Imposible imaginar cómo fue que decidieron salir a cenar el sábado, pero lo cierto es que entraron al pequeño restaurante sin prestar la más mínima atención de dónde estaban, hablando como si fueran los únicos en el lugar y cada uno de ellos con un cigarrillo recién prendido.
El chico preguntó por el cocinero y se mandó a saludar. La chica se sentó a esperarlo y pidió un cenicero. “¡Oh! Perdón, no había notado que estabas fumando –dijo la camarera–, acá no fumamos, disculpame”. No había problemas, la chica fue a fumar afuera. Puede que a él le hayan pedido que apagara el cigarrillo cuando entró a la cocina, lo cierto es que ya no fumaba cuando volvió a la mesa.
Lo primero que hicieron cuando se reencontraron fue preguntar por los vinos, que la casa no vende por convicción. “Como los clientes lo pedían, tenemos una cerveza artesanal”, concedió la camarera. Ok, dijeron ellos. 3/4 rubia para él, un porrón de roja para ella. Entonces, llegó el turno de pedir la comida. Los ojos de la chica salían de sus órbitas cuando le ofrecieron las entradas: hummus con apio, paté de hongos, girgolas al tomillo, caviar de berenjenas.
No había caso. Tampoco con el primer plato, aunque aceptó pensarlo un poco más. Divertidos, tomaron las botellas, las copas y la carta y salieron a fumar a una mesa en la vereda.
Después de descartar los otros platos, la chica y el chico se decidieron a compartir papas rellenas con guarnición.
Cuando volvieron a su mesa decididos a cenar, pidieron un salero y una botellita de aceite de oliva que vaciaron sobre las papas. Después de todo, no la pasaron tan mal en el restaurante vegano de cultura rastafari.
2 comentarios:
Hola, soy estudiante de periodismo en Mar del Plata y encontré tu blog por una nota de los Montoneros que me sirvió mucho para un trabajo práctico que tengo que presentar.
Muchas gracias, Ivana
Buenísimo! Gracias a vos por pasar y comentar!
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