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"La gente cree estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una sola idea que contradiga sus prejuicios", Bill Keller.
30 de agosto de 2009
Cultivadores de marihuana
La Corte Suprema despenalizó la tenencia de marihuana para consumo personal y Diagonales fue tras los cultivadores platenses de esa hierba para que cuenten sus experiencias. Parecía que iba a ser difícil dar con ellos, pero no, para nada. Apenas 24 horas bastaron para encontrar a cinco que aceptaron contar sus historias. Y todos hubieran sido capaces de presentar a varios amigos que también plantan para autoabastecerse. Como si salieran del patio a contar lo suyo, M., E., L., J.A. y R. (llamados por sus iniciales) hablan de adicciones, legalización, motivos y consecuencias del consumo. Al aire libre.
EXPERIMENTO. M. tiene 33 años y está en el final de una carrera universitaria en La Plata, que abandonó este año porque su mamá sufre una enfermedad terminal y él la está cuidando. Fuma desde el verano del '98 y cosecha desde 2007, para autoconsumo, aunque también hace canjes y alguna vez vendió.
"Empecé a fumar en el verano del '98 en un viaje que hice con un amigo de La Plata por el sur. Fue en El Bolsón. Se dieron las condiciones, porque yo hasta entonces tenía prejuicios. Todavía no me había llegado el turno", contó. Desde entonces, vivió en la ciudad y en un pequeño -pequeñísimo- pueblo de La Pampa, donde hacía 5 kilómetros hasta el acceso en la ruta para encerrarse en su camioneta a fumar un porro tranquilo: "No quería levantar la perdiz", justificó. Casi 10 años después, en 2007, hizo su primera experiencia como agricultor en una casa interna con un pequeño patio. Hasta entonces compraba, "con las dificultades propias de conseguir una droga ilegal".
–¿Cómo empezaste a cultivar?
–Empecé con la idea de imitar la experiencia de un amigo que me demostró que era posible. Fue casi por rebote, por valorar la calidad y para evitarme los riesgos que tiene ir a comprar a lugares marginales.
–¿Cuál es tu método de cultivo?
–Tenés que respetar las estaciones. Se siembra en primavera y hay que acompañar el proceso de la planta. Uno va aprendiendo, al principio abonás la tierra con productos orgánicos, pero luego te vas dando cuenta que no hay secretos: es sol y agua. Yo proceso la basura para abonar la tierra y aprovechar los recursos. El experimento te abre la cabeza. Aprendés de la lógica orgánica de la planta y adquirís una política ecologista. Te relacionás con la tierra desde la agricultura doméstica, que te ennoblece.
–¿Cuándo fue tu última cosecha?
–La última cosecha fue en abril y me va a alcanzar para consumir todo el año. Estoy en una situación particular porque mi vieja está internada muy mal y no puedo estar fumado, necesito estar atento a lo que me dicen los médicos, por lo que estoy fumando mucho menos, pero soy de los que fuman todos los días. Fumo en pipa, por lo menos una pipa por día. Además, tengo que estar tranquilo para poder disfrutarlo. Si estás bien y fumás, estás fantástico; pero si estás mal y fumás, vas a saber de verdad lo que es estar mal.
–Lo de tu mamá te está obligando a cambiar de hábito.
–Y sí. Mi vieja tiene una enfermedad terminal. Tiene cáncer y pasó dos meses internada… Yo quiero nebulizarla con marihuana. Ella está anémica pero no tiene sed ni apetito y yo creo que la puedo ayudar. Obvio que no le voy a dar de fumar, pero se puede vaporizar el thc para usarlo como analgésico. En Europa ya hay productos farmacéuticos que se hacen con marihuana.
–¿Alguna vez vendiste lo que cultivaste?
–Sí. Vendí y troqué.
–¿Canjes con otros cultivadores?
–Sí, también, pero tengo un amigo que me mandaba pizzas a cambio de marihuana. Y un par de veces hubo gente que quería pagar y no me pareció mal, de última, vendía algo de mi trabajo, que es el mismo que el que vende soja.
TRES PORROS DIARIOS. E. tiene 29 años, es estudiante de la UNLP y trabaja en una imprenta. Nació en Bahía Blanca. Es hijo de hippies y para él la marihuana es como el pan, aunque la primera vez que cultivó, cuando tenía 16 años, sus padres lo obligaron a tirar la planta. Empezó a fumar a los 15 años. Y no fue por rebeldía, ni novedad, porque sus padres fumaban delante de él cuando era un nene. "Me relaja, tiene cuestiones sedantes. Es una planta, no tiene agregados", describió.
–¿Cuándo empezaste a cultivar?
–Cultivo esporádicamente desde los 16 años siempre in door (puertas adentro), es decir en interior, con luz artificial y un ventilador sobre la planta, para que no se estanque, que se mueva y que no tenga bichos. Además, tiene gotera, para el riego y temporizador, para que tenga 18 horas de luz y 6 de oscuridad total.
–¿Qué dijeron tus viejos cuando se dieron cuenta?
–La primera vez que me vieron con una planta me la hicieron sacar, por miedo, no por lo que me pudiera pasar, sino porque mi familia no quería que la sociedad me juzgara. Más porque vivíamos en Bahía Blanca, donde si sabían que plantaba seguro pensarían que era un narcotraficante. Ahora me declaro fumador en todos los ámbitos en los que me muevo.
–¿Y por qué decís que cultivás esporádicamente?
–Cuando no cultivé fue porque no pude hacerlo. Por las mudanzas viví en casas en las que no era posible mantener la temperatura, o la luz. Y si la planta sale macho no sirve, aunque se puede usar para hacer hachís, necesitás algo así como 250 gramos de marihuana para hacer 25 gramos de un buen hachís casero. Pero esa es la cultura europea.
