.30 de un lunes nublado y frío, el portero llamó a la puerta del departamento de Santucho, en el cuarto piso del edificio situado en la calle Venezuela 3149.

-Soy Daniel –dijo del otro lado de la puerta el encargado.

Liliana Delfino asomó sus ojos azules al pasillo, vio al portero correr hacia las escaleras y dio el grito de alerta mientras intentaba trabar la puerta.

- ¡Es el Ejército!

-¡Ríndanse, hijos de puta –se escuchó un vozarrón.

Dice la leyenda que el grupo que irrumpía en la casa no sabía que se encontraría con Santucho, quien llegó a manotear una legendaria pistola obsequiada por Salvador Allende y mató a uno de los sorprendidos intrusos. Murió acribillado. Urteaga cayó a su lado.

Las dos mujeres serían llevadas a Campo de Mayo. Algunas versiones dicen que pasaron por el Vesubio. Ana María estaba embarazada de 8 meses. Ramiro, que estaba en una guardería, fue retirado por los militares poco después.

El operativo fue difundido por los medios de comunicación, que identificaron a los detenidos y a los muertos. No era para menos, se trataba de la cúpula del PRT-ERP.

La mujer de Urteaga, Pola, recuperó a su hijo unos meses más tarde y se exilió en Nicaragua. Ana María tuvo a su bebé en Campo de Mayo. Entre las detenidas corrió la voz: “La mujer del Gringo dio a luz”, decían. La familia Lanzillotto inició una búsqueda desesperada.

-Mirá, de tu hermana y el marido, olvidate, olvidate porque nadie te va a decir nada, ni dónde están, ni nada –advirtió un amigo.

Les dijeron, sin embargo, dónde estaba Ramiro, que fue recuperado de una guardería policial, en San Martín, en los primeros días de agosto de 1976.

Igual que Maximiliano, Ramiro creció sin conocer quién era. Aunque las primeras noches lloraba llamando a su mamá Ani, algún mecanismo de defensa psicológico le permitió conocer su historia poco a poco, llegó a llamar mamá a su tía Quela y creyó que sus primos eran sus hermanos. A los 13 años le contaron la verdad y tuvo tiempo para entender a sus padres. Se hizo salesiano, viajó a una misión a Etiopía, dejó la iglesia, se casó y hoy tiene tres hijos. Vive en Chepes, un pueblo de La Rioja. Es profesor de física y química en un bachillerato de jóvenes y adultos.

Cuando Ramiro se enteró que su mamá estaba embarazada continuó con la búsqueda que sus tías habían llevado adelante en Abuelas de Plaza de Mayo desde su fundación. En dos chicas creyó encontrar a la hermana que su mamá parió en cautivero. Los estudios de ADN dieron negativo.

Hace cuatro años, cuando iba a declarar en el juicio por la desaparición de su familia envió un mensaje con la intención de abrir una puerta. "Yo tengo 38 años, mi hermana o hermano tendría que tener 36, si me está escuchando debería saber que todos los especialistas coinciden en el hecho de que la verdad te va a hacer libre. Después vos podés criticar a tus viejos, si querés. Que se equivocaron, que no; porque a lo mejor mi hermana o hermano tenga construido un pensamiento totalmente de derecha, qué sé yo. Pero más allá de eso, conocer la verdad en tu historia es clave, de ser feliz y hacer feliz a otro”, afirmó.

Maximiliano sabe hoy que su madre es Ana María Lanzillotto y su padre Domingo Menna. Y que Ana María era hija de Nicolás Lanzillotto y Brígida Cáceres. Nacida y criada en La Rioja. Era maestra y escribía poesía, estudió abogacía en Tucumán, pero no terminó sus estudios porque prefirió militar en el PRT. Domingo Menna es hijo de Pánfilo Menna y de Irma, nació en Italia pero fue criado desde chiquito en Tres Arroyos. Estudió en Córdoba. Ana María y Domingo se conocieron en el 72, o tal vez en el 73. Sabrá que estuvieron juntos hasta que los secuestraron. Y que permanecen desaparecidos.

Sabe que su familia fue perseguida por muchos años, que su tía también fue desaparecida, que -como su hermano- sus primos fueron secuestrados y recuperados, que tiene un tío que también sufrió la cárcel y la tortura apenas iniciada la dictadura y que su abuela murió de un infarto cuando se enteró.

Tal vez le ocurra lo mismo que a su hermano cuando conoció su historia: “Fue como una película, no me parecía una historia real. No se me encarnó hasta que no pasaron años... al principio, por un lado me parecía que habían hecho lo que creían por el bien de la gente. Y por otro, me parecían equivocados... Y la verdad es que cada vez menos creo que se equivocaron ellos en algo, en su militancia. Cada vez es más pequeño el margen de crítica que tengo de lo que hicieron mi viejo y mi vieja durante los setenta”.




El arrullo que no fue. Ana María y Domingo con Ramiro en brazos, la familia que no pudo tener Maximiliano.

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