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"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.
8 de octubre de 2010
Echaron a la cúpula de la comisaría 6ta.
El muchacho estaba asustado ayer por la tarde, cuando recibió a Diagonales en su casa. “Me pueden matar”, aseguró. “Pueden venir de civil y cagarme a tiros, como hicieron con el transa de acá a la vuelta. (En la causa judicial) pusieron que al tipo lo mataron en un robo”, afirmó. Y levantó la vista, para ver a la cara al periodista que, distraído, se sentó a la izquierda del entrevistado. “Para saber bien lo que estás preguntando te tengo que ver los labios, porque de este lado no escucho nada”, aclaró el pibe. Con miedo, pero con valentía.
En la denuncia que ayer amplió en sede judicial, el menor, que mide 1,85 y es lo suficientemente fornido como para bancarse una paliza como la que contó, ratificó que fue detenido a los golpes cuando estacionaba la moto Mondial 125 centímetros cúbicos de un amigo, a la que iba a arreglarle el freno y la patada.
Estaba a una cuadra de su casa y se disponía a tomar mate con la mamá de otro amigo cuando llegó la policía y quiso detenerlo. Fue a la fuerza y con la intervención de al menos 8 efectivos, que se metieron en el comedor para sacarlo a los golpes. Lo molieron a patadas delante de varios vecinos.
Los policías le preguntaban por los papeles de la moto. “Yo les expliqué que la moto era de un primo, que él tenía los papeles y que me la había prestado para que se la arreglara”, contó el adolescente a Diagonales, poco después de ampliar su denuncia en sede judicial y antes de tomar un baño para ir al hospital, donde debían realizarle una tomografía computada, ante el temor de que se agrave su situación por los golpes en la cabeza.
Aunque había trascendido que los efectivos policiales querían hacerle firmar una detención por el delito de “resistencia a la autoridad”, él aclaró que también pretendían que se hiciera cargo de otros tres delitos: un robo calificado del 28 de septiembre del año pasado, un robo agravado del que no llegó a tomar nota de la fecha y un robo calificado instruido en la causa judicial 31149/10. Por eso se negaba a firmar los documentos policiales y por eso lo golpeaban, según contó. “Los tuve que firmar”, explicó.
El pibe recordó ayer las varias veces que pensó que lo mataban, desde que lo subieron al patrullero, y creyó que lo iban a tirar al río, hasta cada vez que se quedaba sin aire, envuelta la cabeza con una bolsa de cuero que le ajustaban al cuello con un cordón. “Era una bolsa negra, como las de las películas de terror… no la podía morder, me dejaba sin aire, al rato me la sacaban y se me hinchaba toda la cara. Se me salían los ojos. Aunque ya no tenía la bolsa en la cabeza, no podía respirar”, describió.
Ayer, en su casa de El Churrasco, en Tolosa, se sentó con las manos a la espalda, como si aún estuviera esposado, y contó: “Un tipo que estaba a mi izquierda me pegaba bastonazos y si me caía había otro de la derecha que me levantaba a patadas. Usaba esos borceguíes con punta de metal”.
Además, confirmó que también lo obligaron a meter la cabeza debajo del agua podrida. “Era de color verde, pero cada vez que me levantaba quedaba verde y roja”, describió. Cuando se levantó la remera para mostrar los moretones de la espalda, agradeció que había olvidado el cinto en su casa. Así pudo mostrar que las heridas habían sido producidas con la hebilla de metal. “El que me pegaba los cintazos era un viejo. Me tenía miedo, se ponía de lejos”, afirmó.
Cada vez que repasaba los golpes, el pibe recordaba una nueva situación: “Cuando estaba en la celda vino un tipo, me agarró del cuello con una mano y me puso contra la pared. Con la otra empezó a pegarme trompadas. Creo que me pegó unas 70 piñas. Las conté. En un momento la presión de la sangre hizo que tuviera que soltarme y la sangre me salió a chorros por la boca y el oído”, contó, decidido a defenderse: “No voy a firmar por algo que no hice”.
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