–¿Qué opinás de la despenalización?
–La despenalización rompe con el narcotráfico. Y rompe con los prejuicios. Y desmitifica en el sentido de que la marihuana no es una droga: no genera adicción. Yo fumo diariamente y bastante, me puedo fumar dos o tres por día. Para mí es como el pan. Y no estoy re loco. No es que vas a ser menos productivo. Podés venir a la facultad a estudiar y prestar atención en la clase. Igual, creo que hay que despenalizar, no legalizar.
–¿Vendiste alguna vez?
–Facilité.
–¿Y eso?
–Trueque.
–¿A cambio de qué?
–De todo. Siempre produje para mí y para mis amigos. Si daba, también facilité o hice trueques.
PARA BAJAR LA CORTINA. L. tiene 42 años y es el mayor de todos los entrevistados, aunque no el único que tiene un hijo. Vive en pareja y tiene una nena de 3 años. Alquila un departamento interno y tiene un pequeño patio en el que cultiva marihuana y tiene un perro. Trabaja de portero y también hace changas en sus horas libres.
–¿Te acordás de la primera vez que fumaste?
–El primer porro me lo fumé en el viaje de egresados a Bariloche, pero fue una cosa muy aislada, porque no volví a fumar hasta que vine a La Plata a estudiar. Al principio fumaba muy de vez en cuando, en alguna reunión, porque no era tan común como es ahora. No tenía nadie, era muy contado y cuando aparecía un porro era una fiesta.
–¿Era difícil conseguir marihuana en los '80?
–Conseguía por algún conocido. Cuando empezás a fumar de a poco sabés dónde ir a comprar, alguien te pasa alguna línea, te vas enterando de quién vende y en qué lugares. En mi caso no me tocó correr riesgos por ir a buscar faso. Nunca me metí en lugares que ni sabés qué te puede llegar a pasar. Nunca tuve desesperación.
–¿Cómo fue que empezaste a cultivar?
–El cultivo empezó por ver, por gracia o no sé cómo llamarlo… por la novedad de tener una planta. Con el tiempo empecé a ver que pegaba, que era rico, que el cuelgue era distinto al del comprado y empecé a cuidar las plantas para no perder las cosechas. En la época en que empecé a fumar no había casero ni autocultivo.
–¿Fumás del comprado también?
–No. Sólo de vez en cuando, si no tengo y me encuentro con algún amigo. Ahora no sé qué le ponen, pero realmente no sabés qué fumás. El faso comprado me pega muy violento, muy duro. Lo que tengo yo es más tranqui. Aparte, el precio se fue a las nubes. Prefiero fumar el casero.
–¿Te gusta cultivar?
–Está bueno. Que germine la semilla (con un germinador o en una maceta) y cuidar la planta, regarla, porque necesitas mucho agua, mucha humedad. A mi nunca me agarrró una plaga. Me ha pasado que se la comieran los caracoles, pero el problema es cuando son chiquitas, una vez que pasa los 40 centímetros ya crece sola y puede llegar a los tres metros. Son re cañas, crecen.
–¿Cuánto fumás?
–Depende de lo que tenga que hacer. Si tengo que hacer algo que necesito estar pilas no fumo. Me cuelgo. Fumo sólo si estoy seguro que ya no tengo nada que hacer el resto del día, que puedo estar al pedo. Entonces, le pego un par de secas y listo.
–¿Qué te parece lo mejor y qué lo peor de fumar marihuana?
–Lo mejor es el divague. El vuelo es lo mejor del mundo. Eso está buenísimo. Lo peor será el mal que le hace el humo al pulmón, la toxicidad por inhalar el humo.
–¿Vendiste alguna vez?
–No, no, ni en pedo. Regalé muchas veces, ni hablar. Pero vender ni se me cruzó por la cabeza.
RESCATADO. J. A. tiene 27 años, es empleado administrativo y ya no cultiva. De fumar todos los días durante algunos años, ahora fuma marihuana casera gracias a las cosechas de amigos a los que en su momento les regaló plantas o semillas. Le alcanza con dos o tres porros por mes.
–A los 15 fumé con un grupo de amigos, en una tarde de campo. Apareció uno que tenía y nos preguntó si queríamos probar. Nos sentamos en ronda y nada… no se percibió bien en ese momento. A los dos meses me fumé uno de noche, sin alcohol y lo sentí: me dio mucha hambre. Después, no me interesó más y creo que fue porque hacía mucho deporte. Volví a fumar a los 18, pero nunca compré. Fumaba la que había en el momento, porque alguien que cultivaba me convidaba.
–¿Cómo accediste al cultivo?
–Cuando tuve 20 años me regalaron dos plantas. Las cuidé, las transplanté a tierra en el fondo de mi casa y crecieron bien. Tenían buen aspecto y llegaron a medir como yo (1 metro 80). En ese momento, en mi casa nadie me preguntó nada. Siempre tuve aprecio por la naturaleza.
–¿Qué pasó después?
–Me puse a averiguar por Internet. Las fui cuidando y aprendí a curarlas, a cortarle las ramas. Aprendí a mirarlas, a olerlas, a tocarlas: si tenía resina por fuera, las cortaba. De las semillas de esas primeras plantas practiqué la siembra. Lo ideal es que las semillas estén en la oscuridad total hasta que exhiban la parte verde de la planta. Lo primero que sale es la raíz y si le da el sol se muere… no sé si es importante esto…
–¿Qué pensás?
