"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.

6 de mayo de 2011

Troilo, Salgán y Pugliese también van a la escuela


Lo que recibí de otros, lo tengo que pasar a otros, afirma el bandoneonista Rodolfo Mederos, y sube al escenario para participar de una peña escolar, una acción comunitaria, colectiva, nada superficial, no para que lo aplaudan, sino para transmitir un saber, un gusto; para compartir el hecho vital que significa tocar tango: la música clásica nacional, sostiene. Debajo, los alumnos de la Escuela de Educación Primaria N° 84 del barrio Villa Elvira lo miran con desconfianza, se sorprenden, le tocan la espalda a un compañero y miran para otro lado, bostezan, se ríen, ven bailar a una pareja, escuchan a sus compañeros más grandes cantar a coro y descubren un instrumento que se llama bandoneón, del que el invitado especial, ese hombre vestido de negro, saca sonidos musicales. Mederos siembra de manera muy austera, con la esperanza de generar un entusiasmo, una necesidad.
“Ningún pueblo tendrá futuro si no tiene memoria”, dice, sentado en el aula de primer grado de la escuela que ayer lo tuvo como protagonista, después de pasar el día en el salón de actos, en el marco del ciclo “Escuela, Tango, Club” que puso en marcha la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires, destinado a los chicos que cursan el nivel de enseñanza primaria.
El evento contó con la participación de los alumnos de 4º y 5º grado, que cantaron para los más chicos, y hubo dos parejas de baile. Los docentes estuvieron representados por Antonella Bruschi en baile y Marcela Rodríguez en canto; mientras que los músicos locales –invitados por la Municipalidad de La Plata–, subieron al escenario a mostrar su arte y pudieron tocar acompañados por el maestro en el bandoneón. Decí por Dios que me has dado / que estoy tan cambiado / no sé más quién soy…
De alguna manera, Mederos intenta presentarle el tango a la tercera o cuarta generación de argentinos “huérfanos” de aquella música popular que supo bailarse en el club del barrio, “desaparecidos” ambos después de la “década infame” que significó la última dictadura cívico militar. “Porque no hubo sólo 30 mil desaparecidos –dice–, sino también una cultura desaparecida: la dictadura y sus socios las multinacionales obligaban a borrar las cintas y las matrices de la música popular argentina, porque había que hacer lugar a la ‘nueva ola’”, entre los que podrían citarse a Palito Ortega, Johnny Tedesco, Jolly Land y Violeta Rivas, máximos exponentes del Club del Clan que se popularizó en los ‘60 y ‘70.
“Nos orientaron hacia otros gustos, más anglosajones. No es que sea un Bin Laden de la música, pero quisimos creer que inventamos una nueva categoría musical y la llamamos rock nacional, pero la música expresa una forma de ser, un lugar, no puede ser igual en todos lados. Y el rock es anglosajón”, opina.
Dice Mederos que los argentinos compramos y el tango, que había llegado a un nivel de perfección que todavía no ha sido superado, dejó de ser la música popular que era. “Los muchachos de hoy se encuentran con un panorama bastante estéril y, aunque siempre estoy esperanzado, estamos transcurriendo un momento muy crítico en el que hay que ahondar mucho en el pasado para poder aprender. El camino que tienen que hacer los jóvenes es una locura. Antes no era así. Yo aprendí con la orquesta, aprendí como se aprende a hablar. Hoy los chicos no tienen con quién tocar, de quién aprender”, afirma.
Y se queja: “pareciera que tenemos vocación de esclavos, de sometidos. Si queremos hacer algo de alto nivel, algo importante, lo llamamos a Plácido Domingo, cuando el tango es nuestra música clásica”.
Además de tocar en los turnos mañana y tarde en el colegio, a la nochecita los músicos locales y el maestro armaron una milonga en el Club Circunvalación, en 7 entre 77 y 78.
Pese al panorama desolador que presenta, con toda la música atravesada por el rock, para Mederos hay esperanza, lejos del bullicio y del ruido, porque todavía hay quien necesita mirar hacia su interior y profundizar. Cuando la virtud deje de ser la rapidez y sean el tiempo y la confianza, sostiene Mederos; cuando sea importante detenerse en un parque a ver los árboles, a escuchar los pájaros, entonces, podrán ser recuperados los Troilo, los Salgán, los Pugliese, nuestros Beethovens, nuestros Mozarts. “Me honra venir a las escuelas a tratar de recuperar la esencia del tango y desparramarla un poco, porque sino, terminaremos siendo nada. Como ya sabemos: no hay pueblo sin historia”, dice Mederos.

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