Un pibe con futuro incierto, parado en la vereda, en cuero, había tocado el timbre y esperaba atento que alguna señal llegara desde la casa. “Señora”, gritaba asomado al portón. “Señora”. En la calle, un carro tirado por un caballo. Dentro del carro: una pala. El chico quería juntar la pila de escombro que había amontonada al lado del cordón. De la casa salió un tipo, medio dormido. Eran las 10 de la mañana y hacía calor.-Le cobro barato –prometió el chico.
-¿Cuánto querés?
-Y… 15 pesos.
-Dale –dijo el tipo, que fue a buscar la billetera y salió enseguida-.
-¡Eh! ¡Ya terminaste!
-Sí –dijo el pibe.
-Tengo una carretilla de tierra con escombro que también quisiera cargar.
Rapidísimo, el pibe pidió permiso, se mandó al patio a buscar la carretilla y la llevó a la vereda en un segundo.
Cuando salió, una señora que iba a hacer los mandados permanecía parada al lado del caballo:
-Qué vergüenza hacerle esto al caballo.
-¿Qué?, señora –preguntó el pibe.
-Tanto peso le va a hacer mal, pobrecito.
-Pero si el caballo está re bien. ¡Mire qué fuerte! Lo tengo bien cuidado.
-Pobrecito. Qué maltrato para el animal.
-¿Qué dice señora? –se enojó el pibe-. El caballo está re bien. Déjeme en paz, señora. Estoy trabajando, señora. Estoy trabajando. Déjeme en paz.
Cuando la mujer vio aparecer al dueño de casa, se puso más derecha, dio media vuelta y siguió su camino.
El chico había quedado nervioso, quería correr a la señora y cagarla a trompadas, preguntarle qué quería que hiciera, llevarla a vivir con él un par de días. En cambio, miró al hombre y le pidió ayuda: juntos levantaron la carretilla para vaciarla en el carro.
El hombre, en lugar de $15, le dio $25. Al pibe con futuro incierto le brillaron los ojos, manoteó la plata y se la guardó en el bolsillo, sin contarla.
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