–Creo que hay que saber hacer las cosas, (fumar) no es una boludés. Te puede cambiar la personalidad. Hay que tener un control. Dar a luz todo, para autolimitarse y que los demás te ayuden a limitarte.
–¿Vos le contaste a tus viejos?
–Al principio decía que era cualquier otra planta y de a poco fui dando la cara. Lo tomaron bien porque supe explicar que era normal, que si bien puede causar un daño... mostraba seguridad para dejarlos tranquilos. Conté que mis amigos también fumaban. Y les mostré que a ninguno de nosotros nos iba mal. Me permitió liberarme.
–¿Por qué dejaste de cultivar?
–Después de cada cosecha, después de haber fumado muchos meses seguidos, cuando me veía a mí mismo, me daba cuenta que había dejado cosas que hacer. Había abandonado un poco mi higiene, no me cortaba el pelo o no me afeitaba. La marihuana te quita un poco de incentivo. El exceso te derrumba, te desmotiva. Fumar mucho te deja en un estado de confusión. Se te vienen mil ideas a la cabeza pero no terminás ninguna. Pensás e imaginás, pero no hacés nada. Ahora sólo fumo tres o cuatro veces por mes. Algún fin de semana o cuando estoy a mil con el trabajo y quiero bajar un poco.
–¿Qué es lo mejor y lo peor del porro?
–Lo más positivo es la tranquilidad y la armonía que te da. Si estás sin apetito también es muy bueno, pero creo que es un efecto momentáneo, el inmediato después de fumar. Lo peor es el humo caliente, si a ese humo no lo llevás a un proceso de enfriamiento no te hace mal. La combustión es lo peor por el calor, que te quema células del esófago.
–¿Vendiste alguna vez?
–Nunca. Y siempre aconsejé a mis amigos que no vendan, que hagan trueques, por un vino, por una foto, por un cuadro, pero por plata no. Todo lo que producía lo compartía con amigos. Me querían comprar, pero nunca vendí nada. A los que querían comprar les regalaba.
OTRO RESCATADO. R. tiene 30 años, es casado y tiene una nena de 4 años. Es empleado de una editorial de Buenos Aires. De lunes a viernes viaja en micro para cumplir con su jornada laboral de 9 horas y media por día. Le gusta la marihuana desde que la probó, hace 16 años.
–La primera vez que fumé fue a los 14 años. Fumé un paraguayo y ya me gustó. Seguí fumando y llegué a fumar mucho, a estar muy colgado. Después estuve dos años sin fumar y hoy sólo fumo de mi planta. Hace un montón que no compro.
–¿Cómo cultivás?
–Tengo un balcón con una maceta. Yo planté sin tener ni idea. Ahora tengo dos o tres plantas.
–¿No te da miedo que se vea?
–No creo que nadie la identifique. Bah, no me preocupo por eso.
–¿Fumás mucho?
–Ahora fumo los fines de semana. En la semana sólo me permito un terapéutico si vengo muy limado, si estoy estresado o acumulo bronca, para no juntar mala onda, pero tuve un tiempo, como dos años, de estar fumado todo el día. Estaba muy colgado, sin laburo. Un día decidí rescatar y aflojé. Entonces, estuve dos años fin fumar. Después dejé de fumar tabaco y me dolió muchísimo más, me ponía re loco, el cuerpo lo necesitaba, me lo pedía, quería nicotina y alquitrán. Al porro, lo dejé de fumar y listo. De todos los vicios que tuve y tengo, el de fumar marihuana me parece el más natural. Lo comparo como el que llega a su casa y se toma un whisky para terminar el día.
–¿Y qué es lo peor?
–Lo peor es el cuelgue, pero pasa por cada uno. Te importa el momento y sólo el momento. Te colgás, no activás, dejás de hacer algo que tal vez necesites hacer. Lo pateás o simplemente no lo hacés.
–¿Vendiste alguna vez?
–La planta es mía y nada más. Una vez compré y vendí a algunos amigos. Es jugoso porque es plata fácil, pero no da para hacer esa movida. Les vendí a algunos amigos, a conocidos, pero no de lo que cosecho. Aquella vez fui a una villa a comprar y después repartí a algunos amigos. Lo que cosecho es para mí y, en todo caso, regalo.
La Corte Suprema despenalizó la tenencia de marihuana para consumo personal y los cultivadores platenses de la hierba no creen que sea gran cosa. M. prevé que ayuda a romper el prejuicio, E. coincide y opina que "la despenalización rompe con el narcotráfico". L. cuenta que le gusta que se diga que no es un tema judicial sino de salud pública. J. A. acuerda en que va contra los narcos. Y explica: "para vender hay que tener más de diez plantas. Me parece un exceso". Para R. es un pasito nomás.
20 de agosto de 2009
Cromañón
“¡Los absolvieron!”, se sorprendió una chica. “Hijos de puta”, gritó alguien de entre los familiares de las víctimas. “Son culpables”, se escuchó a otro. Y más gritaron “hijos de puta”.
“La concha de su madre”, aulló alguien y hubo más gritos y más insultos hasta que todos empezaron a cantar “Jus-ti-cia, Jus-ti-cia, Jus-ti-cia”… “Justicia pa Dardo”, gritó un padre que lloraba. Y empezaron las corridas. Apenas escucharon la decisión del Tribunal Oral Nº 4 de absolver a los integrantes de Callejeros, los familiares que estaban en Lavalle entre Talcahuano y Uruguay corrieron a la vuelta de la esquina, tiraron las vallas que habían sido apostadas en el lugar sin custodia e intentaron entrar en a los tribunales por una pequeña puerta protegida por unos pocos policías. Entonces, irrumpió infantería, medio centenar, con cascos y escudos. Hubo palos, piñas, empujones, más vallas tiradas y entraron en escena los camiones hidrantes con su agua azul, que mancha. Se escuchó alguna detonación y empezó la represión.
