"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

3 de abril de 2013

La ciudad está de luto, es puro silencio y angustia




Veían la inundación en la ciudad de Buenos Aires por la televisión cuando se largó a llover en La Plata. Serían las cuatro o cinco de la tarde cuando empezaron a preocuparse. Ya se habían quedado sin electricidad y la calle estaba llena de agua de cordón a cordón. Corre rápido, se tranquilizaron. El agua bajó, pero al rato volvió la lluvia y el nivel volvió a subir en 14 entre 43 y 44.
A las seis de la tarde empezaron a escucharse los primeros gritos. Eran los vecinos que advertían a los que pasaban a pie, con el agua a los tobillos o a las rodillas, para que tuvieran la precaución de no ser chupados por el pozo de la esquina, un enorme hoyo sobre el que sentará sus bases un hotel de lujo: el primero cinco estrellas que tendrá La Plata, les dijeron. Tené cuidado que están construyendo un edificio, que no te lleve el agua, que ahí hay un pozo, gritaban.
Los que viven en los edificios de la cuadra veían con resignación como el agua entraba a los garajes en el subsuelo. Y por las ventanas, cuando ya se hacía de noche y estaba oscuro, empezaban a espantarse con el río que corría por la calle. Muy rápido, el agua entraba en las casas bajas, la mayoría de ellas construidas uno o dos escalones por sobre el nivel de la vereda.
El agua crecía y empezaba a tapar los autos. No lo podían creer.
Como a las nueve de la noche empezaron a escucharse los primeros pedidos de ayuda. “Socorro”, gritaba una señora de 80 años, aferrada a los barrotes de la reja de su ventana, por donde ya entraba el agua, mientras permanecía parada arriba de una silla.
No era la única que gritaba. Otra vecina, que vivía en la puerta de al lado, en un departamento interno, pasillo al fondo, también pedía ayuda. Unas horas antes, cuando el agua había llegado al cordón, su familia le había ofrecido ir a buscarla, pero ella prefirió quedarse en su casa.
Hasta las doce de la noche tuvieron que lidiar los chicos con el agua al pecho para sacar a la señora que pedía ayuda en la ventana. Intentaron romper la reja para entrar al pasillo y llegar a la casa de la otra vecina, pero la correntada se los impedía y no les quedó otra que darse por vencidos. Ya no se escuchaban los gritos de la mujer.
El agua empezó a bajar como a las cinco de la madrugada. Fue entonces que se preguntaron por la vecina que había gritado. Pronto sabrían que era una de las al menos 35 víctimas fatales que hubo en La Plata como consecuencia de los 320 milímetros que cayeron ayer en unas pocas horas.
La ciudad hoy está de luto, es puro silencio y angustia.

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