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"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.
23 de noviembre de 2011
Asfalto récord: terminaron de colocarlo a la mañana y lo sacaron a la tarde
Un grupo de vecinos que ayer por la mañana estrenaba calle de asfalto, después de una obra de nueve meses, que comenzó con la apertura de un canal de tres metros de ancho y cuatro de profundidad, con un derrumbe de calzada incluido, observaron por la tarde, sorprendidos, la presencia de máquinas que levantaban el cemento recién colocado. Alguna causa desconocida en la construcción de la obra produjo la rotura de los caños de agua corriente en 61 entre 29 y 30, según trascendió de manera extraoficial.
Cuesta creerlo, dicen, pero la realidad golpea las puertas de sus casas con una mala noticia tras otra. Por eso, perdieron la paciencia: “Y es que menos al Dalai Lama y al Papa, llamamos a todos”, explicó Alicia, una de las vecinas más alarmadas por la situación.
Los empleados municipales consultados por Diagonales no dieron explicaciones, pero los vecinos afirmaron que se rompieron los caños plásticos que llevan el agua corriente de la red colocada bajo la vereda de los números impares a las viviendas de los números pares.
“Esto es un desastre. La obra empezó hace nueve meses y no paramos de tener problemas. Ahora levantaron el asfalto que recién terminaron de poner y hace dos días que estoy sin agua”, contó Noemí.
Los problemas comenzaron en abril con la construcción de un canal pluvial aliviador bajo la superficie de la calle 61, desde 31 hasta 25. En la esquina de 61 y 25, los caños subterráneos debían empalmar con el canal que desemboca en el Arroyo del Gato, para facilitar que se escurra el agua de lluvia que llega desde Los Hornos.
Nadie se opuso a la obra, que debía estar terminada en agosto, pero el 18 de julio, durante una lluvia, a la madrugada, los vecinos escucharon un estruendo. El cordón cuneta y parte de la vereda de algunas casas de 61 entre 28 y 30 se habían desmoronado.
“Esta obra es una pérdida de dinero y esfuerzo constante, además de que los inconvenientes de los frentistas no tienen explicaciones. Esto va de mal en peor”, resumió Mirta a Diagonales.
La cooperativa que comenzó la obra abrió el pozo a lo largo de todas las calles en simultáneo y empezó a colocar caños de plástico. Con el derrumbe, hubo zonas con caños colocados que sufrieron roturas y otros que fueron cerrados aún sin los caños, por temor a que hubiera más accidentes.
Ante el fastidio vecinal, la cooperativa dio un paso al costado y una empresa se hizo cargo de la colocación de caños de cemento. Es decir, explicaron los vecinos, que hay partes con caños de plástico y partes con caños de cemento. Parecía que las cosas tomaban un rumbo de normalidad y la obra podría llegar a su fin. Ayer la cuadra de 61 entre 29 y 29 estrenaba asfalto.
“Esta mañana me fui chocha, con el cordón colocado y ahora vengo y me encuentro que tuvieron que levantarlo todo. No puede ser que sean tan inútiles”, afirmó Alicia, cuyo nivel de furia la hacía comprender, de pronto, a los piqueteros.
Alarmados por la situación, con las veredas rajadas y el temor de que los cimientos de sus casas hayan sufrido daños por las obras, los vecinos evaluaban la posibilidad de realizar presentaciones judiciales contra el municipio y los funcionarios que no atendieron sus reclamos.
7 de noviembre de 2011
Aquel viaje sin retorno
La única certeza que tuvo cuando se enteró que estaba embarazada fue que no quería ser mamá. Habló con su novio y decidieron que podrían ir a un hospital a pedir ayuda. No sabían qué podían hacer, ni cómo, ni dónde. XX fue a varios hospitales platenses y terminó pagando $3.500 por un aborto clandestino que le realizaron en algún consultorio del que no sabe ni la dirección.
XX no tiene nombre, ni siquiera de fantasía. Sólo es una mujer de 27 años, que vive en La Plata y que aquel día de incertidumbre inició un recorrido por los hospitales donde el maltrato fue moneda corriente. Buscaba una guía, una ayuda. Las pastillas no habían funcionado. La falta de respuestas la llevaron a un hospital de Florencio Varela, donde tampoco pudieron ayudarla. Fueron los amigos los que la guiaron hasta un médico que la operó en un consultorio.
La operación se hizo en una especie de clínica, un consultorio con una sala de operaciones, con la intervención del médico de nombre desconocido, al que nunca antes había visto, con la ayuda de una enfermera a la que apenas vio, en un lugar también desconocido de la ciudad.
Luego de acordar el precio, XX esperó que la pasaran a buscar en una esquina de la ciudad. Su novio no podía acompañarla, sólo pudo dejarla sola en la esquina, y esperar, porque tampoco sabía dónde irían. El auto era conducido por el supuesto médico y la enfermera iba en el asiento del acompañante. “Mirá para abajo”, le pidieron. Ella hizo caso y se dejó llevar. No sabe dónde fue.
Cuando llegaron al consultorio le pidieron que siguiera con la vista en el piso y la tomaron del brazo para guiarla. La entraron al consultorio, acondicionaron la operación y la anestesiaron. Se durmió.
Cuando despertó, la enfermera le dijo que todo había salido bien, que se quedara tranquila, que tendría que esperar un rato para que se le pasara la anestesia.
XX esperó y cuando estaba un poco más despierta la subieron al auto, le pidieron que mirara para abajo y la llevaron a la misma esquina donde la habían levantado.
Fue a su casa, vomitó, se sintió mal, tuvo dolores y un pequeño desorden hormonal, pero todo salió bien. Esa fue su experiencia.
XX no tiene nombre, ni siquiera de fantasía. Sólo es una mujer de 27 años, que vive en La Plata y que aquel día de incertidumbre inició un recorrido por los hospitales donde el maltrato fue moneda corriente. Buscaba una guía, una ayuda. Las pastillas no habían funcionado. La falta de respuestas la llevaron a un hospital de Florencio Varela, donde tampoco pudieron ayudarla. Fueron los amigos los que la guiaron hasta un médico que la operó en un consultorio.
La operación se hizo en una especie de clínica, un consultorio con una sala de operaciones, con la intervención del médico de nombre desconocido, al que nunca antes había visto, con la ayuda de una enfermera a la que apenas vio, en un lugar también desconocido de la ciudad.
Luego de acordar el precio, XX esperó que la pasaran a buscar en una esquina de la ciudad. Su novio no podía acompañarla, sólo pudo dejarla sola en la esquina, y esperar, porque tampoco sabía dónde irían. El auto era conducido por el supuesto médico y la enfermera iba en el asiento del acompañante. “Mirá para abajo”, le pidieron. Ella hizo caso y se dejó llevar. No sabe dónde fue.
Cuando llegaron al consultorio le pidieron que siguiera con la vista en el piso y la tomaron del brazo para guiarla. La entraron al consultorio, acondicionaron la operación y la anestesiaron. Se durmió.
Cuando despertó, la enfermera le dijo que todo había salido bien, que se quedara tranquila, que tendría que esperar un rato para que se le pasara la anestesia.
XX esperó y cuando estaba un poco más despierta la subieron al auto, le pidieron que mirara para abajo y la llevaron a la misma esquina donde la habían levantado.
Fue a su casa, vomitó, se sintió mal, tuvo dolores y un pequeño desorden hormonal, pero todo salió bien. Esa fue su experiencia.
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