“¡Los absolvieron!”, festejó un chico y sintió como explotaba de alegría la Plaza Lavalle, donde se juntaron los defensores de Callejeros, frente a Tribunales. Y entonces aplaudieron, se emocionaron, se abrazaron los que llegaron de Lanús con los que habían ido de Morón. Y los de Adrogué se juntaron con los de Temperley a festejar. Y se dijeron que “se hizo Justicia”. Y “yo sabía”. “Vaaaamos loooco”. Y lloraron igual que los otros, pero de alegría. Yessi, Brenda, Nadia y Janet llegaban tarde y de la plaza los llamó un amigo para contarles la buena nueva: “lloramos desde once hasta acá”, contaron.
De un lado había carteles que hablaban: “Callejeros asesinos”, “Justicia por nuestros 194 ángeles” y una gran bandera negra con letras blancas en mayúsculas JUSTICIA. Habían sido atadas a las vallas las zapatillas de los pibes y las pibas. Y muchos pares de zapatillas de los nenes que murieron en el concierto, estaban atadas en un cartel de prohibido estacionar: “reservado Corte Suprema de Justicia de la Nación”. Y había algunos militantes del MST con una gran bandera: “cárcel a Ibarra y a Chabán, asesinos de Cromañón”. Del otro lado había otros carteles: “No nos cuenten Cromañón, nosotros lo vivimos”, “Prohibido olvidar”. “No incentivaban la pirotecnia, no coimeaban, no cerraron la puerta ¿Culpables de qué?”. “Basta de culpar a Callejeros”. Y había algunos militantes del MST con pequeños cartelitos: “cárcel a Ibarra y a Chabán, asesinos de Cromañón”.
Satisfechos por la condena a Omar Chabán e indignados con las penas a los funcionarios políticos que permitieron que Cromañón pudiera estar abierto pese a ser, como quedó demostrado, una trampa mortal; fue la decisión de absolver a Callejeros la que dejó marcada la diferencia en los alrededores de los tribunales. Nadie se acordó de Diego Argañaraz, el manager. O casi nadie: “los músicos absueltos y el pobre infeliz condenado a 18 años (ver página 14). Se nota que estos jueces no entienden nada del rock”, se quejó una chica que esperaba justicia para su amiga María Sol, “asesinada en Cromañón”.
Después de las corridas, los hidrantes con agua azul y los golpes, los familiares que estaban en la sala quisieron dejar los tribunales, pero no los dejaban salir. Fueron de una puerta a otra, hasta que quedaron en la doble hoja de rejas, justo donde sus familias los esperaban, en Lavalle entre Talcahuano y Uruguay: “No nos dejan salir”, gritaron. Y empezaron a gritar. “Justicia de mierda, Justicia de mierda”… “Jueces corruptos. Hijos de puta”. “Los pibes de Cromañón: Presentes”. “Los pibes de Cromañón: Presentes. Ahora y siempre”. “Callejero, callejero, yo te quiero preguntar, si a vos te hubieran matado un hijo, de qué lado ibas a estar”. Entonces, les abrieron las puertas y pudieron salir a la calle, donde se dieron abrazos.
En la plaza, los chicos que había ido a apoyar a la banda eran arriados por la seguridad que organizó el banderazo, entre los que había varios sobrevivientes, mientras que a los familiares se les iba la tarde, aunque sentían que se les iba la vida.
Foto: Alberto Direnzo
13 de agosto de 2009
Emotivo adiós a Juan Andrés Maldonado
Los restos de Juan Andrés Maldonado, asesinado de un tiro el domingo a la madrugada en la puerta de la disco Alcatraz, en Berisso, fueron inhumados en el cementerio público local después de haber recorrido las calles de la ciudad, precedido por una bandera que exigía "Justicia para Juan".
A las 11 de ayer, Mercedes, la mamá, y los 8 hermanos de la víctima, salieron de la casa velatoria después de bajar las escaleras que los sacó directamente de la sala D, en la plata alta, a la calle.
En la vereda, los familiares advirtieron la presencia de una decena de cámaras, apostadas en U para tomar la salida del coche fúnebre. Uno de los camarógrafos caminó hacia la mujer, pero el hijo mayor levantó el brazo derecho lo más alto que pudo, con la palma hacia delante, y el hombre se detuvo, dio la vuelta y volvió a su puesto.
Un vecino que pasaba por la vereda de enfrente imaginaba que tanto movimiento debía ser por esa noticia que vio por la tele: "¿Esto es por el chico asesinado en la disco?", preguntó. Tres vecinas que acababan de salir del autoservicio Olivares conversaban animadas en la vereda. En el techo de la casa pegada a la sala velatoria, un hombre joven tiraba un cable para conectar una antena de TV.
La madre lloraba en la entrada de la sala secundada por las voces de los cronistas de la radio y la televisión: “Andrés Maldonado, asesinado el domingo”… “los restos de Juan Maldonado serán inhumados en el cementerio local”… “la víctima fue velada en la casa de sepelios Flamini, ubicada en la intersección de las calles 11 y 163”…. “Juan Andrés recibió un disparo en el pecho que le ocasionó la muerte”… “hasta esta mañana no había detenidos por este crimen, en el que está implicado parte de la barra brava de Estudiantes”, decían.
A las 11.09 comenzó a levantarse la cortina metálica. Y a las 11.10 los vecinos comenzaron a despedir a la víctima con su primer aplauso del día. Luego, el coche fúnebre se hizo cabeza de una caravana de familiares, amigos y vecinos que irían hasta el cementerio, algunos en sus autos particulares, otros en bicicleta, en moto o subidos a un colectivo de transporte de escolares dispuesto para trasladarlos.
Algunos pocos vecinos atendían en el cementerio local los arreglos florales en las sepulturas de sus seres queridos. La señora que le ponía flores a su abuela Tatiana, fallecida en 1975, advirtió la presencia de los vecinos del barrio Chino, del barrio Solidaridad, y se detuvo en sus labores para ver a la gente llegar al lugar.
“¡Ay, mi hijito! ¡Mataron a mi hijito, a mi hijito adorado! ¡Me lo mataron! ¡No lo tengo a mi hijo, no lo tengo más a mi hijito!”, lloraba Mercedes, sostenida por sus hijos, mientras que otros familiares y amigos de Juan Andrés cargaban el cajón con sus restos.
Algunos brazos se estiraron para tocar la madera por última vez, antes de que fuera enviado adentro del nicho. Y a las 11.38 se escuchó el golpe seco de la tapa que se cerraba. Hubo otro aplauso, cerrado, y de fondo quedaron los llantos de la familia y los amigos, mientras el viento hamacaba a las ramas más altas de los árboles, que sonaban.
En el nicho, quedó una placa blanca con apenas una identificación, en papel, escrita a máquina: Juan Andrés Maldonado 13/12/1984 - 9/8/2009.
Recuadro:
Después del sepelio, los familiares y amigos de Juan Andrés Maldonado marcharon hasta la puerta del boliche Alcatraz, en Montevideo y 5, donde se produjo el crimen, y después de un aplauso fue cada uno a su casa. Había algunos policías apostados en el lugar y otros muchos en la comisaría Primera, preparados para responder a posibles incidentes que estuvieron lejos de producirse.
11 de agosto de 2009
Dolor
“¡Ay! Mi hijito. ¿Qué te hicieron mi hijito? ¿Qué te pasó Juancito? ¡Ay, mi hijito!”. Mercedes llora sobre el cuerpo de su hijo, el menor de sus nueve hijos, el mimado, Juan Andrés, asesinado la madrugada del domingo de un tiro en el pecho en la puerta de un boliche de Berisso.
Mercedes llora después de una larga agonía, que se extendió desde que se enteró del asesinato, hasta ayer a la tarde, cuando pudo ver el cuerpo por primera vez. Entonces, repite ideas que le rondan por la cabeza desde el momento en que supo del disparo criminal. Y empieza a transitar un duelo que la llevará a una tristeza eterna: "Estamos desesperados porquenos sacaron un hijo maravilloso. Yo creo que para toda madre su hijo es un tesoro, pero éste hijo para mí era maravilloso".
En la sala D de la casa velatoria Flamini, en 11 y 163 de Berisso, Mercedes llora y se pregunta: "¿Qué va a ser de mi vida sin Juancito, cómo voy a seguir? Tengo otros hijos y unos nietos a los que adoro, pero dónde está mi hijito. No se qué voy a hacer sin mi hijito".
Mercedes llora y se hace carne la injusticia. Y entonces recuerda: "A las once de la noche del sábado él me avisó 'mamita me voy' y yo le dije tené cuidado porque pasan cosas malas y él me dijo 'dormí tranquila mami, que no pasa nada', me dijo".
“El asesino nos mató en vida. Nos mató a todos, a todos mis hijos y a mí también, porque Juancito era el bebé de la casa. Tenía 24 años pero era mi pequeño tesoro, era mi adoración y mi sostén. Yo jamás le levanté ni un dedo y me lo trajeron muerto”, dijo Mercedes.
Mercedes llora y recuerda la última noche que se despertó con frío y se levantó a ver cómo estaba su hijo menor, que ya estaba grande, cierto, pero nunca iba a dejar de ser su hijo menor. Ella se despertaba, se levantaba y si hacía falta le tiraba una frazada encima para que no tuviera frío.
"Por favor, dejen de matar a los jóvenes", pide. "¿Hasta cuándo?", se pregunta. "A mi hijo lo mataron por nada, por pasar por ahí", asegura Mercedes. Y aclara: "No hay consuelo, sólo pido justicia, porque a los asesinos no lo quisieron atrapar. Berisso tiene dos salidas a La Plata, pero no se las cerraron, los dejaron ir. Los asesinos se escaparon cuando la policía empezó a reprimir en el barrio". Mercedes llora: "Venía caminando, y no tenía nada que ver. Con tanta mala suerte que la bala le tocó a él".
El chico asesinado
La víctima se llamaba Juan Andrés Maldonado, tenía 24 años, era el menor de nueve hermanos y trabajaba como pintor. Había ido a bailar con su novia y regresaba a su casa con la chica y algunos amigos cuando le pegaron un tiro en el pecho. El crimen ocurrió a las 6.20 del domingo en la esquina de Montevideo y 6, frente a la disco Alcatraz.
Juan Andrés nació en 1984 en Berisso y pasó sus dos primeros años junto a su mamá y sus hermanos en la casa de su abuela, en 162 entre 21 y 22.
Cuando se construyó el Barrio Solidaridad, o el Barrio Chino, como lo llaman los propios vecinos, Mercedes y sus hijos se fueron a la casita en la que Juan Andrés vivió hasta su asesinato, la número 42 de la manzana 3.
Ahí se crió el pibe que mataron el domingo en la puerta de un boliche, sólo por ser joven, por haber ido a bailar, por pasar por ahí, como dice su hermana Zulma y refuerza Sandra. Y recuerdan que no sólo fue mimado por su mamá, sino por todos, porque la mujer tuvo que salir a trabajar en un restaurante cuando Juan Andrés tenía apenas dos meses y ella lo dejaba en sus brazos, a su cuidado.
Juan Andrés creció en el Barrio Chino, se hizo hincha de Boca y siempre iba a ver a Villa San Carlos. Le gustaba el fútbol. Le gustaba mirarlo y le gustaba jugarlo, por eso los pibes lo conocen, jugaban por ahí en donde hubiera un lugar. Antes era en los terrenos atrás de su casa, dónde ahora se levantan las casas del Plan Federal.
Fue a la Escuela Nº 1 y a la secundaria la hizo en la Escuela Media Nº 2. “Era buen alumno, un chico muy inteligente. Y desde chiquito que le gustaba leer. Si le dabas cien libros, el se leía cien libros”, lo describe Sandra. “Era loco por la lectura y le gustaba la historia. Miraba el History Channel y el Discovery”, agrega.
Cuando terminó la escuela quedó debiendo una o dos materias y aunque trabajaba, quería rendirlas para poder seguir una carrera, pensaba que podría ser profesor de historia.
Si salía, volvía temprano. Y nunca faltaba a una reunión familiar, fuera un cumpleaños de alguno de sus hermanos o de sus 15 sobrinos. Para Sandra, su hermano “era un chico muy respetuoso, muy compañero de la mamá”.
Foto: Alberto Direnzo
10 de agosto de 2009
El crimen de Alcatraz
Un joven de 24 años fue asesinado ayer a la madrugada en Berisso por un patovica en la puerta de un boliche, lo que desató una pueblada que la policía reprimió con gases, palazos y balas de goma. La víctima se llamaba Juan Andrés Maldonado, tenía 24 años, era el menor de nueve hermanos y trabajaba como pintor. Había ido a bailar con su novia y regresaba a su casa con la chica y algunos amigos cuando le pegaron un tiro en el pecho. El crimen ocurrió a las 6.20 en la esquina de Montevideo y 6, frente a la disco Alcatraz. No hay detenidos, pero sí sospechosos.
El homicidio fue el final de una noche violenta en la puerta del boliche, en el que funcionaban dos salones, en uno se festejaba un cumpleaños y en otro había un recital de una banda de rock. Los vecinos, además, habían advertido a la policía que los que debían custodiar la seguridad del lugar estaban armados.
Rodrigo volvía a su casa en el barrio Chino como uno más en el mismo grupo en el que iba Juan Andrés. Acababan de salir de Asia, el boliche de Montevideo y cinco, donde habían ido a bailar.
Cuando llegaron a la esquina se encontraron con un amigo golpeado y otro que trataba de explicarles lo que había pasado. Los chicos habían intentado entrar a la fiesta, pero los patovicas los habían golpeado y amenazado con un arma de fuego, relataron.
–¿Qué pasó?
–Veníamos con todos los pibes y cuando llegamos a la esquina vimos una pelea.
–¿Qué hicieron ustedes?
–Fuimos a ver qué onda y tiraron el tiro por cualquier lado.
–¿Quién disparó?
–Uno de los patovicas.
–¿Qué hizo el patovica después?
–Se fue con otros tres. Se subieron en un Peugeot y desaparecieron.
Juan Andrés recibió al menos un disparo en el pecho, a la altura del corazón, y cayó a los brazos de Mariela, la chica de 18 años con la que salía desde hacía unos meses.
antecedentes. Javier Fernández, vecino de Alcatraz aseguró a Diagonales que lo ocurrido pudo y debió haber sido evitado. A pocos metros del lugar en dónde se produjo el asesinato, afirmó que la noche del viernes, madrugada del sábado, los patovicas del boliche intervinieron en una pelea entre dos chicos que se producía en la vereda: además de ser golpeados, un empleado de la seguridad sacó un arma y la apoyó en la cabeza de uno de los pibes, llamado Lucas. El vecino fue hasta un patrullero que estaba estacionado a pocos metros y les advirtió el hecho a los policías, quienes, según dijo, no le tomaron la denuncia. Cuando volvió a la puerta de Alcatraz, uno de los dueños lo increpó: “No te metas, vos sabés que a mi me conocen. Además, no pasó nada”.
C. fue a Alcatraz el domingo a la madrugada a ver el recital de Se va el camello. Esperaba con tres amigas en la puerta cuando vio a un pibe que quería entrar en una fiesta que había en el mismo lugar pero en otro piso. El chico no estaba en la lista de invitados y quería hablar con alguien que estaba dentro del local para que lo agregaran. Uno de los patovicas lo sacó a trompadas.
Aquello no iba a ser todo. Al minuto siguente vio cómo le pegaban a otro pibe, que parecía esperar para el recital. “Le pegaron una piña, lo tiraron al piso y le empezaron a pegar patadas”, contó. Y agregó: “una chica con un bebé en brazos y un chico que estaban en la parada del colectivo de enfrente fueron a levantarlo y se la agarraron con ellos, casi le pegan a la chica”.
El recital transcurrió con normalidad, pero los dueños del lugar no habían avisado a la banda que había otra sala con otra música, que se colaba entre tema y tema. “¿Qué es eso que se escucha? ¿Porqué no la cortan con la electrónica?”, preguntó al tercer o cuarto tema el cantante del Camello. No pasó nada. El concierto terminó a las 5 y para las 6 el público ya había dejado el lugar. Los músicos esperaban que un flete los pasara a buscar cuando escucharon los tiros. Luego vieron a los vecinos llegar al lugar a buscar al asesino.
pueblada. Desde que se produjo el crimen y hasta las 12 del mediodía la zona fue un hervidero. “No teníamos consuelo y rompíamos todo”, dijo uno de los jóvenes a Diagonales. “¿Qué esperaban qué hiciéramos?”, preguntó otro.
“Era un chico muy educado, que trabajaba. ¿por qué salió toda la gente a la calle? Porque estaba indignada. Si vos decís que había hecho algo, aunque tampoco hay derecho, pero nada. No hizo nada y lo mataron. ¿Qué tenés que hacer cuando te pasa algo así?”, advirtió Zulma, una de las hermanas de Juan Andrés.
A las 7 toda la policía de la zona estaba en la esquina de Alcatraz. Y poco después llegaron refuerzos. A las 9 el grupo de Infantería hizo algunos disparos intimidatorios. Y a las 11 entró al barrio Chino a palazos para descargar un arsenal de balas de gomas y gases lacrimógenos. Los vecinos filmaron todo lo ocurrido con sus teléfonos celulares.
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Dolor de madre
"Mi hijito está ahora en una morgue sin tener nada que ver. ¿Dónde está el asesino?", preguntó Mercedes Maldonado, la madre de Juan Andrés, en su casa del Barrio Chino, donde vivía con el chico, el menor de sus nueve hijos.
"El comisario nos dijo que se iba a hacer justicia porque habían encontrado las vainas servidas y están los testigos, pero a mi hijito nadie me lo devuelve", agregó.
A cualquiera
"Hoy le pasó a mi hermano, pero le podría haber pasado a cualquiera", se lamentó Sandra, hermana de Juan Andrés.
Se va el camello dice...
Los integrantes de la banda de rock platense Se va el camello describieron a la seguridad de Alcatraz como de una "ignorancia desesperante" y la responsabilizaron del crimen de Juan Andrés Maldonado.
Barras bravas
La seguridad de Alcatraz estaría a cargo de Carlos Fabián Giannotta, ex cabo de la Bonaerense, exonerado. Está vinculado a la barra de Estudiantes y aparece mencionado en el triple crimen de los policías platenses.
9 de agosto de 2009
La obra de Cajade
Dicen que apenas se enteró de la muerte del padre Carlos Cajade el mismísimo demonio pensó: “Nos sacamos un problema de encima”. Y de inmediato puso a los suyos a trabajar para apropiarse del Hogar de la Madre Tres Veces Admirable, que el cura fundó en 1984 para atender las cada vez más urgente situación de los chicos empujados a vivir en la calle. El diablo hurgó en cuestiones estatutarias y leguleyas para que todo pasara a sus manos, pero no pudo ser: voluntarios, familiares, amigos y los propios pibes que habían sido criados en el Hogar pusieron la obra sobre sus espaldas y hace cuatro años que trabajan sin su líder para sostener el emprendimiento.
Hoy, la obra del Padre Cajade sigue adelante como siempre: tiene seis casas en la que viven 60 chicos, otras tres casas de día en las que se atienden las necesidades básicas de otros 150 pibes -aunque depende del momento- y una casa para bebés en la que se cuida a 60 recién nacidos; además de una granja, una panificadora y una imprenta con las que enseñan oficios a los chicos más grades y se imprime la revista La Pulseada.
"Necesitamos enriquecer lo que tenemos, porque ya colmamos nuestra capacidad humana", advierte a Diagonales Miguel Cabrera, un joven criado por Cajade que está a cargo de la imprenta Grafitos y es, además, educador conviviente. Con Caty, su mujer, cría a siete chicos, dos del matrimonio. Como ellos, están José y Graciela; Lidia y Darío; Néstor; El Chino y Olga, algunos con más de diez chicos bajo su protección.
Entre los amigos, familiares y voluntarios que continuaron la herencia de Cajade están Isabel, a la que le dicen "La Mamaza" porque está a cargo del La Casa de los Bebés (4 y 601); Romina, que se hace cargo de La Casa de los Niños Madre del Pueblo (6 bis y 602); y Claudia, que cuida a los niños de Los Hornos en La Casa Chispita (151 y 70). Hugo maneja la camioneta y José Cajade, hermano mayor de Carlos, se hizo cargo de la presidencia de la obra. Les sigue una larga lista de contribuyentes que ayudan a que el Hogar continúe y tenga expectativas de crecer.
educadores. Olga Madrazzo llegó al hogar en 1995, después de conocer a Cajade en Tucumán, donde trabajaba con chicos en situación de calle y estudiaba psicología social. Su idea era viajar a La Plata para aprender cómo se trabajaba y volver a replicar la experiencia. No pudo ser. Sin embargo, la obra la adoptó a ella. Y comenzó vivir en el Hogar y trabajar como educadora. "Al principio me costó estudiar, porque tenía que cuidar de muchos chicos, pero por suerte pude terminar", explica.
"Acá aprendí que la idea es que los chicos puedan quedarse con sus familias, por eso trabajamos en las casas de día para prevenir la desintegración familiar. Tanto en La Casa de los Bebés, como en Madre Pueblo o Chispita los chicos y sus padres tienen un lugar dónde les dan un desayuno, un almuerzo o una merienda, al mismo tiempo que cuentan contención psicológica y educativa", dice.
En el comedor comunitario Todo Por los Chicos (7 bis y 630), del barrio que Cajade ayudó a armar y que fue construido por los vecinos, las mujeres hacen la comida que después se llevan a su casa, a su propia mesa, donde los hijos comen con sus padres, con aquella idea de fortalecer los lazos familiares.
Si la familia se rompió, los chicos son recibidos entonces en alguna de las seis casas del Hogar. "Hace poco nos mandaron un chico de 15 años que no podíamos tener porque era muy grande, pero se quedó igual. Primero era por unos días y después se acomodó en la casa de un educador que tienen hijos adolescentes. En general recibimos a chicos más chiquitos, los adolescentes son más rebeldes. Igual, en todos los casos, lo primordial es que los pibes se integren a alguna de las casas", cuenta Cabrera, quien fue criado por Cajade.
"Tenía cinco o seis años y el Hogar recién se iniciaba. Llegué como un pibe que por esas cosas de la vida se había quedado sin familia", recuerda. Había tenido una mamá, un papá y dos hermanos, pero la falta de trabajo desintegró a su familia: "Yo caí a vivir con el cura", dice.
Cabrera hizo la primaria en la Escuela 9 y a los 14 años empezó a trabajar formalmente en la granja del Hogar. Se fue a los 17 para construir su vida junto a Caty, que esperaba su primer hijo. "Trabajé en una casa de repuestos de autos, en el centro, pero volví cuando salió el proyecto de la imprenta. Yo no sabía nada del oficio, pero me entusiasman las máquinas, así que hice una capacitación y empecé a trabajar acá. Y hace seis años volví como educador". Cajade murió hace casi cuatro, el 22 de octubre de 2005.
Tarea. Entregados a mantener la obra viva, organizados en un colectivo horizontal y participativo que intenta compensar la ausencia del sacerdote y las crisis propias y las impuestas por la situación económica, política y alguna pelea ideológica, los educadores lamentaron que algunos hogares nacidos de otras iniciativas hubieran cerrado en los últimos meses por falta de apoyo estatal. "Aunque suene feo, hay que decir que no se está invirtiendo en la niñez", afirma Cabrera.
Los educadores del Hogar de la Madre Tres Veces Admirable, el Hogar del padre Cajade, saben que no hay otra alternativa que dar al máximo: “A los niños no sólo hay que darles comida, ropa y un lugar dónde dormir; hay que darles lo mejor", coinciden. Para lograrlo, crearon su propia gran familia, en la que la tarea educativa no termina cuando los chicos cumplen 18 años: "Nadie pone a sus hijos en la puerta con una valija y les dice 'hasta aquí llegamos'. Nosotros los acompañamos toda la vida, a veces como padres y a veces como hermanos, porque hay muchos chicos que se criaron acá y tienen nuestra misma edad, o son apenas unos años más chicos, pero nunca los abandonamos".
Lo que Cajade legó sigue igual. Ahí está su decálogo, para ser un espejo que ayude a crear un país como gran hogar, un país como gran familia, con trabajo y trabajadores. Solidario y con justicia, que tenga que ver con el pan y no con las balas. Con dirigentes que sean padres, hermanos y amigos. Un país con remedios y guardapolvos, con un Dios verdadero y no con su caricatura. Qué así sea.
El religioso y el político
El padre Carlos Cajade fue sacerdote durante 26 años en la arquidiócesis de la Plata. Ingresó al semeniario al terminar el servicio militar. Pasó por diferentes templos y su último destino fue como párroco en la iglesia de la Santa Cruz, en el Barrio Aeropuerto.
Pero los cargos religiosos no fueron los únicos de su vida. Fue secretario de Derechos Humanos en la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA) de la provincia de Buenos Aires, donde trabajó junto a varios amigos.
Carlitos también cofundó el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo e integró la Comisión Provincial por la Memoria.
6 de agosto de 2009
Solidaridad
Tiziana tiene 3 meses y Amanda un año y medio. Sheila tres, Camila cuatro, Milagros ocho y Daiana nueve. Las nenas son hijas de Héctor y Mariela, una pareja que salió en marzo desde Mar del Plata y deambuló por el gran Buenos Aires hasta que terminó en La Plata, en busca de un lugar en el que echar raíz. Viven en una casilla sin baño, cocina ni mesa, se alumbran con velas y duermen juntos en un colchón de dos plazas.
Héctor y Mariela tienen 25 años. Vivían en Mar del Plata en una casilla del fondo de la casa de la mamá de él, pero hubo un problema que prefieren no contar y se quedaron en la calle. Después de unos días a la intemperie, decidieron ir a la casa de un familiar en Florencio Varela, donde pasaron un par de semanas. "Muchos niños", les dijeron. A Héctor se le ocurrió entonces ir a pedir ayuda "en la municipalidad que está frente a la Plaza Moreno", ya que es en La Plata donde nació.
"Pensé que me iban a ayudar, pero sólo me dieron un módulo", explicó. La casilla es de 3 x 3, tiene paredes de madera, piso de cemento y techo de chapa. “Estamos durmiendo en el piso con una humedad terrible, cuando nos despertamos levantamos el colchón y está todo mojado”, describió. Y agregó: “no tenemos baño, las nenas tienen que hacer pis afuera y además estamos a vela porque no tenemos luz”.
Necesitan ayuda urgente para acomodar su casita, que fue emplazada en un terreno fiscal del barrio Malvinas, en 34 y 153, y Héctor quiere un trabajo. “Cualquier cosa”, dice.
Ahora, él hace changas, cirujea o trabaja en un lavadero y ella sale a vender sahumerios a la calle. Están anotados desde abril, pero no tienen asistencia social. "Me ofrecieron la alternativa de que mi mujer y mis hijas vayan a un hogar, pero yo prefiero que estén conmigo", dice él. Les vendría bien material para que pudieran construir un baño aunque sea precario, tal vez una mesa, camas y cables, porque lo que ganan es para comida. Hay una mujer que se ofreció a ayudarlos: se llama Eva y su teléfono es 15-6170546.
Foto: Eva Cabrera
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